Juan José Chuquisengo: vuelve el más grande pianista peruano - 1
Juan José Chuquisengo: vuelve el más grande pianista peruano - 1
Alonso Almenara

“Tienes que cambiar tu vida”. Así termina, misteriosamente, el famoso poema de Rilke titulado “Torso de Apolo arcaico”. Cuando el pianista peruano Juan José Chuquisengo lo leyó en los años finales de su larga estadía en Múnich, el impacto de ese verso fulgurante terminó de confirmar, para el músico, la necesidad de un proceso de formación que lo había llevado a abandonar los escenarios durante más de siete años para dedicarse a la investigación musical bajo la guía del legendario director de orquesta Sergiu Celibidache

En el poema, publicado en 1908, Rilke elabora una descripción maravillosa de una antigua pieza de la estatuaria griega: un torso del dios Apolo que el tiempo ha convertido en una ruina, pero que aún irradia, con enigmática intensidad, esa fuerza creadora divina que tiene el genio artístico. 

Al final de la descripción, el último verso lanza una idea que, en apariencia, no se conecta con lo anterior: “Tienes que cambiar tu vida”. Pero ese quiebre lógico no es tal para quien ha entendido que el arte, llevado hasta sus últimas consecuencias, es un camino hacia la transformación. 

Viaje trascendental

El tema del arte como una herramienta de conocimiento y como un vehículo para generar cambios en la conciencia atraviesa toda la producción de Chuquisengo. De modales exquisitos, el pianista nacional más prominente de las últimas décadas se expresa verbalmente de manera suave y pausada, tomándose el tiempo necesario para encontrar la palabra justa, lo que contrasta notablemente con la intensidad desbocada de sus ideas y el carácter apasionado de sus interpretaciones.

“Mi primer contacto con la música se dio a través de un programa de radio que escuchaba cuando era niño”, recuerda el artista. “Con dos dedos, sacaba melodías que rondaban en el aire, descubriendo a la vez mundos internos, improvisando, jugando. Fue verdaderamente una experiencia extática”. La práctica de la improvisación es un interés que no lo ha abandonado desde entonces. “Estuve improvisando incluso esta mañana mientras probaba el piano”, reconoce Chuquisengo con una sonrisa juguetona que ya no encaja del todo con el tópico del pianista atormentado. 

“Más tarde, descubrí que como disciplina y como forma de conocimiento de sí y del mundo, la música puede ser un camino maravilloso. De una forma casi alquímica, este arte ha ido transformando mi manera de pensar y de sentir. Y eso es quizás lo que hasta ahora no se ha logrado captar: que más allá de su valor sociocultural, importante de por sí, hay en la música un elemento profundamente ennoblecedor”.

El punto culminante de esta concepción del fenómeno musical lo constituye “Transcendent Journey”, el disco más famoso del pianista peruano, editado por Sony en el 2005. El álbum recibió críticas elogiosas por parte de diversas publicaciones europeas, entre ellas las revistas británicas “BBC Music Magazine” y “Gramophone”. Un crítico de esta última alabó, por ejemplo, el modo sorpresivo en que arreglos de dos cantatas de Bach (elaborados por el propio Chuquisengo, quien es también compositor) se combinan a la perfección con música de sabor oriental escrita por John Foulds, y cómo un arreglo lisztiano de Beethoven empalma magistralmente con una obra de John Corigliano.

“Transcendent Journey” es el disco más celebrado de la discografía del pianista peruano. Editado por Sony Classical en el 2005, incluye obras de Bach (en arreglos de Chuquisengo), Foulds, Händel, Corigliano, Schumann y Prokofiev.

Según el músico peruano, cuyo don para crear programas imaginativos se ha vuelto una de sus características más distintivas, seleccionar las obras  que incluye en un disco o un recital “es una parte muy instintiva; es estar rumiando la música en la cabeza y de pronto crear encadenamientos que no siempre son lógicos, o cuya lógica solo se hace visible mucho después”. En “Transcendent Journey”, por ejemplo, “aparece este elemento de ostinato, casi mántrico, que finalmente es el que unifica un programa concebido mediante la más pura intuición”. 

¿Qué constituye un programa bien logrado? “Es una pregunta difícil. Me gusta probar contrastes, no necesariamente ir en sentido cronológico”. Lo importante, a fin de cuentas, “es que el oído siempre tiene que estar alerta. ¿Por qué no comenzar por una pieza moderna o contemporánea, y quizá a la mitad incluir una obra de Bach?”.
 
Celibidache, el mentor

Chuquisengo inició formalmente sus estudios de piano en el Conservatorio Nacional del Perú. Como muchos de los músicos nacionales de su generación, ahí tuvo la oportunidad de recibir clases del prestigioso maestro Edgar Valcárcel, “un gran pianista y compositor que fue el que en cierto momento creó un impulso, un impacto que remeció mi organismo y capturó mi pasión hacia la música”. Chuquisengo tenía en ese entonces 14 años.

Gracias a la confianza que Valcárcel depositó en sus habilidades, el joven músico partió poco después a Alemania, donde obtuvo a los 21 años su maestría en el Instituto Superior de Múnich. A fines de los 80, conoció al director de orquesta rumano Sergiu Celibidache, quien se convirtió en su principal mentor. 

“Fue una revelación reconocer en él muchas de las cosas que yo había intuido –dice el pianista–, aunque sin haber tenido hasta ese momento una verdadera noción de hacia dónde debía ir, y ver que una persona que podría haber sido mi abuelo había recorrido un camino tan similar al mío”.

Celibidache es recordado principalmente por sus extraordinarias interpretaciones del repertorio sinfónico universal, pero hay que decir que era también famoso por la radicalidad de su posición frente al mundo de la profesión musical. “Seguir sus enseñanzas significó meterse en una disciplina casi de monasterio”, reconoce Chuquisengo. “Para él, la idea de que el sonido es música, por ejemplo, era rotundamente falsa. Factores físicos, mentales, emocionales, debían coincidir para crear ese momento singular en que el sonido se vuelve un fenómeno musical”. 
El maestro era implacable. “Tocabas dos notas y ya estaba gritando como un energúmeno. Le dolía físicamente cuando un sonido quedaba como materia bruta. Y eso dejaba marca en los estudiantes”. 

La experiencia fue crucial, pues Chuquisengo entendió desde ese momento que la música implica no solo lo que sucede en un escenario, sino que es un fenómeno totalizador, una filosofía de vida cuyas ramificaciones no ha dejado de explorar. 

Más allá del canon

Además de la música clásica, el pianista se ha dedicado a investigar muchas otras tradiciones, entre ellas la música de la India, el flamenco y, desde luego, la improvisación. Toca además en un grupo de tambores japoneses y practica y enseña las artes marciales. “Todo eso es parte de lo que me ha enseñado la música, esa unión del cuerpo y la mente”. 

Uno de sus últimos proyectos ha sido la formación de un trío latinoamericano. “Es una exploración maravillosa de la música de todo el continente, desde la zamba argentina hasta la música caribeña, pasando, por supuesto, por la música peruana, que es tan rica y diversa”. El pianista hace una pausa. “Esa es otra maravilla que todavía nos falta a los peruanos… Hemos encontrado en la cocina un punto de identidad, pero ojalá que algún día pasemos del estómago al corazón”.

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