El 2016 puede ser un año de consolidación para Víctor Ruiz Velazco. Mientras “El fin de la poesía” (su más reciente poemario) se difunde con energía en diversos círculos, Santuario Editorial (la editorial que dirige junto a Diego Trelles) toma un nuevo impulso. Sin embargo, hay algo más: el autor de “La felicidad es un arma caliente” revela que tiene una novela bajo el brazo tras casi siete años de trabajo.
Conversamos con el escritor nacido en 1982 sobre la poesía, su trabajo como narrador y también acerca de su labor como co-editor de una joven editorial independiente.
¿Existe algo que unifique los poemas de “El fin de la poesía”?
Creo que más que un tono, hay un tema: la construcción de metapoemas. Poemas que explican no solo la hechura o el ‘happening’, sino también la concepción que se tiene desde afuera de lo que es un poema y de cómo este se articula dentro de lo que se entiende canónicamente como poesía. Sí, hay una exploración. Ese es el gran tema del libro pero dentro de ese hay otros temas que me interesan mucho. El amor, por ejemplo, que es una constante en los libros que he ido publicado. Es como si hubiera invertido mis dos grandes temas: la presencia del amor en todas sus formas y la escritura en sí misma. En los demás poemarios el componente reflexivo sobre la escritura aparece en menor proporción que los poemas de amor y demás, mientras que en este más bien es esta reflexión la que articula todo el despliegue del libro.
Hay un tono casi neutral en tu poemario…
Así es. Es un tono medio, por decirlo de alguna forma. Evité usar un lenguaje muy ampuloso como en mis otros libros, en los que quise un acabado épico. Y precisamente porque a veces era un poco artificioso ese trabajo, mucha gente lo leía como algo lírico. En este libro pretendí quitarle todas estas redondeces, estas hipérboles a los poemas y dejarlos en su versión desnuda.
¿Te ha sido fácil el proceso?
Lo que pasa es que así es como estoy escribiendo ahora. Esto te lo digo cuando ya el libro está publicado. No tenía esa intención cuando escribía estos textos. Lo que sí me doy cuenta es que el autor de estos versos no es la misma persona que publicó “Fantasmas esenciales” o “Délibáb, enemigo del viento”. Hay un proceso, un cambio en mi aproximación a lo que es el poema y la poesía. Pero si hubo una constante en lo que he escrito fue la intención de no redactar desde donde sé, sino de explorar nuevas posibilidades aunque dentro de un universo conocido. Y eso se resume en una sola palabra: técnica. Hemingway hablaba mucho de esto y lo relacionaba con el arte del toreo. Él decía que algunos movimientos que parecen casi suicidas en un buen torero son completamente medidos. De una u otra forma, y por eso este libro cierra un proceso, yo he intentado no repetirme pero explorar diversos matices dentro de un universo conocido.
¿Sueles revisar tus primeros poemarios o los tienes guardados en una caja?
La única vez que hice eso fue cuando Juan Pablo Mejía me propuso publicar “Barlovento”, que reunía mis primeros tres libros y uno inédito. Solo ahí releí mis (primeros) libros y edité varias cosas. Y probablemente seguiría haciéndolo si hubiera una próxima reedición de alguno de ellos. Es que uno cuando escribe poesía lo que intenta, según Elliot, es reproducir en el poema una emoción que el poeta intenta aterrizar. Concibo la poesía como un estado en el cual el poeta, el pintor, el narrador o el escultor se siente particularmente sensible e inteligente con todo lo que lo rodea y entrevé una epifanía en eso. Ocurre que cuando eres un poeta inexperto casi siempre escribes porque has sido tomado por un sentimiento…
Por un impulso…
Sí pero casi siempre sucede que se acaba ese rapto y no puedes continuar el poema, se te hace imposible. Y eso es porque no puedes canalizar esa energía que podemos resumir en inspiración. Ezra Pound escribió el poema “En una estación del tren” que tuvo cuatro versiones previas, cada una más corta que la anterior. Lo que él buscó fue concentrar la idea del imaginismo. De lo que hablaba era de la inspiración y, entonces, la inspiración no se acaba cuando eres tomado, absorbido por ese momento de claridad, sino que debería continuar justamente en diversos procesos de la escritura. Y lo que te da ‘horas de vuelo’ es esa contención, la posibilidad de trabajar con energías que te desbordan para focalizarlas, para darles una dirección y convertirlas en un rayo que tú direccionas.
¿Te conviertes en una persona distinta cuando escribes prosa?
“El fin de la poesía” estaba listo hace dos o tres años. Lo que sí hice antes de publicarlo fue corregirlo mucho. Y lo corregí desde una visión más de narrador. Eso explica que (los poemas) estén gráficamente dispuestos como prosa. No venía escribiendo poesía y esto tiene que ver con lo que te mencioné: (el) cómo es que estas apariciones, estos fantasmas, revelaciones o epifanías te toman. Entonces, antes aparecían y el lenguaje que encontraba para hacerlas aterrizar era la poesía. Pero desde hace bastante tiempo atrás estas apariciones requieren otro tipo de materialización. Y la he encontrado en la prosa, en la narrativa. Por ejemplo, en poesía venía un verso armado y de ahí empezaba a enlazar la palabra y a perderme en eso, encontrando un ritmo que me llevaba a una especie de canto repetitivo. El poema mismo se escribía. Pero con la prosa me vienen imágenes completas, como planos secuencias, porque la prosa en este momento está mucho más vinculada al lenguaje cinematográfico. Me vienen recuerdos, ideas, estructuras ya armadas y a partir de ahí empiezo a ensamblar. Mi cabeza ahora piensa como la de un narrador. Es la forma que he encontrado para expresarme.
Supongo que eres muy consciente de que la narrativa tiene más llegada. ¿Te importa eso o te parece irrelevante?
Me interesa en la medida en que evito que si una editorial me publica no vaya a quebrar. En ese sentido las editoriales que me publican son independientes. Mi primer libro de cuentos [“La felicidad es un arma caliente”] fue editado por Animal de Invierno, (una editorial) que tiene pocos años pero mucha fuerza. Me interesa que Leonardo Dolores y Lucho Zúñiga [editores] puedan seguir invirtiendo en otros libros para que el proyecto continúe. Entonces si sacan un libro que les representa una pérdida, más que para mí sería una pérdida para ellos.
Es una preocupación basada en la gratitud, entonces…
Sí, porque definitivamente el tema del reconocimiento es algo que ya he superado. No tengo esa aprehensión que tuve cuando era más joven, esa idea de que primero debían ‘descubrirme’ y luego ‘celebrarme’. Y probablemente eso te haga perder el paso y olvidar que lo que hace un escritor, aunque suene a perogrullo, es escribir. Todo lo que viene después es parte de un trabajo que tienes que hacer como un sujeto social o como un nombre-marca que tiene que ayudar a quienes hacen que tus publicaciones se vendan y se muevan, precisamente por gratitud. Dividir ambas cosas es algo que he logrado con el tiempo. Aunque comprendo que como poeta soy más conocido que como narrador, pero tengo una ventaja también en eso: a diferencia de narradores celebrados, nadie espera un libro mío. Y por ende puedo tener todo el tiempo del mundo para que mi próximo libro salga simplemente cuando esté listo y no porque alguien me apure.
Pero también has cruzado la orilla y eres editor de Santuario. ¿Cuál es el criterio de publicación que tienen ustedes (junto a Diego Trelles Paz)? Se jalan a autores muy famosos, con larga trayectoria en otros países.
Quien organiza y propone el catálogo es Diego. Yo me encargo de la edición con los autores, aunque desde luego que Diego también ayuda mucho en eso. A mí lo que me sorprende no solo es la calidad de los autores que publicamos sino su profesionalismo. Te nombro, por ejemplo, a Samanta Schweblin, una autora muy joven y que lo ha ganado todo. O no sé, Mario Bellatin. Ellos están dispuestos aún a que alguien que se aproxima sin prepotencia les dé una visión distinta de aquello que daban por cerrado, y si les parece correcto, lo usan. Y eso habla muy bien de todos ellos. No me ha tocado un solo autor que me haya dicho ‘no me toques nada porque soy la quinta esencia de la narrativa actual’. Y me parece fenomenal sobre todo porque cuando se me aparece un chico que recién está empezando a escribir y busca editor, le doy sugerencias y a veces siente que uno está invadiendo su espacio o trastocando su visión artística. Eso muestra la diferencia entre un amateur y un profesional.
Cuando empezaste a escribir poesía no había la cantidad de editoriales independientes que hoy existen. Esto es un aliciente para jóvenes que buscan publicar sus escritos y encuentran varias opciones para lograr su objetivo.
Cuando yo empecé en esto – y yo soy Juan Pablo Mejía, Leonardo Dolores, Dante Trujillo, Carlos Yushimito, Álvaro Lasso, Cecilia Podestá, etc—no había nada. No teníamos a quien matar. Y como no había nada, lo quisimos todo. Y empezamos a trabajar para ello. Ahora aparecen muchos chicos que ven en nuestro trabajo algo tipo ‘mainstream’. Sería algo obtuso pensar que, a pesar de que nos consideramos independientes, no marcamos cierta tendencia. Pero no por esto dejamos de ser independientes. Yo le diría a estos chicos, porque ellos sí tienen a quién matar, que no se preocupen por tratar de entrar a una fiesta a la que piensan que no son invitados. Les digo que, como Juan Pablo, como los que ya te mencioné y como yo, que hagan su propia fiesta. Si quieres algo con pasión lo vas a lograr. Es más fácil que puedas liderar si convences a la gente y contagias la pasión que tienes.
Hablando de los que permanecen en esto. ¿Cuál es la motivación de publicar en un país en el que incluso algunos políticos se precian de no haber leído un libro? Más aún cuando el futuro parece no muy propicio para una mejora de esta situación.
En los noventa no había la noción de futuro en el Perú. No existía posibilidad de pensar que podías hacer algo en este país. Mi generación es la primera que puede hacer lo que quiera. Eso es suficiente como para seguir haciendo lo que queremos. Mucha gente hace lo que puede y yo hago lo que quiero. Me preguntas cómo hago que funcione y yo te respondo que me he endeudado mil veces. No sé si en algún momento despegue pero no puedo renunciar a eso porque de alguna u otra manera fue uno de los que lo inició.
¿Tienes una novela bajo el brazo?
Sí. Tengo una novela en la que he estado trabajando siete u ocho años. Mis amigos más cercanos lo saben. Mi intención es publicarla este año y, además, si la tengo más tiempo se va a enfriar completamente. No es por simplemente publicar sino porque cuando trabajas con un proyecto a veces no puedes entrar porque –como diría Vargas Llosa—el magma está demasiado caliente. Pero cuando dejas que se enfríe demasiado tampoco puedes trabajar. Me parece que este año debe salir, y además porque este 2016 hay una fecha con la que juega el libro.