Enrique Niquín es curador y director del Museo de los Colli.
Enrique Niquín es curador y director del Museo de los Colli.
Rodrigo Moreno Herrera

Enrique Niquín es un hombre que no se deja vencer fácilmente. De niño le detectaron un problema en el oído que hasta ahora lo aqueja, pero él encontró en los tonos bajos una manera distinta de percibir el mundo. No acabó la secundaria pero eso no evitó que se convirtiera en un investigador. La tuberculosis lo tuvo atado a un hospital por dos años pero la superó. Su empeño con el Museo de los Colli –conocido por la prensa como “el museo más humilde del mundo”- sigue sin ser reconocido formalmente por el Estado, pero él continúa con su cruzada por difundir el conocimiento acerca de la .

La crisis a causa del coronavirus es una de las situaciones más complicadas que la ha tocado afrontar, ya que por primera vez ha debido cerrar las puertas de su museo. Sin embargo, como tantas veces lo ha hecho, Niquín confía en superar el mal tiempo. Se ha trazado la meta de culminar el arreglo de su segunda sala de exhibición para setiembre, mes en que se cumplen 31 años de la fundación del Centro Cultural Proyecto Collique Monumental, una iniciativa también suya.

Tejido de un entierro encontrado en Ancón.
Tejido de un entierro encontrado en Ancón.

¿A qué se debió la iniciativa de formar un centro cultural y después un museo sobre la cultura Collique?

Los collique eran un pueblo que se resistió a los ejércitos de Túpac Yupanqui y murieron en su fortificación defendiendo el orgullo del valle del río Chillón. Méritos que deberíamos destacar y difundir. Me preocupaba el destino de las huacas, de las casonas coloniales, de los manantiales que formaban parte del patrimonio cultural y natural de este valle. Pensaba que muchos desaparecerían con la urbanización de los campos de cultivo y no quedaría rastro de la existencia de esta cultura. Es así que el 15 de setiembre de 1989 fundé en mi casa el Centro Cultural Proyecto Collique Monumental para defender, preservar y revalorar el patrimonio cultural y natural del valle del río Chillón.

Ha visto pasar muchas gestiones del Instituto Nacional de Cultura y del Ministerio de Cultura, pero ninguna apoyó su labor adecuadamente. ¿Qué lo motivó a seguir?

El apoyo del público ha sido importante. Los primeros cinco años me la pasé repartiendo volantes en colegios, institutos y universidades. Los profesores de Collique enviaban a sus alumnos al museo. Unas jóvenes universitarias reunieron dinero para terminar la fachada. Después hubo otro grupo de estudiantes que me ayudaron a culminar la construcción de la sala 1. Chicos de un instituto de turismo se ofrecieron a pintar las paredes y me regalaron calaminas. Mis amigos también organizaron actividades de recaudación para comprar urnas de vidrio. Hasta el año pasado, calculo que nos han visitado más de 20 mil personas.

Algunos cerámicos que forman parte del museo.
Algunos cerámicos que forman parte del museo.

¿De qué forma ha logrado mantener el museo por décadas sin ayuda?

Antes no había bancas, ni muebles, ni paneles. Solo unas tablas de construcción sostenían los fragmentos de cerámicas, telas y restos óseos. Cobraba un sol por la entrada y entregaba una hoja con el resumen de mi ensayo acerca de la historia de los collique. Fueron tres años así, pero no me salía a cuenta. Decidí elaborar réplicas de cerámicas para venderlas y así financiar las actividades de mi centro cultural. Más adelante subí la entrada a dos soles y me fue un poco mejor. Pude comprar madera, cola y clavos para hacer muebles, mesas y paneles. También pude pagar las ampliaciones de los planos y dibujos, e hice maquetas. Para aumentar mis ingresos elaboré los textos “Collique quebrada histórica”, “Las lomas de Collique”, “Los Colli del valle del río Chillón” y el cuento “Atoc”. Fui guía de escolares en los sitios arqueológicos del valle del río Chillón. He dado cursos de cerámica, capacitaba a profesores y participaba en conferencias de diversas universidades.

¿Y ahora con la pandemia qué ha ocurrido?

A partir de marzo se paralizaron las actividades del museo. Si no hay visitantes, no hay dinero. No había para pagar el agua ni los arbitrios. Empecé a elaborar cerámicas, tomé fotos y las envié a un catálogo de Facebook. Algunas personas están comprando, aunque sea de a pocos. Con eso puedo mantenerme y el resto lo invierto en comprar materiales para mejorar el museo. Esto incluye ladrillos, cemento, fierros, tablas para remplazar el portón, urnas de vidrio para guardar los tejidos, cartones y cola para armar las maquetas. Estoy ahorrando para solventar el acabado de la sala 2. Espero tenerla lista para el 31 aniversario de la fundación de mi centro cultural.

Cerámica de un soldado de la cultura moche.
Cerámica de un soldado de la cultura moche.

¿Qué otras dificultades ha enfrentado a lo largo de estos años?

La limitación más grande en estas tres décadas ha sido la falta de financiación. No había dinero para los pasajes ni el alquiler de computadoras en cabinas de Internet. Tampoco para sacar fotocopias. No tenía cámara fotográfica y era costoso pagar el revelado. No había fondos para costear una inspección a profundidad de sitios arqueológicos más lejanos. No se podía emprender proyectos ni levantamientos arquitectónicos. Mucho menos denunciar a quienes atentaban contra el patrimonio cultural porque esos procesos cuestan.

Imagino que se refiere al saqueo ilegal. ¿En qué condiciones estaban las piezas que son parte del museo cuando las rescató?

Todas las piezas arqueológicas del museo son fragmentos o restos óseos. Las recuperaba cuando la gente hacía zanjas para levantar sus casas o cuando las empresas de saneamiento perforaban el suelo para colocar tuberías. También recogía lo que dejaban los huaqueros a la intemperie, lo cual es una situación grave y lamentable en nuestro país. Nunca encontré un cerámico entero. Muchos estaban rotos y otros en mal estado por la humedad.

Una de las maquetas de las fortalezas de los collique.
Una de las maquetas de las fortalezas de los collique.

¿Cómo ha sido el trabajo de conservación?

Los cerámicos, rastros de alimentos o semillas, restos óseos y telares que he recuperado han sido guardados en pequeñas cajas con una descripción detallada. En cada una coloqué un croquis del lugar donde fueron encontradas. Luego estudiaba las piezas, las limpiaba y las mantenía en bolsas transparentes con sus respectivas fichas. Aprendí a tratar los tejidos y las cerámicas en cursos que dictaban las universidades y en las lecturas que compraba a estudiantes.

¿El Estado nunca envió representantes para ayudarlo?

El arqueólogo Luis Lumbreras, cuando era director del INC, pidió reunirse con quienes liderábamos museos en Lima. Asistimos 21 personas y nos informó que debíamos registrar el material arqueológico en nuestras manos. Además, nos explicó que era necesario inscribirnos para obtener la licencia de funcionamiento como museos formales. Nos capacitaron en nociones de patrimonio cultural, leyes y reglamentos. También nos indicaron cuánto tendríamos que pagar cada dos años para seguir funcionando. En el INC nos angustiaban con la cantidad de trámites pendientes. Vinieron varias veces acá a entregarme modelos de formularios, pero no los hice porque no tenía cámara fotográfica ni dinero para pagar los documentos. Después de eso, recién el año pasado llegó un arqueólogo del ahora Ministerio de Cultura y me dijo que me ayudaría a registrar el material. Le mostré lo que tenía, le tomó fotos, llenó formularios y me dio algunos implementos para proteger los tejidos.

¿Conoce casos similares al suyo? Me refiero a otros esfuerzos que no obtuvieron respaldo estatal.

Cuatro meses después de la inauguración del Museo de los Colli vino avistarme el profesor Raúl Ramírez Tarazona y me dijo lo siguiente: “Así como tú has hecho un museo en Comas, yo también haré el mío en Carabayllo”. En octubre de ese mismo año fundó el Museo de Arqueología, Antropología e Historia Juan José Vega Llona, sin ser arqueólogo al igual que yo. Y, como me pasó a mí, fue criticado por muchos académicos. Una vez quisieron quitarle sus piezas, por lo que intervine y exigí apoyo de su alcaldía. Aparte de él, también conocí a quienes cuidaban la huaca Paraíso y los petroglifos de Checta. Me enteré de que el INC les ofreció 500 soles mensuales por su trabajo pero al final no les entregaron nada.

Maqueta de la parroquia de San Pedro de Carabayllo.
Maqueta de la parroquia de San Pedro de Carabayllo.

¿Qué falta para que cambie este panorama donde la cultura pasa a un segundo plano?

Los museos son espacios valiosos en medio de las ciudades. Custodian y preservan los vestigios de culturas milenarias. Nos muestran el ingenio, el arte y la cosmovisión del hombre en su etapa inicial y sensibiliza a las nuevas generaciones en el amor por lo nuestro. El Ministerio de Cultura debería dar facilidades y apoyar a los que, sin ser académicos, dedican su tiempo y energía a la gestión del patrimonio. Deben atender las propuestas de los que tienen ideas y proyectos en lugar de menospreciarlos.

Dejando de lado los sinsabores, ¿qué satisfacciones le ha dado su ocupación?

Me siento tranquilo de ver que lo que yo estaba haciendo era algo bueno. Valió la pena dedicar más de 31 años de vida al patrimonio cultural dirigiendo mi Centro Cultural Proyecto Collique Monumental y mi Museo de los Colli. He conocido a muchos investigadores reconocidos y varios han sabido apreciar mi labor. Una de ellas fue la historiadora María Rostworowski. Yo le llevé un ejemplar de mi texto “Los colli del valle del río Chillón”. Tras leerlo, me preguntó de dónde había sacado toda esa información. Le conté que eso era fruto de la inspección del terreno y de la interpretación de las leyendas de divinidades costeñas preincas. Me felicitó por mi trabajo. Más adelante la visité más veces en su oficina del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Le proporcioné información que ella desconocía como la ubicación real del centro mágico religioso de Comicay o que los collique no dirigieron un señorío, sino una confederación de pueblos del valle.

Para finalizar, ¿cuáles son las fuentes que podría consultar alguien con el deseo de conocer más acerca de esta cultura?

Acerca de los collique hay pocos libros y datos. Se observan poblados con el nombre ‘Collu’ en diversos lugares del valle del río Chillón y en el del río Rímac. En el archivo del Arzobispado de Lima se les menciona. Aparecen también en mitos y leyendas, pero no hay datos acerca de su origen, ni de cómo eran, ni cómo vivían, ni dónde se situaban sus actividades ceremoniales. Hay algunos libros que hablan de curacazgos desperdigados en los valles del Chillón, Rímac y Lurín que son coetáneos a los collique. Entre estos libros están “Señoríos indígenas de Lima y Canta”, “Costa peruana prehispánica” de Rostworowski. O “El antiguo combate de Huarochirí” de Roger Ildefonso Huanca. De igual manera pueden consultar mi ensayo “Los colli del valle del río Chillón” que ofrece una reconstrucción de su historia desde los orígenes hasta su apogeo y posterior decadencia.

MÁS INFORMACIÓN

El catálogo de cerámicos en venta de Enrique Niquín puede encontrarse en su página de . También se le puede llamar directamente al 986-388-583

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