“Nunca ha habido un policía negro en esta ciudad”, le dicen las autoridades de Colorado, a mediados de la década del setenta, a un sorprendido Ron Stallworth. “Creemos que puedes ser el hombre que abra las puertas por aquí”. Líneas que presentan al nuevo héroe de quien es, con seguridad, el realizador afroamericano más audaz, prolífico y militante del cine norteamericano desde los años ochenta –cuando daba sus primeros pasos con títulos ya clásicos como “Nola Darling” (1986) o “Haz lo correcto” (1989)–.
Spike Lee no es nuevo en el trabajo biográfico sobre los nombres que hicieron la historia de la lucha de los derechos de las minorías en Estados Unidos. De hecho, su película consagratoria en Hollywood, “Malcolm X” (1992), es un biopic que permite ver la transformación tanto política como psicológica de una sociedad. Y en ese sentido, “El infiltrado del KKKlan” es la otra cara de “Malcolm X”: en lugar del tono dramático, Lee escoge la tesitura cómica, irónica, sarcástica, casi se diría “tarantinesca”.
La historia funciona como comedia desde su anécdota de base: el detective negro Ron Stallworth (John David Washington) se hace pasar, en su comunicación telefónica, por un hombre blanco, con el objetivo de entrar al Ku Klux Klan (K KK). El elegido en la tarea de ser el que, bajo su nombre, pueda ingresar al KKK, es su colega Flip Zimmerman (Adam Driver). De ascendencia judía, Flip acepta la misión no sin ciertas dudas y temores.
Lee está lejos de querer emular al director de “Tiempos violentos”. Si bien la historia de Ron y sus amigos de la división de agentes encubiertos es humorística y llena de referencias a la cultura popular –sobre todo a títulos de la serie B de los setenta dirigida al público negro (la llamada “blaxploitation”), como “Shaft” o “Superfly”, “El infiltrado...” es, sobre todo, un fresco multiétnico que permite explorar conflictos de otra naturaleza: los morales, los íntimos, los que pesan en las conciencias de los personajes.
La película, de hecho, tiene varias capas. En la superficie, vemos lo que esperábamos en un filme de Lee: discursos de propaganda que vienen de las ideologías del Black Power (Poder Negro) –donde resuenan movimientos actuales como el Black Lives Matter–. Por ejemplo, el discurso que Stallworth escucha en una de sus misiones encubiertas antes de entrar al KKK. Pero ese es un primer nivel de comunicación. Detrás del panfleto, la cinta irradia niveles de expresión sutiles, a veces indirectos, mucho más ricos.
De hecho, hay más de una infiltración. La primera inmersión transgresora de Stallworth es la de ser policía y a la vez “negro”; para la mayoría de policías de Colorado, algo inadmisible por naturaleza. Otra infiltración, menos evidente, es la del mismo Stallworth en el colectivo antisistema Black Power. Será la bella Patrice (Laura Harrier), líder e intelectual del movimiento rebelde, quien interpele a Stallworth por la aparente incoherencia de ser un agente del gobierno y, a la vez, un comprometido con la causa afroamericana.
A Lee se le podría criticar cierta redundancia retórica, pero no sabiduría e inteligencia fílmica. En todo momento, hace reflexivo el uso político del cine. Por ejemplo, cuando la banda del KKK tiene una función privada de “El nacimiento de una nación” (1916) de D. W. Griffith: hito inventivo de la gramática fílmica de Hollywood y, a la vez, canto épico y nacionalista de los supremacistas blancos. Por otro lado, la secuencia final, de imágenes documentales, hace pensar en el poder ético de la imagen, y a la vez, en la plena actualidad del segregacionismo. Lee no solo entrega así una divertida película policial. También reflexiona sobre el racismo desde una meditación sobre la historia y esencia del cine mismo.
MÁS INFORMACIÓN:
Puntuación: 3.5/5
Título original: "BlacKkKlansman".
Género: biografía, crimen, comedia.
País y año: EE.UU., 2018.
Director: Spike Lee.
Elenco: John David Washington, Adam Driver, Laura Harrier.