Las cifras son contundentes. Están muriendo por COVID-19 más personas con obesidad que con cualquier otra enfermedad preexistente en el Perú. Según datos del Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef), el 85.5% de víctimas mortales del virus padecía obesidad. De los 20.424 muertos reportados hasta el 6 de agosto, son más de 17.400 los pacientes con exceso de peso que no pudieron superar la enfermedad.
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Aunque las investigaciones sobre el virus están en desarrollo, hay un consenso científico sobre el papel de la obesidad y el sobrepeso como factores de riesgo para agravar la situación de las personas infectadas.
UNA MEDIDA QUE IMPORTA
“Es una pandemia que precede al coronavirus”, dice el médico Carlos Ticona, endocrinólogo del hospital Edgardo Rebagliati de Essalud, al referirse el sobrepeso y la obesidad. Su estimación no es lejana a la verdad.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el 2016 había más de 1.900 millones de adultos con sobrepeso en el mundo, de los cuales más de 650 millones eran obesos. Si comparamos esta cifra con el COVID-19, el número de afectados es significativamente menor. Actualmente hay más de 18 millones de contagiados en 196 nacionales. En el Perú, el sobrepeso alcanza al 37,8% de personas mayores de 15 años.
La definición es sencilla: sobrepeso y la obesidad son la acumulación anormal o excesiva de grasa que se traduce en un aumento del peso corporal. Esta acumulación está asociada a la mala alimentación, sedentarismo, estrés, factores genéticos u hormonales. Una forma rápida para reconocer si se tiene sobrepeso es el Índice de Masa Corporal (IMC), que se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos entre su talla en metros al cuadrado (kg/m2).
Si el resultado es un número igual o superior a 25, la persona tiene sobrepeso; pero si el IMC es de 30 o más, se trata de un caso de obesidad.
Ticona explica que la principal diferencia entre ambas condiciones es el nivel de acumulación de grasa y los tratamientos que se requieran para llegar al peso saludable, pero las dos situaciones son riesgosas. “Que una persona no tenga una obesidad severa (IMC superior o igual a 40) no implica necesariamente que esté exenta de riesgos. Ya con un IMC de 25 se empieza a tener riesgo cardiovascular, predisposición a diabetes, hipertensión, diabetes o enfermedades cardíacas”, señala a El Comercio.
Aunque el IMC es básico para identificar si hay sobrepeso, no es el único indicador a tomar en cuenta.
Antonio Castillo, decano del Colegio de Nutricionistas del Perú y especialista del Instituto Nacional de Salud (INS), explica que la grasa acumulada alrededor del abdomen o cintura tiene relación directa en el desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles. Esto se debe a que la grasa alrededor de los principales órganos del área abdominal (grasa visceral) tiene impacto la resistencia a la insulina, diabetes mellitus tipo, problemas cardíacos y del sistema inmunológico.
“El IMC es una fotografía del momento. El índice de un fisicoculturista puede ser alto porque tiene mayor peso que una persona que no hace actividad, pero eso no significa que tiene obesidad. Por eso es importante conocer el perímetro de la cintura”, indica.
La OMS establece que el valor máximo saludable de este indicador debe ser 88 centímetros para la mujer y 102 centímetros para los varones. Esta diferencia se sustenta en que la obesidad y el sobrepeso no impactan igual en ambos sexos. “En los varones la grasa se acumula principalmente en el área abdominal, lo que se conoce como ‘pancita’, mientras que en las mujeres la acumulación se da sobre todo en las caderas, glúteos y piernas”, detalla Castillo.
COVID-19 Y EL SOBREPESO
Para entender la relación entre exceso de grasa y las dificultades en la atención del coronavirus, el médico Juan Carlos Plácido, jefe del Departamento de Emergencia y Cuidados Críticos del Hospital Santa Rosa del Ministerio de Salud, explica que el tejido adiposo es considerado como un órgano endocrino que produce sustancias inflamatorias. El problema es cuando esa estas sustancias, que forman parte mecanismo de defensa del organismo, se presentan en exceso.
“Un obeso tiene más posibilidad de generar mayor inflamación en comparación con una persona con menor peso. Con el COVID-19, el riesgo es esa la inflamación sea tan severa, lo que llamamos tormenta de citoquinas, que lleve a una falla de órganos. Un pulmón inflamado o hinchado tiene más dificultades para oxigenar”, detalla.
Ticona agrega que existen evidencias científicas de que las personas con sobrepeso y obesidad presentan mayores casos de hospitalización, de ingreso a unidades de cuidados intensivos (UCI) y muerte. De hecho, según el Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Minsa, la obesidad y la edad mayor de 60 años son dos condiciones que determinan el mayor riesgo de morir por COVID-19.
“La obesidad es un estado de inflamación crónica. Normalmente, el tejido adiposo presente en la grasa del abdomen libera una serie de sustancias que llamamos citoquinas, que, además de inducir a la resistencia a la insulina, disminuyen la respuesta del sistema inmunológico”, explica.
A esto se suma que los pacientes obesos tienen mayor prevalencia de déficit de vitamina D (asociada a problemas con el sistema inmune), hipercoagulabilidad y “una mayor cantidad de receptores de enzima convertidora de angiotensina II, vinculados directamente al impacto del coronavirus en el cuerpo”, sostiene el médico. Precisamente, en marzo pasado, un estudio publicado en la revista Science demostró que el virus SARS-CoV-2, como otros coronavirus, ingresa en las células pulmonares acoplándose a dicha enzima. “A más receptores de la enzima, más posibilidad de que ingrese el virus a los pulmones”, señala Ticona.
Otro problema que surge con el exceso de peso es que existen mayores probabilidades de tener comorbilidades como hipertensión y diabetes. Ambas enfermedades crónicas también son factores re riesgo de muerte por coronavirus. Según datos oficiales, el 43.1 % de pacientes fallecidos por COVID-19 eran diabéticos y el 27.2 % hipertensos.
Otro riesgo es la apnea obstructiva del sueño. “Por el exceso de peso y grasa acumulada, el paciente tiene menor capacidad de ventilación. En la sangre solemos encontrar menor cantidad de oxígeno. Imagínese si a ese obeso que ya está en estado de hipoxia leve relativa se le agrega una infección como el coronavirus que le compromete los pulmones, la situación es más severa”, agrega Ticona.
Por esta razón, el equipo de Promoción de la Salud del Minsa señala que con los pacientes con obesidad existe un mayor desafío “para mejorar sus niveles de saturación de oxígeno y ventilarlos”.
Plácido, quien también es fundador de la Asociación Peruana de Terapia Nutricional, agrega que los peligros del exceso de grasa también se presentan en otras enfermedades, incluso el cáncer. “Cualquier operación puede complicarse por una inflamación”, dice. Desde que empezó la pandemia, al menos un tercio de los pacientes que han sido atendidos en la UCI del hospital Santa Rosa tuvieron sobrepeso y obesidad, indica.
SIN SOLUCIONES MÁGICAS
Ante esta situación, ¿cómo evitar el sobrepeso o recuperar un peso saludable?
Al igual que otras condiciones que afectan la salud, lo indispensable es acudir a especialistas médicos. Los nutricionistas y endocrinólogos son los indicados, pero un tratamiendo multidisciplinario incluye también terapistas y psicólogos.
“El cambio de estilo de vida y alimentación es el primer paso. De todas formas, existen casos en los que hay que descartar otras enfermedades mucho menos frecuentes, como el Síndrome de Cushing o el hipotiroidismo. Con ello se determina si se requiere también un tratamiento farmacológico o incluso cirugías”, sostiene Ticona.
El cambio es un proceso a mediano y largo plazo. Por eso, Castillo advierte las dietas relámpago que prometen grandes resultados en poco tiempo, son contraproducentes para la salud. Una de las consecuencias es el llamado ‘efecto rebote’, que ocurre cuando el organismo, descompensando por la pérdida abrupta de azúcar, grasa y carbohidratos, empieza a convertir en grasa todo lo que se consume a fin recuperar lo perdido.
“Cuando una persona tiene obesidad todo su organismo está congestionado y tiene grasa alrededor de órganos como corazón e hígado. Cuando se baja de peso bruscamente, desaparece la grasa externa que está en brazos, piernas o abdomen, pero la grasa en los órganos sigue ahí”, agrega el nutricionista. Lo recomendable es bajar entre medio y 1 kilo por semana.
En cualquier caso, existen recomendaciones básicas para mejorar la alimentación. La principal es reducir el consumo de azúcar, sodio, grasas saturadas y grasas trans de productos procesados. En este punto, es importante tomar en cuenta las advertencias publicitarias de los octógonos pueda evitar productos dañinos para su salud.
“El sodio, contraindicado para personas que tienen hipertensión o retienen líquidos, está presente en muchos productos como la jamonada, saborizantes de sopa o gaseosas. Por eso la advertencia de los octógonos ayuda a elegir qué consumir”, sostiene Castillo.
Otra recomendación es consumir harinas o granos integrales, grasas saludables como el aceite de oliva, la palta y los frutos secos, frutas y verduras, proteínas como las carnes blancas o rojas, o el huevo; y realizar 30 minutos diarios de actividad física que puede ser caminar, bailar, limpiar o subir escaleras.
El cuánto también importa. El nutricionista señala que las porciones deben consumirse de acuerdo al tamaño de cada persona. “Si quieres comer carne puedes tener como referencia la palma de la mano, para frutas, lo que quepa en la mano y con las verduras se recomienda consumir lo que alcanza cuando juntas las dos manos”, explica.
EL FACTOR EMOCIONAL
Aunque la alimentación y la actividad física son indispensables para mantener un peso saludable, es necesario que tomar en cuenta el enfoque emocional. La psicóloga Clara Kuba explica que las emociones juegan un papel importante al momento de alimentarnos y estados de ansiedad, estrés o depresión pueden contribuir a cambiar nuestra relación con la comida. “Cuando una persona tiene depresión lo más probable es que se den dos situaciones extremas: o duerma mucho y coma bastante o no duerma ni tenga apetito”, explicó.
Por eso, la especialista explica que es necesario identificar si se come por hambre o por necesidad de saciar alguna emoción que no se puede controlar. El problema es que generalmente se escoge alimentos grasos, con exceso de azúcar o procesados. “También existe el ansia de comer, esa necesidad imperiosa de comer, pero solo aquello que nos gusta. Muchas veces se relaciona con no tolerar tener esperar un poco de tiempo para ver si pasa o en realidad tienes hambre”, indica.
Kuba recomienda hacer un plan de alimentación con horarios y porciones de comida al día para generar el hábito de comer lo que realmente necesitamos. Para este fin también es útil anotar todo lo que se comió durante el día. “A veces se come sin pensar, así es bueno tenerlo por escrito hasta tener el hábito de comer saludablemente”, dijo.
Los especialistas reiteran que para mantener un peso saludable no se trata de evitar la comida, sino de adoptar hábitos saludables que incluyan la alimentación, la actividad física y hasta el descanso.
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Minsa: el 85.5% de fallecidos por coronavirus padecían obesidad
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