Silenciosamente ha partido Juan Piqueras Sánchez-Concha. Silencioso como fue en toda una vida de trabajo el considerado por muchos como mejor mimo del país. No en vano fue discípulo del francés Étienne Decroux, quien también fuera maestro de Marcel Marceau –acaso el más reconocible de su profesión– y de varios otros grandes.
También fue pintor, otra arte en la que las palabras sobran. Hay pues allí una tendencia al mutismo. Porque si el hablar a veces incluso nos separa, siempre es bueno ir a la búsqueda de otras expresiones para comunicarnos. Los seres humanos nos distanciamos con insultos y nos reconciliamos con abrazos.
Eso sí, cuando Juan Piqueras hablaba, decía lo justo. Por ejemplo, cuando hace unos años, en una entrevista con El Comercio, contaba por qué abandonó la pintura (estudió en la Escuela de Arte de la PUCP) para dedicarse a la mímica. Decía que le causaban gracia los rostros desorientados que ponía la gente frente a un cuadro. En vez de eso, prefería la risa inmediata y sincera de un niño frente a un Pierrot. “Eso era mucho más intenso que la fría soledad de las galerías”, confesaba.
Piqueras, además, innovó al traerse abajo algunos estereotipos de la mímica. Abandonó la cara pintada de blanco y los polos rayados para centrarse en la acción del cuerpo como herramienta sustancial, en el punto fijo como eje de una energía transformadora. Esa influencia se deja sentir hasta hoy.
Juan Piqueras ha partido en el mes en que se celebrará el Festival de Mimo de Lima. Este domingo, cuando en la Plaza San Martín suene el disparo de partida para la Maratón en Cámara Lenta, muchos de los mimos participantes seguramente estarán pensando en él. Homenaje justo –y silencioso– para un maestro que siempre supo cuándo callar. Mejor prescindir de tanta palabra.
EL DATO
Los restos de Juan Piqueras serán velados en la Casa Piqueras, ubicada en la Bajada de Baños 347, Barranco (frente al Puente de los Suspiros).