Todo fue muy rápido, recuerda. Había llevado las últimas semanas a su perra Mara a su veterinaria para inyectarle suero, a causa de un cuadro de uremia. Esa última visita, su vieja mascota tenía hipotermia, y ya no había nada que hacer. Antes de devolverle el cuerpo en una bolsa negra, la doctora le dijo: “Esperá. La voy a poner en la posición en que nació”, y la llevó contra su cuerpo para devolverle la forma de cachorro. Cargando el paquete tibio, la escritora Katya Adaui (Lima, 1977) sintió una profunda paz. Ella esperaba aquella fórmula mentirosa del “Todo va a estar bien” que suelen decir los especialistas para animar al cliente. Sin embargo, la veterinaria había compartido con ella una frase honesta, de absoluta esperanza. Nunca había escuchado antes que alguien dijera aquello de un ser querido o de una mascota. Y de regreso a casa, pensaba cuándo los humanos habíamos dejado de enterrar a nuestros muertos en la posición en la que nacieron, su pose original, y optar por estirar el cuerpo para que calzara en una postura artificial. Mara falleció un 23 de mayo de 2021. Al día siguiente, empezó a escribir su novela.
“Quienes somos ahora”, libro editado por Penguin Random House que la trajo a la Feria Internacional del Libro de Lima, es una novela intensa y delicada, donde la escritora, guionista y fotógrafa limeña radicada en Buenos Aires retoma el tema familiar que desarrollara en libros previos como “Aquí hay icebergs” o “Algo se nos ha escapado”, envolviéndonos en una prosa despojada y virtuosa que la han convertido en una de las narradoras peruanas de mayor proyección. Se trata de un ajustes de cuentas con su propia familia pero a la vez un intento por llevar el duelo con la conciencia calmada y agradecida. Su historia, cómo no, nos hace recordar aquella socorrida frase de “Ana Karenina acuñada por el ruso León Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Sin embargo, la autora matiza: “No quería pensar que la mía fuera una familia infeliz, ni siquiera disfuncional. Esta es la historia de una familia que, pese a todo, se queda a intentarlo. A pesar del maltrato, había también amor, y eso podía amainar la rabia”, explica.
—Tiempos como los actuales nos hacen ver que la palabra “disfuncional” ha perdido todo su sentido. La disfuncionalidad es la nueva normalidad.
Para que haya familias amorosas no depende del dinero o la falta de este. Depende de la paciencia, el cuidado, el consuelo, la capacidad de escucha. Y la gente que forma la familia de esta historia, pese a todo, habla entre ellos Tiene el lenguaje para defenderse.
—Gran parte de tu carrera ha tenido que ver con la identificación del funcionamiento de los mecanismos de poder en las relaciones familiares. Esta novela parece ser el final de ese ciclo.
Sí, te agradezco que lo hayas notado, porque para mi este es un libro para cerrar los duelos, para de dejar de ser víctima. Para mí, la forma de entender la vida, de ver como el dolor se convierte en otra cosa, ha sido la escritura. Con este libro me pasó algo importante: descubrir la zona de ternura y la zona de piedad. Para mí era muy importante que eso también estuviera, que el libro fuera un lugar donde hubiera mucho humor.
—En tu historia, es curioso cómo se da la solidaridad entre los hermanos. ¿Este mecanismo de apoyo es básico para soportar los errores de sus padres?
¡Mecanismos para sobrevivir al fin del mundo! No tengo idea de cómo se sentirá ser hijo único, imagino que es una especie de volcán en el que se resume y concentra toda esperanza, toda expectativa y todo amor. Y eso puede ser mucho. Cuando uno tiene un hermano, tiene un testigo, un par, un compañero en las buenas y en las malas. Y eso alivia la carga de ser hijo. Con la edad, uno aprende a balancear esos desequilibrios. Tener un hermano es tener un compañero para resistir, alguien con quien ir a la batalla pero también a la tregua.
—No es gratuito que hayas cumplido 45 años. Estos libros se escriben a cierta edad.
Sí. Hay que acumular tiempo de vida y pérdidas.
—La pregunta es un poco cruel: ¿Cuán necesario es la muerte de nuestros padres para escribir una novela como ésta?
La muerte no es ningún fenómeno. Es absolutamente natural. Pero siempre te devasta, te cambia el mundo que conocías. Yo ya tenía muchos años de duelo por mis padres, habían muerto hace mucho, pero yo buscaba otra forma de paz. No solo poder desprenderme de sus cenizas, sino también de cerrera el duelo de la mejor manera, para poder seguir adelante con la vida que yo siempre quise tener. Y al mismo tiempo me preocupaba mucho por hacer un libro que dejara claro que había paz en mi corazón. Y para eso había que encontrar el lenguaje y la estructura. ¡Nunca había escrito tanto!
—En tu novela, la memoria pasar por el cuerpo, por la herencia genética de nuestros padres, cómo terminamos repitiendo sus achaques o dolencias...
Uno quisiera no heredar nada. Pero es absurdo creer que no vas a tener esa genética, esas improntas en tu propia sangre. A medida que escribía, me daba cuenta de que estaba permeada por la experiencia de ser hija, y eso estaba bien, no hay forma de escapar de eso. Hay que reconocer lo bueno y malo de esa herencia. Con el tiempo, es importante aprender a abrazar quien uno es y no olvidarse que estamos en perpetua convivencia con los otros.
—“Mi madre me enseñó a caminar en círculos y mi padre a caminar rápido”, escribes. Así podríamos definir el estilo de esta novela: da vueltas para sugerirnos sus historias y pero también está escrita con intensidad y frenesí por contar.
Recuerdo mucho cuando me metía a la cama de mis padres. Los veía levantarse siempre con un cigarrillo. Sin despertador, pero sin queja. Ese primer cigarrillo del día resumía un cansancio vital, una adicción vital. Y recuerdo la nube que se iba formando, los humos de mis padres colisionando. Y mientras escribía, cada recuerdo jalaba otro. Yo tenía que ser muy asociativa, estando en control de mi misma, sin desesperanza ni desesperación. Debía hacer un trabajo profundo y asociativo para que cada capítulo fuera coherente con el anterior, y que la historia avanzara. No tengo teoría literaria en la cabeza. Como vengo de otro lado, mi acercamiento a la lectura fue por puro placer.
—¿Y de qué lado vienes?
Del periodismo. Trabaje muchos años en canal N y había que escuchar siempre los discursos. A veces, tenía que escuchar dos horas al entonces presidente Toledo y redactar “la pepa”. Ese entrenamiento, destacar qué era lo importante en un mar de palabras, me marcó mucho. Yo trato de escribir en un estado Zen, haciendo literatura intentando olvidar que lo sea. Solo quiero contar una historia que te atrape, y probar si funciona o no. Y estoy segura que las historias te atrapan por su belleza y su ternura, aunque lo que cuentes sea doloroso o nostálgico. La gente reconoce la belleza del lenguaje.
—En “Quienes somos ahora” parecen confundirse el presente con el pasado, las presencias con las ausencias, Lima con Buenos Aires. ¿Cómo llevas ambas ciudades de forma paralela, cómo vives en dos espacios en permanente crisis?
Buenos Aires no es una ciudad que yo tenga idealizada. No voy como turista. Vivo allí. Y veo sus defectos como se los veo a Lima. Ambas son grandes ciudades, con una desigualdad social profunda. Se ve a diario una pobreza y tristeza creciente. Pero al mismo tiempo, en Buenos Aires no falta nunca el lugar de encuentro. Los restaurantes siempre dan a la calle, los parques son públicos realmente, no hay letreros que te recuerden que hay que recoger los desechos de tu perro o que no se debe pisar el césped. No hay la híper vigilancia que se vive aquí. Allá hay un mayor espíritu de tolerancia que yo disfruto. Todavía se puede tener discusiones que no acaben a las trompadas. En ese sentido, tengo la sensación de que en Lima todo es más binario. Aquí es muy infantil y extrema nuestra forma de relacionarnos. Me gusta la frontalidad, no la evasión, no la excusa. Y en Buenos Aires hay aún esa idea de comunidad. Aquí hay un individualismo exacerbado, neoliberal, que te hace creer que el éxito es el dinero y lo consigues si te sobre esfuerzas. Y sabemos muy bien que no es así.
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