A Freire lo obligaron a utilizar un parche en uno de los ojos para tratar de alinearlo. El precario tratamiento nunca funcionó (Foto: Hugo Pérez)
A Freire lo obligaron a utilizar un parche en uno de los ojos para tratar de alinearlo. El precario tratamiento nunca funcionó (Foto: Hugo Pérez)
Juan Carlos Fangacio

"Crecí con dos miradas, una para la derecha y otra para la izquierda. Dicho de otra manera, crecí bizco", empieza contando Luis Freire Sarria (Lima, 1945) en "El bizco de la calle Roma", conjunto de relatos en los que reflexiona sobre su estrabismo con enorme sentido del humor y convierte en ficción (e incluso en fantasía) sus recuerdos infantiles. Un libro que, sin dudas, se ubica entre los más divertidos del año. Medio en serio, medio en broma, conversamos con él.

—¿El libro se burla de la presunta veracidad de la llamada autoficción?
Sí. De hecho ya lo había hecho en "El sol salía en un Chevrolet amarillo" (2005), con mis años de adolescencia en Chaclacayo. Y lo presenté como autoficción, incluso cuando el género no estaba tan de moda. Yo simplemente uso el material biográfico como punto de partida para inventar cualquier cosa. No me interesa ser fiel a la realidad. Incluso hay relatos en los que llego a la ficción extrema, fantástica.

—¿Siempre tomaste con humor tu estrabismo?
A mí me operaron de un ojo a los 7 años, y del otro a los 21. Me hicieron ejercicios para alinearlos, pero nunca lo lograron. O quizá yo nunca hice el esfuerzo necesario. Pero nunca fue un problema para mí, nunca me importó. Nunca me pasó nada por ser estrábico. En el cuento mi personaje recibe palizas. A mí me han dicho que también me pegaban, pero no me acuerdo.

—Hay varios personajes a los que les falta algo, ¿no? A uno le falta una oreja…
Eso es cierto. Yo tenía un amigo al que le faltaba una oreja de nacimiento. No sé si oía o no. Éramos muy amigos en Chaclacayo, él escribía poesía, pero creo que la dejó por temor a la pobreza que esta podría implicar. Luego estudió Economía.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

—También dices que te falta un testículo.
Sí, eso también es cierto. Me falta un testículo. Lo perdí por un golpe a los 14 años. Salté a una piscina, abrí mucho las piernas, me golpeé y se inflamó. Lo tuvieron que sacar. Pero tener un testículo es igual a tener dos. Hasta te mejora la próstata. Y tampoco afectó mucho mi personalidad. Pese a ello, hay personas a las que estas cosas sí les arruinan la vida. A mi amigo lo atormentaba la falta de una oreja. Y sin embargo se quedó con la chica más deseada de Chaclacayo, una brasileña.

—¿Sabes qué me pasa? Que cuando miro a un estrábico no sé adónde mirarlo.
Claro, es que un ojo se fija y el otro se va. La mirada normal tiene que enfocar los dos ojos para medir bien las distancias. Pero cuando eres estrábico las distancias no las mides correctamente, sino solo con uno. Eso hace que el cerebro, por economía, deje de usar un ojo, lo abandone. Y el ojo abandonado se debilita. Mi ojo débil es el derecho, y por eso tiene problemas de degeneración macular. Es por la edad también. Pero cuando alguien me mira, yo puedo usar indistintamente un ojo o el otro. De lejos veo mejor con el izquierdo, y de cerca con el derecho.

—¿Tu sentido del humor se despliega solo al escribir? ¿O también eres buen conversador?
No, no soy un buen conversador. Generalmente necesito que otros conversen para yo hacer acotaciones. Soy más bien medio mudo. No cuento buenos chistes, por ejemplo. Además, mi humor no es un acto deliberado, es una consecuencia de mi tipo de imaginación. Se me ocurren cosas que resultan ser humorísticas, y otras que no lo son tanto. Pero nunca me digo "voy a escribir con humor". Simplemente escribo. Y todo resulta espontáneo.

—La literatura peruana no se ríe mucho, ¿no?
No se ríe nada. Nadie se ríe acá. En la vida cotidiana, la gente siempre se está vacilando, son graciositos, las chapas son muy buenas. Pero a la hora de escribir, los escritores se ponen muy serios. Sienten que el Perú está lleno de problemas terribles, que suponen que deben tratarse seriamente.

—Ya no existen publicaciones como "Monos y Monadas" o "El Idiota Ilustrado", en las que trabajaste. ¿A qué lo atribuyes?
Es difícil que existan porque ahora el humor está en Internet. Los memes son a veces muy buenos. Es un humor diario, inmediato. También tienes las fotos trucadas, que antes eran muy difíciles de hacer, a través de montajes y collage. Esas revistas, además, tenían un público limitado, nunca fueron tan populares.

—Tengo la teoría de que el humor también pierde terreno por el humor involuntario de nuestros políticos, por ejemplo.
Pues sí, aunque ese humor también da rabia. Uno no puede evitar burlarse y renegar con lo que dice Becerril o con las 'betetadas' de Karina Beteta.

—¿Y qué te parece el humor de una publicación como "Charlie Hebdo", que desató la furia de fanáticos islámicos?
Bueno, lo de ellos es un humor totalmente anarquista, que no respeta nada. Y yo sí creo que hay que respetar ciertas cosas. Porque si destruyes todo, ¿en qué te apoyas para reírte de aquello que estás destruyendo? Ellos retaron inclusive a la muerte.

—En el otro extremo está la corrección política. ¿Se están dando pasos atrás en ese sentido?
Ese es un fenómeno muy estadounidense, muy purista. La corrección política también es propia de fanáticos. Porque el fanático no tiene sentido del humor. Lo suyo es una forma de totalitarismo. Igual todo hay que verlo con sus matices. Depende de quién sea el sujeto burlado y cómo se burla uno de él. El humor es un tema espinoso y hay que tratarlo con cuidado.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

DATO
Título: "El bizco de la calle Roma".
Autor: Luis Freire Sarria
Editorial: Emecé Cruz del Sur
Páginas: 210

Contenido sugerido

Contenido GEC