Sebastián Pimentel

Gracias a un efectivo corto de cinco minutos titulado “¡Ataque de pánico!” (2009), en el que unos robots gigantes destruían Montevideo, el uruguayo Fede Álvarez llamó la atención de Sam Raimi (“Spiderman”, 2002; “Arrástrame al infierno”, 2009), uno de los grandes de Hollywood, quien decidió contratarlo. Casi siete años después, Álvarez cuenta ya con dos largometrajes: “Posesión infernal” (2013) –un ‘remake’ del clásico de horror homónimo de Raimi– y “No respires”.

No respires” es todo lo contrario a “Posesión infernal”. Lejos del despliegue barroco de una cinta de horror que se sabe tal y que no deja de hacerle guiños a los fans del gore –ese subgénero abundante en sangre y vísceras–, Álvarez vuelve a las fuentes ya no del exceso, sino de la contención.

Eso sí: los personajes que le interesan son los mismos. Como renacidos de los mundos inventados no solo por Raimi, sino por Wes Craven (“Pesadilla en Elm Street”, 1984) y John Carpenter (“Halloween”, 1978), la cámara se identifica con tres jóvenes listos pero algo perdidos, muchachos que quieren pasarla bien y no dejarse morir lentamente en las calles de Detroit. La elección de la ciudad no es casual. Antigua meca industrial, Detroit es hoy una ciudad abandonada y que lucha por salir de una larga quiebra.

Álvarez sitúa algunos caracteres psicológicos y sociales. Rocky (Jane Levy) vive con su madre en una casa rodante. No tiene dinero y quisiera huir con su pequeña hija de la realidad que la tiene prisionera. A ella se suman Money (Daniel Zovatto), su novio, vehemente aprendiz de pandillero aunque, salta a la vista, muy ingenuo. El tercero es Alex (Dylan Minette), el cerebro del trío, hijo de una familia acomodada, aunque algo díscolo y secretamente prendado de Rocky.

Muy pronto nos damos cuenta de que las relaciones entre los tres chicos no son muy sólidas. Rocky parece pensar solo en ella y en su hija. Money, por su parte, se ha dado cuenta de que Alex está interesado en su novia. En medio de esa inquietante atmósfera, deciden dar un último golpe: robar la casa de un viejo ex soldado de infantería que se ha quedado ciego. Por primera vez, en lugar de hurtar objetos, pretenden hacerse de una cuantiosa suma amasada por el inválido.

Lo que sigue será la inmersión en una madriguera insólita hecha de varios niveles de oscuridad y breves destellos de luz. La poética de Álvarez no es nueva. Al igual que Jaume Collet-Serra, otro hispanohablante importado por Hollywood, es un aplicado alumno de Hitchcock. En el caso de “Miedo profundo”, se trataba de generar suspenso en un espacio solar, abierto, como es una playa desierta. En “No respires” se trata de un espacio sellado, hermético, oscuro, donde los ‘buenos ladrones’ se esconden de un temible hombre en completo control del territorio.

La inversión de roles es una de las constantes del filme, es cierto. Pero lo interesante de este extraño ciego –interpretado con siniestra elegancia por Stephen Lang– es que tiene buenas razones para estar furioso. Y en un punto, cuando toda moral empieza a diluirse, no hablamos de personajes sino de subterfugios, de acechanzas invisibles, de silencios absolutos y terribles. Hace mucho que una película no se atrevía a usar el suspenso con tanta pericia, retando nuestra inteligencia y, por último, haciendo de la sobrevivencia una gesta heroica de cuerpos contorsionados, la experiencia de una desesperación infernal. 

LA FICHA:

Título original: “Don’t Breathe”.
Género: thriller, horror.
País y año: EE.UU., 2016.
Director: Fede Álvarez.
Actores: Jane Levy, Stephen Lang, Daniel Zovatto, Dylan Minnette.

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