Hubiera querido escribir sobre lo suave que ronca el mar en esta parte del norte del Perú; sobre lo exquisito que resulta el filete de charela bañado en salsa de maracuyá, acompañado con arroz crocante; sobre los animales que desfilan por la orilla a horas disímiles: las tortugas marinas en la madrugada, los caballos viejos en la tarde; o sobre los dos magníficos libros que encontré en la vitrina de la habitación del hotel: “El amante de la China del Norte”, de Marguerite Duras, y “La impaciencia del corazón”, de Stefan Zweig.
Podría haber escrito sobre cualquiera de las maravillas que los parajes retirados como este reservan a sus visitantes. Sin embargo, por hacer un innecesario alto en los placeres de mi luna de miel, en vez de seguir en contacto con la naturaleza y dedicarme aunque sea a espantar a las luciérnagas que planean sobre la terraza del cuarto como aviones en miniatura, cometí el error más garrafal de todos. El más imperdonable.
Me metí a Facebook.
Habíamos jurado mi esposa y yo que durante estos días en Máncora ninguno cedería a la tentación de entrar en contacto con ese mundo virtual de novelerías, memes y debates a medias, pero aprovechando que ella bajó al lobby a aplicarse unos masajes de alineación de chakras con piedras calientes, cogí el celular y, huérfano de andrés edery voluntad, me puse a revisar las actualizaciones de la red social.
Mi excusa era ver cómo marchaba la campaña electoral. A continuación, sin embargo, me encontré con una cadena de ‘noticias’ que confirmaron el pésimo nivel de todos los involucrados en la elección.
1) Una actriz, ex Miss Perú 94, tilda de “bruta” y “babosa” a la candidata de la izquierda, en involuntario homenaje al personaje baladí al que da vida todas las noches en una sintonizada serie de televisión.
2) Una horda de simpatizantes de la candidata puntera tacha de “terroristas” a todos aquellos que protestan contra esa misma candidata; una palabra con resonancias transversales lo suficientemente dolorosas como para ir endilgándola por ahí, sin el menor reparo, en un afán por estigmatizar y seguir creando divisiones.
3) Un dirigente de derechas ve conveniente no llamar “terroristas” a quienes marchan en las calles; entonces decide llamarlos “retrasados mentales”.
4) Un número no menor de gente supuestamente pensante concluye que cierto candidato es “pituco” y, por lo tanto, socialmente insensible, por no ponerse el sombrero que le ofreció un espontáneo al recibirlo en una ciudad.
5) Un ex presidente, muy malhumorado por su poca convocatoria, contagia de nerviosismo a sus agentes de seguridad, que reparten patadas y puñetes entre los transeúntes de las principales avenidas de Huancayo.
6) Los cuatro candidatos que pugnan por pasar a la segunda vuelta se empapelan de insultos gratuitos hasta parecer competidores de reality arrojándose en la cara tortas hechas con espuma de afeitar. No hay árbitro fiable que ponga orden al desmadre: el único que existe es uno que juzga con varas diferentes los yerros de cada participante, que hace públicas sus conclusiones en horas sospechosas, y cuya actuación incoherente alimenta la creencia de que, en el Perú, la historia del autoritarismo es circular y que estamos en el umbral de una nueva ola de abusos y prepotencias que creíamos ya erradicados.
¿Pero qué diablos hago en mi luna de miel hablando de las elecciones? ¿Pueden las deformaciones del periodista imponerse a las urgencias del recién casado? A esta hora debería estar con mi esposa allá abajo retozando bajo los bambúes; hundiendo los talones en las madrigueras que abren los cangrejos en la arena; o tomándonos selfies sobre las peñas que asoman en el mar como lomos de delfines; es decir, olvidándonos de ese mundo de mezquindades y bajezas del cual venimos y al cual inevitablemente volveremos.
Esta columna de Renato Cisneros fue publicada en la revista Somos. Ingresa a la página de Facebook de la publicación AQUÍ.
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