José Silva

Durante un año, Francesca Uccelli y Mariel García Llorens acompañaron a ocho jóvenes –cuatro hombres y cuatro mujeres-- de entre 18 y 24 años que viven en los distritos de Chorrillos, Rímac, Villa El Salvador, Magdalena y Comas. El objetivo fue determinar cómo estos peruanos pertenecientes a la clase media emergente sortean sus problemas cotidianos en lo económico, en lo educativo y en lo social. El resultado de este estudio etnográfico exploratorio fue publicado recientemente por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) bajo el título “Solo zapatillas de marca. Jóvenes limeños y los límites de la inclusión desde el mercado”.

Las investigadoras agruparon a los jóvenes en cuatro categorías: los que solo estudian, los que solo trabajan, los que estudian y trabajan y los que ni estudian ni trabajan. Cada uno de ellos tiene una trayectoria de vida distinta y antecedentes familiares específicos que, de alguna u otra manera, influyen en su presente y en las posibilidades de encarar el futuro.

Conversamos con Francesca Uccelli, antropóloga de la PUCP, magíster en Educación y Desarrollo Humano por la Universidad de Columbia, investigadora principal de IEP y co-autora de esta interesante publicación. [Mariel García Llorens es licenciada en Comunicación por la PUCP y actual estudiante del doctorado en Antropología por la Universidad de California, Davis].

-¿Cuál fue el objetivo que usted y Mariel García se plantearon al inicio de su trabajo?

Lo que nos interesaba era ver a los jóvenes como una ventana para analizar la sociedad. Desde el IEP siempre estamos estudiando la zona rural, la desigualdad, la exclusión y  a veces hemos dejado de lado ciertas zonas más urbanas. Y el Perú hoy es mucho más urbano. La idea era ver a los jóvenes urbanos que están mucho mejor que los rurales pero que a veces se les invisibiliza. Queríamos ver sus trayectorias y saber cómo están sorteando la vida, tanto a nivel educativo, laboral, de consumo y también en lo político.

-Entonces son chicos que pertenecen a la clase media pero con posibilidades de caer a la pobreza…

Exacto. El grupo de estos jóvenes pertenece a familias con dos ingresos mínimos. Nos enfocamos entre los que tienen ingresos familiares entre 1400 y 3000 mil soles.

-¿Llegan a ser conscientes estos jóvenes de que su situación económica no les permite acceder a una educación de calidad y por ende sus posibilidades de encontrar un buen trabajo se reducen?

Hemos visto sus trayectorias durante un año pero las reconstruimos desde la primaria. Lo que hace la metodología  es dos cosas: lo que ellos dicen y lo que hacen, porque no siempre esto está en perfecta armonía. Las trayectorias muestran una gran valoración por la educación privada, pero también muestran que estas familias no pueden sostener a los jóvenes en dicha educación. Así que todos, salvo un caso, han estado alguna vez en una escuela privada, pero siempre terminaron volviendo a la pública por problemas económicos. Luego vemos que los jóvenes que quisieron estudiar educación superior se encuentran con enormes barreras. Los cuatro que están en este grupo pasaron por el choque de sentir que su nivel de preparación no era suficiente para postular. Es algo muy complejo. Experimentan la desigualdad en la educación que reciben pero no hay (en ellos) una elaboración mayor sobre eso. Y eso lo vemos en varios de los capítulos del libro. Esta idea de que el éxito es resultado de uno mismo impide una reflexión más crítica de otras cosas.

-¿Influye en esto el nivel de instrucción de los padres? Si un joven tiene a su papá con carrera universitaria, ¿se verá más motivado a seguir sus pasos?

Sí. En el estudio también contrastamos las trayectorias educativas de los padres con sus hijos. Entonces, por supuesto que todos los jóvenes han alcanzado mayores niveles educativos que sus padres. Muchos (de los papás) tuvieron primaria o secundaria incompleta y muy pocos tenían educación superior. En ese sentido, hay una movilidad ascendente de los chicos. No obstante, la escuela pública hoy no es la misma. Antes pocos completaban su educación básica (escolar), pero los que la culminaban tenían una preparación mucho mejor (a la de sus hijos). Es un tema complicado. Por otro lado, en términos de si están más motivados o no a seguir estudios superiores, se ve que sí. Hay una doble mirada: están más motivados pero depende del éxito del padre hoy. Tenemos casos distintos como, por ejemplo, familias en donde los padres tuvieron primaria o secundaria incompleta y que sus hijos hoy estudian educación superior y apuestan por ella. También hay otros (padres) que han estudiado más pero que su situación no es tan buena. Eso parece desanimar a los chicos y hacerlos pensar que el esfuerzo no le dará siempre mejores resultados.

-El libro también habla del empleo. ¿Cómo se manifiesta el cruce entre el trabajo precario de los chicos y su necesidad natural por disfrutar de su tiempo libre?

Los jóvenes tienen una oferta formal de trabajo muy reducida y una informal mucho más amplia. También hay mucho autoempleo y, en forma no menor, una oferta (ilegal), que puede ser atractiva porque supone un ingreso económico rápido con poco esfuerzo. Pero inclusive el trabajo formal es también a veces precario. Desde chicos que trabajan y no les pagan, horarios interminables, jornadas sin derechos laborales o vacaciones. Algunos trabajos reúnen incluso todas las precariedades. Pero en términos del ocio y el consumo, es que estos jóvenes sí se dan un tiempo para el ocio. Incluso los más exigidos –jóvenes que estudian y trabajan—tienen momentos de ocio y de diversión. Y lo que dicen es “los gustitos me los doy”.

-¿Qué les ofrece el consumo a estos chicos?

El consumo les ofrece lo que nos ofrece a todos. Y en los casos estudiados hay diversidad de ingreso y de necesidades. Hay jóvenes dependientes: solteros y sin hijos. Y otros dos relativamente independientes: dependen de su familia de origen pero ya tienen familia, por lo que su nivel de demanda es distinto. Pero todos tienen esta necesidad de consumo. Por eso el título del libro es “Solo zapatillas de marca”. Una de las chicas, que es independiente, vive en una zona fuera de Lima. Invadió un terreno en Punta Hermosa. Vive con su pareja y sus dos hijos en condiciones peores a las que vivía con su mamá. Ella dice “yo solo me compro zapatillas de marca”. Y es algo que hacen todos. Esta chica decía que “la ropa o la mochila podía ser bamba, pero las zapatillas tenían que ser de marca”. Eso lleva  a un consumo no solo por distracción. El consumo es identidad, es algo igualador. Es muy distinto sacar (de tu bolsillo) un celular de un tipo que de otro. Aunque no tengas saldo, te coloca en una situación distinta. Y estos son jóvenes de clase media con aspiraciones de clase media, de diversión, de consumo, y eso marca una identidad global. Es algo propio de la generación y algo también de clase.

-¿Cuáles son los límites de lo que ustedes llaman en el libro “inclusión desde el mercado”?

En el sentido de la zapatilla o el teléfono celular, cualquiera de estos objetos que te colocan en una situación igualadora, digamos. Pero tiene límites. Y lo veíamos en varios casos, anécdotas que nos contaban los chicos. Hay límites en relación al género, a la raza y a la clase. El celular te iguala hasta un punto, pero a la hora que cruzas ciertos barrios hay marcas que te diferencian. Cuando vas a casa de alguien que no es de tu barrio. Todos los chicos han sentido más o menos situaciones de discriminación a pesar de vestir zapatillas de marca. Entonces lo que queríamos decir era algo no solo en relación al consumo, sino a todo. Por ejemplo a la educación. Hay un impulso por la educación privada y parece que cada uno resuelve sus asuntos privadamente por el mercado. Yo puedo pagar mejor educación, entonces me educo mejor y por ende tengo un mejor trabajo.  Pero hay cosas que el mercado no va a resolver: una educación de calidad para todos, seguridad y salud. Todos estos son factores de vulnerabilidad se observaron durante el año que acompañamos a los jóvenes. Salud mental también es un tema que surge en varios de los casos, violencia familiar es otro que surge recurrentemente. La inclusión desde el mercado está bien y tiene sus ventajas pero hay una clara ausencia del Estado.

-¿Hay muchas distancias entre las opiniones políticas de los jóvenes con referencia a las de sus padres?

 Sí y no. Algunos jóvenes siguen lo que sus padres dicen e incluso votarán como ellos. Pero hay otros que no, que tienen una posición totalmente distinta. Es algo diverso. Y tiene que ver aquí mucho el cuánto se habla de política en casa. Hay familias con una trayectoria más vinculada a la universidad pública, o aquellos padres que tienen educación superior. Ahí hay otra discusión en casa sobre política, pero hay viviendas donde el tema no se toca.

-Hay una parte del libro donde ustedes dicen que los jóvenes ven la política “como un entretenimiento que no es muy divertido, básicamente como algo negativo”. ¿Esto influye en su poco arraigo para integrarse a un partido o movimiento político?

A veces se dice “los jóvenes son apolíticos” y esto no es lo que queremos decir. Lo que queremos decir es que los jóvenes viven la política de diferente manera. Si tú quisieras hacer política, ¿a qué partido irías? No hay partidos. Es una época en la que la política está completamente resquebrajada. Entonces, echarles la culpa a los jóvenes por ser ‘apolíticos’ es no ver el cuadro completo. En los casos tenemos el de una chica que es activista política. Pero el resto no. Y creo que nuestros casos representan muy bien esa diversidad. Pero cuando decimos que la política no es entretenida, bueno, la política cada vez se vuelve más entretenida: los candidatos bailan, sus campañas son muy ‘marketeras’, sabemos poco de propuestas y más de imágenes y símbolos. Se construyen personajes para atraer. Es una ida y vuelta. La política hoy en día es un circo y (es) divertida en cierto sentido. Creo que esto más bien da cuenta de los tiempos actuales. Mirar a los jóvenes te permite mirar a la sociedad de una manera más intensa. En ese sentido, los jóvenes eligen a su candidato como quien elige una zapatilla. Los jóvenes viven mucho el presente. No es (la política) un tema que les parezca particularmente interesante, pero más que por apolítica, en ellos hay algo muy interesante y es que, al ser de clase media (no pobres), sí tienen cerca las historias de luchas colectivas, de sus padres o sus abuelos para lograr luz, agua o un comedor popular, pero es como si eso en esta nueva época se hubiera desprestigiado, es ‘una cosa de pobres’. Y ellos ya no lo son. Entonces la política y el Estado terminan siendo de mayor interés para los pobres.

-Como si eso no les tocara…

Hay esa ilusión de que el Estado y la política no les van a afectar porque ellos son de clase media y se hacen solos. Ellos se esfuerzan, tienen su emprendimiento, estudian, consiguen su trabajo y el Estado es para los pobres. Ahí hay una falta de vínculo entre lo que el Estado y la política supone para todos. De esta forma, entre lo que no les interesa, no es divertido y (el que) no sientan que tenga una implicancia en su vidas, entonces todo pasa a segundo plano.

-Hay entre los jóvenes un chico llamado Paolo que recurre eventualmente a delinquir para tener dinero. ¿Se puede decir que lo hace por anomia social o sí es consciente de que lo que hace está mal?

Este chico tiene una historia familiar tremenda que lo ha marcado profundamente. Él es producto de una violación, pero lo cría la esposa del papá. Hay un tema de violencia desde muy pequeño. Y él empieza a meterse en pandillas a los 12 años. Cuando este chico tiene su hijo, a los 17, quiere salirse de todo. Es consciente de que lo que hace está mal. Y lo que es curioso es que él tiene el mismo discurso del resto de jóvenes del estudio, sobre que para progresar en esta vida hay que educarse y esforzarse, entonces le es difícil esto. Quiere dejarlo pero el entorno no le es sencillo. Paolo trabaja en una carpintería y sus compañeros son ex pandilleros. Entonces no quiere recurrir al robo, porque tiene un hijo y quiere darle un ejemplo, pero a la vez tiene la tentación del dinero rápido y fácil. Él no nos dice cuántas veces ha vuelto (a delinquir), pero queda claro que es eventualmente. Y si su hijo se enfermara, ten por seguro que lo hará.

-Finalmente, ¿cuál es la idea de progreso que hay en el común de los jóvenes que fueron parte del estudio?

Los jóvenes, y eso tienen en común con sus padres, entienden que el progreso se puede realizar a través de la educación y el esfuerzo personal: el emprendimiento. Para ellos esa es la fórmula ganadora para poder tener éxito en la vida. Hay mucha mirada del esfuerzo, de cómo cada uno se hace solo y entonces el éxito o el fracaso es responsabilidad de cada uno.

La portada del libro. Foto: IEP

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