Nadie sale ileso de un padre vivo. Kafka se sentía un insecto al lado de su progenitor y ya sabemos cómo empieza “La metamorfosis”. Desde Urano, Cronos y Zeus, que devoran a sus hijos para perpetuar su reinado celestial, hasta nuestro Nobel de Literatura, cuya obra cuaja a partir del miedo por “ese señor que era mi padre”, la sombra siniestra del papá crece como la del rey Hamlet sobre su hijo, el príncipe huérfano. Orfandad desde la que después escribirán Paul Auster, Philip Roth y Richard Ford para sanar su ausencia. O el abandono, en el caso de Kureishi y Fuguet.
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Borges dirá, en cambio, que fue su padre quien le reveló el poder de la poesía, su simbolismo y musicalidad. Faro inmemorial o maldición eterna, la figura paterna gravita en cada página de la literatura universal. Para un impacto que se desplaza de diferentes maneras a través de cuentos, novelas y poemas. Y se perpetúa, por ejemplo, en la memoria de dos poetas y tres narradores peruanos.
Alejandro Neyra. Narrador y Ministro de Cultura
Edward Sansom, el padre de Joel Knox en “Otras voces, otros ámbitos”, de Truman Capote (que leí hace poco). Porque es una presencia ausente –valga el oxímoron–, un misterio (como es todo padre finalmente) para un adolescente en busca de su propia personalidad, en una vieja casa de Nueva Orleans de los años 40. Cuando el joven Joel descubre por fin quién es su padre, se dará cuenta de que la vida es siempre más compleja de lo que parece.
Gustavo Rodríguez. Narrador
Cuando era un chiquillo y leí por primera vez “Los miserables”, conocí a un Jean Valjean insobornable que, por algún tipo de llamado divino, era capaz de hacer cualquier sacrificio para vivir con rectitud. Cuando volví a encontrármelo mucho después, me quedó claro que su evolución es inverosímil sin la adopción de Cosette. Tres hijas entre ambas lecturas me obligan a estar triplemente seguro.
Luis Nieto. Narrador
El personaje paterno que más me impresionó sale no de las páginas de una novela sino de un libro de memorias, “El pez en el agua”, de Mario Vargas Llosa. Hasta los 11 años, MVLl creía que su padre había muerto. A esa edad, su madre lo llevó a conocer al hombre que la había abandonado embarazada de cinco meses. El retrato que muchas décadas después pinta el escritor no escatima los tonos oscuros: básicamente estamos ante un hombre de buena apariencia, pero profundamente acomplejado por su origen social, un “cholo resentido”. Los tres años que vivió al lado de su padre fueron para el muchacho el descubrimiento de “la crueldad, el miedo y el rencor”. Algo bueno, sin embargo, sacó de esa amarga experiencia, pues cuenta que sin el desprecio de su padre por la literatura quizás él no hubiera perseverado en esa vocación.
Alonso Rabí. Poeta
Goriot, en la imaginación de Balzac, es un comerciante venido a menos, y padre de dos mujeres que pertenecen a las altas esferas de la nobleza y que solo acudirán a él en busca de ayuda económica. A pesar de todo, el empobrecido comerciante hará denodados esfuerzos por complacer la veleidad de sus hijas, pero todo termina para él en un ataque de apoplejía y un entierro gracias a la caridad de Rastignac. Sus hijas nunca aparecen. El mundo de Balzac es un universo en el que se encuentran en tensión permanente el interés económico como mediador de relaciones y valores morales que funcionan como pararrayos ante la amenaza de la mercancía. En ese mundo, Goriot ve frustrado el anhelo de reunirse nuevamente con sus hijas, que lo desprecian pese a que él conoció la quiebra y la miseria por financiar sus dotes de matrimonio.
Carlos López Degregori. Poeta
En “La carretera”, Cormac McCarthy estructura, a partir de un largo diálogo en un mundo apocalíptico, una historia de amor y protección que incorpora, además, el aprendizaje de la resistencia y la fe en una utopía. En “No oyes ladrar los perros”, de Rulfo, un padre lleva sobre los hombros al hijo bandolero, que está herido y moribundo. Solo se escucha la voz del padre que oscila entre la responsabilidad y la recriminación. Al llegar a la última frase del relato comprobamos que el padre es padre por sobre todas las cosas. En “Ordesa”, de Manuel Vilas, me parece interesante la reconstrucción de la vida del padre a través de recuerdos distorsionados. Pero me quedo con un poema de Pablo Guevara: “Mi padre, un zapatero”: “Tenía un gran taller. Era parte del orbe/ Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos, / él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida. / Nadie estaba a su lado. Nadie / Más allá de la alcoba, amigos y familia, / qué sé yo, lo estrujaban. / Murió solo y conmigo. / Nadie se acuerda de él”.
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