“Todos cargamos un muerto”, por Renato Cisneros
“Todos cargamos un muerto”, por Renato Cisneros

1) En 1995 voté por primera vez. Lo hice por Javier Pérez de Cuéllar, candidato de Unión Por el Perú. No solo estaba convencido de que era necesario que Fujimori diera por concluido su quinquenio en el gobierno, sino que además mi padre era parte de la lista congresal de UPP, así que el 9 de abril me apersoné al Colegio Adventista de Miraflores y marqué esa sigla en todas las casillas de la cédula. Debuté con derrota por partida doble: Fujimori ganó con 64% en primera vuelta, y a mi padre no le alcanzaron los votos para entrar al Senado.

2) En las elecciones del 2000, cuando la dictadura fujimorista se hallaba en su hora más negra, voté por Alejandro Toledo. Tras el flash, el caudillo de Perú Posible obtuvo un 48% (frente a un 42% de Fujimori), pero luego los resultados sufrieron un vuelco inesperado y el ‘Chino’ acabó ganando por siete puntos (49% contra 42%). Visto en el tiempo, considerando que ni antes ni después de aquellos comicios se produjo tal margen de error en los resultados a boca de urna, resulta clarísimo que se perpetró un fraude monumental. El ‘Cholo’ Toledo lo entendió ese mismo día y pidió a los ciudadanos anular su voto en la segunda vuelta. Fujimori entonces sacó una ventaja amplísima (51% versus 17%), pero el voto nulo de protesta alcanzó un récord histórico: 30%.

3) En el 2001 voté por Toledo en las dos vueltas. No había que pensarlo demasiado. Fujimori ya se había fugado y la sola presencia de Alan García en el balotaje era una insolencia histórica. Fue mi primera victoria como elector. Hoy, sin embargo, me parece mentira haber respaldado tres veces a un hombre que muy rápidamente olvidaría las circunstancias excepcionales que propiciaron su arribo al poder, para acabar convertido en esto que hemos visto en los últimos meses: un adulto mayor desatinado, beodo, apenas trascendente en el bajo fondo de los memes y los gif.

4) Pero como ningún palmarés es impecable, en el 2006–Dios, si existes, apiádate de mí– voté por Alan García en la segunda vuelta. En la elección primigenia apoyé a Lourdes Flores, pero ‘Lulú’ –rodeada entonces de los Woodman y los Cataño– quedó fuera del round final por 0,6%, y dejó a sus votantes en la horrible encrucijada de tener que optar por la versión más incendiaria de Ollanta Humala o por el líder aprista, que venía mendigando una segunda oportunidad para reivindicarse del ‘Aprocalipsis’ de los 80. Como otros, creí en ese discurso y entré a la cámara secreta con una bolsa de emergencia, puse una equis sobre la estrella y salí corriendo. Al final, gané pero perdí. Ese voto es mi mácula. Hoy, ante la mención de términos como ‘Baguazo’ o ‘Narcoindultos’, algo arde en mi conciencia.

5) A pesar de que en las redes sociales recibo cariñosas acusaciones por haber supuestamente votado por Humala el 2011, no fue así en absoluto. Llegué a la segunda instancia en calidad de pepekausa desengañado y vicié mi voto dibujando alrededor de los rostros de los dos candidatos finalistas (Ollanta y Keiko) unas bonitas ilustraciones pornográficas que, me pareció, sintonizaban con mi pensamiento crítico de ese momento. Igual me sentí derrotado.

Mañana debo tomar un avión tan temprano que no me dará tiempo de acudir a mi local de sufragio. Lo digo con alivio. Desde el cielo confiaré en que el autoritarismo será puesto a raya. Cuando desocupe el avión, ya habrá resultados iniciales. Espero con angustia la orden de aterrizar.

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