Tiene 60 años y lleva escritas alrededor de treinta piezas teatrales. César de María (La Victoria, 1960), nombre clave para conocer el teatro peruano contemporáneo, celebra toda una vida dedicada a la dramaturgia con la publicación del libro Contra el tiempo: doce obras de teatro (Ensad, 2020). Como señala el título, se encuentran doce de sus principales piezas como ¡A ver, un aplauso!, Superpopper, Laberinto de Monstruos y Kamikaze.
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¿Cómo recibe este libro? “Los homenajes a mi edad se sienten casi como una lápida y todos los elogios suenan a epitafios. Pero, por otro lado, quiero tomarlo como una manifestación de la insistencia”, nos dice De María por teléfono aún en cuarentena. Para el dramaturgo, insistir en crear y soñar es lo que define la juventud. “Sigo soñando con gente unida, con un país que se reconoce, se quiere y se integra para lograr cosas juntos. Eso es el teatro también, juntarse para plasmar sueños y eso es un ejemplo para el país”, afirma desde el encierro. Recordamos con él sus inicios en el teatro y damos un paseo por su obra y pensamiento.
¿Qué recuerda del teatro de Los Grillos dirigido por Sara Joffré? ¿Cómo era la convivencia?
Era un pequeño teatro que funcionaba en una casa con butacas móviles y con una planta de luces bastante buena que permitía experimentar. No paraba de hacer obras o de albergar a otros grupos y esa continuidad también ayudó a ver mucho teatro. Llegué a vivir en el segundo piso del teatro y miraba el escenario vacío imaginando lo que pasaría si agregaba una caja, si encendía la luz morada o si me paraba de espaldas al público. Esa imaginación teatral que nació a los 17 años no la perdí.
Sara Joffré es un referente importante para el teatro nacional ¿qué es ella para ti?
De Sara Joffré digo que es mi madre teatral, pero ella misma me discutía el término: "Yo no soy tu madre", me decía porque las metáforas familiares son obsoletas. Uno cree que sus amigos del trabajo son sus hermanos y no lo son. Eso te ayuda a valorar el trabajo más allá de los lazos porque eso era lo que Sara apreciaba: el trabajo. Para ella la persistencia, la búsqueda de la excelencia, la valoración del hecho teatral más que el discurso o el amiguismo fueron siempre importantes, guiaron su trabajo y nos enseñó a guiarnos por eso.
Ha conocido y enseñado a varias generaciones ¿qué grandes cambios encuentra entre lo que aprendió y lo que se hace actualmente?
Hay dos cosas que han cambiado. Cuando hay más obras y un poco más de público te puedes arriesgar a hacer cosas que no son tan perfectas. Si solo hay cuatro teatros en Lima probablemente te inclines más por un clásico que por una obra nueva, por eso Joffré y Los Grillos eran arriesgados, porque no solo ponían a Bertolt Brecht, sino a jóvenes autores de nuestro país. Lo más seguro era hacer una obra que ya hubiera demostrado su éxito en otros países. Ahora hay espacio para innovar, probar nuevas voces, para lanzarse a estrenar tu obra si eres nuevo y esa validación es más fácil de obtener.
Lo otro es la necesidad ideológica. En esos tiempos uno quería demostrar que tenía un punto de vista, o eras crítico y de izquierda o eras de derecha y defendían a la sociedad tal como está. Ahora hay muchos puntos de vista intermedios y eso nos permite también voces e historias que matizan ideológicamente el escenario, eso es mucho más rico ahora que en los ochentas.
En ¡A ver, un aplauso!, estrenada en 1989, uno de los personajes sufre tuberculosis, una enfermedad que sigue causando la muerte de muchos peruanos. En ese sentido ¿qué opina de la vigencia de esta obra y de la enfermedad?
Lo más terrible del Perú es los lentos que se dan los cambios. Si para cambiar el nombre a una marca de postres genera una reacción negativa tan grande imagina querer cambiar el sistema de salud, la educación o las costumbres. Creo que las enfermedades van a seguir existiendo porque el Estado desatiende a la gente y la gente considera natural todas las desatenciones que ha vivido desde pequeña. Acá se ha normalizado el racismo y el maltrato, y eso es más difícil de cambiar.
¿Cree que el cambio de la marca de postres sea de fondo o un saludo a la bandera?
Creo que hay que atender a los hechos más que buscar vueltas reveladoras. Pueden haberlo hecho por muchas razones, pero lo han hecho y eso es lo que importa. Hay que ver si nos conviene como sociedad o no, y a mí me parece que sí, la razón que la fuerza es otro tema. Cualquier cosa que se haga para cambiar lo malo tiene que ser bienvenida, el problema es que ni siquiera se identifica lo malo como tal y se normaliza todo con una velocidad espantosa. ¿En el Perú es normal que trabajen niños de picapedreros o salir a vender a la calle con 80 años porque no tienes ni pensión ni ninguna forma de mantenerte? En el Perú es normal y ni siquiera lo hemos identificado como perverso o digno de cambio. Va más allá de la indiferencia, es la ignorancia en los dos sentidos: ignorantes porque no sabemos que realmente es un problema y porque desatendemos el problema. Ignoramos a propósito lo que deberíamos estar resolviendo y eso como sociedad hará que mil problemas, incluyendo la tuberculosis, sigan vivos por mil años más y eso es aterrador.
Ha comentado que construye a sus personajes de tal manera que significan un reto para los actores...
A mi me gusta que el teatro me asombre y me muestre destrezas actorales, y trato de que los montajes de mis obras también tengan esos elementos. Cuando ves a un actor transformarse en otro personaje cuando no lo reconoces, cuando sientes que es capaz de cantar o tocar un instrumento o pararse de cabeza sientes un poquito de esa maravilla,eso todos lo apreciamos y es lo que busco en escena.
¿Cuál es su opinión del teatro que se está haciendo por Zoom o plataformas digitales?
En general el teatro es literalmente pasar del dicho al hecho, la palabra volverla un acto. Dado que solo tenemos la virtualidad como escenario nos toca plasmarlas ahí. Hacer que pasen de esa manera, que no dejen de tener aliento teatral para no pretender que sea cine o televisión.
Hay una polémica sobre si es o no teatro...
Es bueno que haya teatro por Zoom sea o no teatro como lo entienden algunos. Tienen que seguir haciendo teatro por Zoom y, probablemente, lo siga habiendo incluso cuando se abran las salas teatrales. Que sea o no teatro me hace preguntar si la persona que lo califica es o no la persona autorizada para decirlo. Si alguien dice que eso no es teatro diría que esa persona no es teatrista, pero es entrar en una discusión de términos que es deporte nacional.
¿Y cómo ve el futuro del teatro?
El teatro es un producto, uno paga por ver. Va a seguir siendo caro respecto a la necesidad de la gente que ahora tiene menos dinero que antes. Va a seguir compitiendo con el pollo a la brasa, tú eliges si comes cultura o un delivery. Es una competencia muy dura pero por suerte hay amantes de las tablas que están esperando que vuelvan a abrir para comprar su entrada y eso también es gratificante. Lo importante es entender que el teatro construye identidad. Somo peruanos porque nos unen los signos creado por la cultura, desde el torito de Pucará que tienen el rico y el pobre en su casa hasta los retablos y el Himno Nacional. Son símbolos que nos unen como peruanos creados por artistas, no por políticos o ingenieros, y combatir la cultura es destruir la identidad nacional.
Por eso los países que apoyan su cultura ponen plata en teatro porque saben que tener un teatro colombiano o argentino construye una noción de nación que hace más grande a todo el país. En el Perú no se busca la grandeza, se busca el lucro y la coima, mil cosas que están mucho más abajo que la valoración de la peruanidad. En cambio los teatristas, todos los días haciendo nuestras obras y diciendo a las personas cómo somos los peruanos, hace que nos reunamos siendo desconocidos en salas oscuras para celebrar el estar juntos, al margen de su la obra es buena o mala.
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