Johan Velandia llegó a la fiesta de quince años de su prima. Lo recibió en casa su tía, quien lo invitó a sentarse y a esperar la comida. Era una fiesta grande a la que todos sus familiares habían asistido. De repente, uno de los meseros se le acerca para ofrecerle un plato; él lo mira y se da cuenta de que es Daniel Camargo. “Allí me desperté –cuenta Velandia–. Estaba sudando. Con el corazón a mil”.
Velandia estaba de viaje en una finca antigua. Era muy tarde en la noche y tuvo ganas de orinar, así que salió de la cabaña donde dormía y caminó en busca del baño. De repente, uno de los matorrales se empezó a mover. Quizás era un animal. Se acercó a ver qué se escondía y vio a un hombre calvo, flaco, de 60 años mirándolo fijamente. Era Daniel Camargo. “Me lo encontré y me desperté –agrega Velandia–. Era la imagen real, la que vi en Internet y en entrevistas, la de un hombre maduro y de 1,60 de estatura”.
Dos fueron las visitas que Camargo, el “Monstruo de los Manglares”, le hizo al dramaturgo en sueños. En ambas, la sensación de miedo y desesperación hicieron saltar de la cama a Velandia. No podía ser de otra forma: el hombre que se le paraba presentando era uno de los asesinos más escalofriantes del mundo, uno que dejó un rastro de sangre en Colombia y Ecuador, sangre de muchachas a las que engañaba, violaba y asesinaba.
Pero Camargo no se le apareció a Velandia por pura coincidencia. Él había elegido contar la historia del asesino en una obra de teatro, por lo que tuvo que investigar al respecto. Entre las cosas que descubrió fue que habían estudiado en el mismo colegio, el Salesiano de Bogotá, solo que el recuerdo de su paso por la institución había sido borrado. “Él asistió en los 50 y yo en los 90 –cuenta–. El Salesiano es un colegio religioso, de sacerdotes, y, claro, como todos los colegios así, son supermoralistas y no creo que vaya a decir: ‘De aquí salió uno de los violadores más conocidos del mundo’. No le conviene”.
LA TRILOGÍA
“Camargo” –que llega al Festival de Artes Escénicas de Lima este viernes y sábado y se monta en el teatro La Plaza– se estrenó en Bogotá en el 2016 como una trilogía de obras breves. Velandia, su autor, sabía que quería contar una historia que resonara en el contexto mundial en el que los feminicidios son pan de cada día, y la vida de Daniel Camargo era lo suficientemente potente como para llevarla a las tablas. Aun así, en los planes del dramaturgo y director no estaba ser, además, el protagonista.
“Cuando escribí el primer capítulo, el más doloroso, el que cuenta cómo fue su infancia y necesita de alguien que se ponga en los zapatos de un niño que en 20 años va a ser un asesino, yo no iba a actuar. Llamé a un compañero, pero me dijo que no lo quería hacer porque era una historia muy fuerte. Luego contacté a otro y, en el primer ensayo, casi ahorca a la actriz que iba a hacer de mamá. Yo le dije que por ahí no iba la obra y me respondió que la sangre era necesaria. Allí fue que me propusieron hacerla yo, que tenía bien clara la idea”.
Fue en el segundo capítulo, sobre la madurez, cuando se empieza a narrar los asesinatos, que las pesadillas empezaron. No han sido muchas, felizmente, pero, de todas maneras, Velandia termina exhausto después de cada función y al regresar al hotel o se baña o se echa a dormir.
EL PUNTO DE ENCUENTRO
Velandia y La Congregación Teatro decidieron que “Camargo” fuera una obra de suspenso. Para ello, en sus presentaciones disponen una mesa larga e invitan a 20 asistentes a la función a ocupar los asientos. Se trata de un símbolo que hace referencia a la tradición del encuentro familiar para desayunar, almorzar y cenar, pero también es un juego en el que –como si se tratara de una familia que esconde todo su desorden ante una visita inesperada– se oculta toda la putrefacción.
El escenario también puede ser su mente. “Digamos que la obra descifra varios pasajes mentales de Camargo. Si hablamos en términos cronológicos, la puesta en escena se sucede en la cárcel, en sus recuerdos. Claro que el hecho de que toda la obra se lleve a cabo en sus pasadizos mentales es una abstracción mía: habrá quienes lo entiendan y quienes no, pero no importa. El caso es que el desayuno es su infancia; el almuerzo, la madurez junto a su esposa, y la cena, la cárcel. Eso también responde a los tres momentos del rosario: a los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos”.
Las referencias a la religión –que incluyen pasajes de la Biblia en los que hay textos de gran carga de violencia contra la mujer– no solo responden a que el asesino estudió en el Salesiano. Tienen que ver también con su obsesión con la virginidad y la pureza de las mujeres, con el hecho de que él se hacía pasar como pastor evangélico para acercarse a las jóvenes, les pedía ayuda y, cuando estaban en un lugar desolado, les exigía tener sexo y, luego, las mataba. Todo eso, sin embargo, no se ve en el escenario: todo sucede debajo de la mesa, y aunque nunca sucede algo especial, la tensión se apodera del público.
El final de “Camargo” llega con la muerte del asesino, a quien seguimos desde los 8 hasta los 64 años. En la vida real, esto sucedió en la cárcel: uno de los reos –supuestamente un familiar de una de las niñas víctimas de Camargo– se le acercó, le amenazó de muerte y le ordenó que se arrepintiera. Él jamás lo hizo y murió días antes de salir en libertad.
MÁS INFORMACIÓN
Lugar: teatro La Plaza. Dirección: Larcomar, Miraflores. Funciones: viernes 13 y sábado 14 de marzo, 8:30 p.m. Restricción: mayores de 18 años. Entradas: Teleticket.