Dice Grace Gálvez (Lima, 1985) que se enamoró de la poesía a los 10 años, cuando encontró un poema transcrito por su padre en una máquina de escribir. Al poco tiempo conoció la obra del chileno Pablo Neruda –del que hoy se ha convertido en una especialista– y nunca más pudo desprenderse de los versos en sus múltiples y variadas formas. Leyó y escribió poesía siempre, como una ceremonia privada a la que asistía con devoción.
Pero no fue hasta el 2019 que encontró algo cercano a un libro, una obra de apariencia redonda. Y la perfeccionó gracias a una maestría en Escritura Creativa que siguió en la Universidad San Marcos. El resultado es “El cielo en la tierra” (Ciudad Librera, 2023), un poemario que recorre con naturalidad y honestidad los senderos sinuosos del amor. De eso hablamos con ella.
–Le preguntaba lo mismo a un cantautor el otro día: ¿cuán vigente es escribir sobre el amor en tiempos en que el amor romántico parece desacreditado?
Efectivamente, vivimos tiempos de amor líquido, como plantea Zygmunt Bauman. Un amor fugaz, que, así como llega de pronto, se va de pronto. Pero yo todavía me aferro a la idea de un amor que pueda sostenerse en el tiempo, con trabajo y sobre todo con libertad. Mi teoría es la teoría de “La llama doble”, de Octavio Paz, definitivamente. Un amor al que uno está destinado, pero que a la vez elige con libertad. Es como un oxímoron. Y creo que justamente en estos tiempos actuales es cuando más debemos aferrarnos a esta clase de amor sano y que se pueda sostener en el tiempo con trabajo, con dedicación, con esfuerzo. No creo que el amor llegue porque tienes suerte. No es suerte; se trata de una elección libre, tras haber pasado por distintas experiencias que te llevan a encontrar algo o a seguir en la búsqueda. Algo que se ha dicho sobre mi poemario es que hablo de un “amor del bueno”, de un amor al que le va bien. No de un amor unilateral o insano.
–Y, sin embargo, le das al poemario una estructura de cielo, tierra e infierno. ¿Por qué esas tres etapas?
Porque son distintos momentos del amor. En “El cielo”, se muestra cómo empieza toda relación, con la ilusión o la admiración hacia la otra persona; esa felicidad que uno siente en los primeros momentos, cuando está enamorado. Es la etapa más hermosa de la relación. Pero después de eso, mi libro es un descenso. Bajo a la tierra, que es como estrellarse contra la realidad, contra las imperfecciones de la otra persona. Cuando te das cuenta de que van a existir peleas, encontrones. Y luego sigues descendiendo hasta el infierno, donde está el lado más erótico del amor, el más íntimo. Pese a todo ello, yo cierro el poemario con un epílogo. Porque si durante todo el libro hablo de un nosotros, en el epílogo la voz poética se libera. Incluso contradigo el epígrafe nerudiano que está al inicio, que dice que “hay algo más importante que tú y que yo”, que es el “tú y yo”. En contraposición a eso, al final del libro solo estoy yo.
–Por otro lado, hay un verso que dice: “Qué difícil es inspirarse cuando una es feliz”. ¿La infelicidad es mejor combustible para la creación?
Definitivamente. Lo dicen los mejores artistas. Hasta a Charly García se lo he escuchado, que la tristeza y la desesperanza te hacen inspirarte más. En mi caso también sucede así. Cuando recibo estos golpes de felicidad, es un poco más difícil para mí escribir que cuando recibo los golpes duros de la vida: la infelicidad, la tristeza, la decepción. Creo que allí es cuando he podido crear con mayor facilidad. Porque yo soy de las personas que escriben cuando se inspiran. Sé que hay artistas que tienen que procesar las cosas que les pasan, pero en mi caso no es así. Yo siento la punzada del dolor y mi catarsis es escribir.
"Creo que la poesía, además de ser bella, de ser un lenguaje único, es también útil. Debe ser útil y debe ser usada".
–Una curiosidad, ya que tú eres correctora de estilo: ¿puede llegar a haber tensión entre la rigurosidad de la corrección y la libertad o las licencias del lenguaje poético?
Bueno, todo corrector profesional sabe que a la hora de abordar la poesía tiene que zafarse un poco de todas las reglas y las normas. Eso ocurre con la literatura en general, porque tiene licencias, pero con la poesía más todavía, porque el lenguaje es totalmente distinto. Para empezar, porque es verso, no prosa. Entonces yo traté de hacer lo mismo con mi poesía, pero inevitablemente surge mi gran respeto por la puntuación. Por allí me he liberado de algunas cosas, gracias también a los comentarios de mis compañeros de la maestría, que tienen otra mirada. Había pintores, ingenieros, gente que venía de otras carreras, y es gracias a esos ojos, y a que debemos tener apertura, que puedes zafarte de eso. En mi caso, aunque soy muy estructurada, sí entiendo como profesional que la poesía es mucho más libre.
–El libro incluye también unas acuarelas pintadas por ti misma. ¿De qué manera buscaste que dialogaran con los poemas?
Cuando empecé a concebir el libro como algo real y publicable, en mi mente también estaba el tema de la pintura, específicamente de las acuarelas, porque es mi técnica favorita. Primero pensé en contratar a alguien que preparara pinturas para cada sección del libro, pero luego me animé a intentarlo yo, porque había llevado algunos talleres de acuarela. Al principio traté de pintar lo que tenía en la cabeza, pero no me salía nada que me satisfaga. Hasta que una noche comencé a pensar en cómo está concebido el poemario, en el hecho de haberlo escrito con mis propias manos, y que también aborda el tema del cuerpo. Es así que se me ocurrió pintar con mi propio cuerpo, para que hubiera un diálogo más fuerte entre lo escrito y lo pintado. Así empecé a jugar: me encerré con mis acuarelas, agua y pinceles, y empecé a pintar. Yo soy una persona muy organizada, que planea todo, pero cuando pinté no había planeado nada específico. Solo utilicé mi cuerpo, empecé a fluir y fue un proceso que me fascinó. Convoqué a algunos amigos artistas que me dieron algunos consejos, y continué. Al final seleccioné los que podían ir en el poemario, y salió. Incluso la portada lleva una de esas acuarelas, que me parece muy precisa.
–A la par, también eres una difusora de la poesía, con el programa Poeta Armada. ¿Cómo encuentras el estado del ‘consumo’ (palabra fea) o de la lectoría de poesía en la actualidad?
Yo he escuchado a muchos poetas quejarse de eso, y es algo que también siento: que los poetas solamente nos leemos entre poetas. Que a los recitales solo van los poetas y sus amigos. Y ese es un problema, porque yo creo que la poesía se debería masificar, así como se masifica la música, por ejemplo. Con esta idea es que yo creo este programa “Poeta Armada”. Porque lo que yo veía era a literatos, personas muy especializadas, que abordaban el poema desde la estructura, la métrica, la rima, los versos yámbicos, etc. Un lenguaje que solo puede entender una persona que tiene estudios en literatura. Pero yo quería acercar la poesía a la gente. Que la poesía, así como yo la sentí cuando tenía 10 años, fuera algo fabuloso, que te emocionara al punto de hacerte llorar, sonreír o estremecer. Y eso es lo que intento cada sábado con “Poeta Armada”. Al inicio yo juraba que solamente me iban a ver mi mamá y mi esposo, pero después me sorprendió la cantidad de gente que se iba sumando. Gente que me escribía, que me compartía sus poemarios, que me preguntaba mi opinión o que me dice que quisieran escribir. Y se empiezan a animar porque se dan cuenta de que no están tan alejados de ello. Y eso trato: acercar la poesía, porque creo que la poesía, además de ser bella, de ser un lenguaje único, es también útil. Debe ser útil y debe ser usada. Regalar un poema es algo que debería ser más común. Regalar un poema emociona.
Autora: Grace Gálvez
Páginas: 56
Editorial: Ciudad Librera