Jorge Barraza

No es caro tomar un Uber en Doha. Incluso el Gobierno catarí ha dispuesto flotas de autos con chofer gratuitos para transportar a la prensa. Están apostados en varios puntos de la ciudad. Sólo hay que mostrar la credencial y listo, lo llevan a donde uno pide. Pero ninguna de esas opciones se compara con un delicioso viaje en metro, por el excepcional servicio -pasa una formación cada tres minutos- y porque allí también se vive el Mundial. Desde muy temprano miles de hinchas de todos los equipos, con banderas, camisetas, gorros abarrotan las estaciones y se mezclan en los trenes, todo en un marco de convivencia notable. Cada cual a lo suyo y respeto total. Los más llamativos, sin duda, los canadienses que van enfundados en su casaca roja, pero vestidos como la célebre policía montada de Canadá, con el sombrero marrón de fieltro y el cinturón grueso de cuero. Algunos incluso con el saco típico abotonado. Predomina el silencio, roto sólo por los argentinos, como siempre con sus cánticos. Los miles de celeste y blanco trajeron dos temas nuevos para , uno de ellos “En Argentina nací”, de La Mosca, el preferido de Messi en el vestuario, con música de “Esta noche me emborracho”.

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“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel…/ de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré…/ no te lo puedo explicar, porque no vas a entender…/ las finales que perdimos cuántos años las lloré…/ pero eso se terminó, porque en el Maracaná, la final con los brazucas, la volvió a ganar papá…/ Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar…/ quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial…/ Y al Diego, en el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota, alentándolo a Lionel”.

Destaca entre los aficionados un notable pacifismo, que apenas perdió su invicto en una refriega entre mexicanos y argentinos, las dos hinchadas más numerosas. México pierde siempre ante Argentina y hay crispación. Y los argentinos no son santos. A propósito, según el portal Saudi News, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, nuevo dueño del Newcastle inglés, se comprometió “a obsequiarle un Rolls-Royce a cada uno de los jugadores de su selección por su triunfo ante Argentina”. En Argentina dicen que, como réplica, por derrotar a México, el presidente Aníbal Fernández obsequiará a cada futbolista albiceleste un Fiat 600. Muy bueno.

Gran fútbol

Todos nos frotábamos las manos ayer para presenciar una jornada imperdible con Brasil-Suiza y Uruguay-Portugal, pero ocurrió lo que está tornándose habitual en esta Copa: que el show lo dieran otros, los menos pensados. En primer turno igualaron Camerún y Serbia 3 a 3. Gran juego, cambiante, Camerún iba uno arriba, luego caía 1-3 y finalmente igualó 3-3. Pero si ese choque nos pareció fantástico, luego vendría el partido del Mundial: Ghana 3 - Corea del Sur 2. Trepidante, excepcional, intenso, volcánico. Con los agregados fueron 104 minutos de una emoción casi irrespirable. Un duelo para dejar más exhaustos a los espectadores que a los protagonistas. Era un baño de tensión cada jugada. Los dos al ataque, como si dos boxeadores se encarnizan, dejan de lado el plan de pelea, bajan la guardia y empiezan a darse como en la calle, puñete va, puñete viene. Cuando el fútbol alcanza una dimensión así, es el espectáculo más grande del mundo. Nada puede igualarlo.

Mención de honor: los últimos veinte minutos de Corea son para que los condecore el presidente. Pusieron a Corea en un pedestal de coraje, de entrega y de pasión. Jugar así genera orgullo, aún perdiendo.

El mejor partido del Mundial. ¿Y el mejor de los Mundiales…? Recordamos aquel infartante Alemania 3 - Francia 3 de 1982, que luego del tiempo regular y los alargues ganó el once de Paul Breitner al de Michel Platini, en los penales. Eso fue para matar gente. Pero se trataba de una semifinal y entre dos potencias.

Luego Brasil sorteó el escollo de Suiza, que fue combativo y más incómodo de lo imaginado. Al final, un tremendo derechazo de Casemiro salvó al equipo de Tite de críticas y dudas. Y es el segundo clasificado a octavos de final, siguiendo a Francia. Los dos grandes candidatos al título pasaron rápido, con dos victorias. Les siguió Portugal, vencedor de Uruguay con floreo. Los charrúas con un fútbol gris, rozando lo defensivo y a contramano de la tendencia de ataque que rige en el fútbol actual.

Qatar 2022 es un 10 en organización, y también lo está siendo en juego. Es el Mundial de las sorpresas, del despertar de los chicos, de la intensidad. Se está jugando a un ritmo que roza el límite del esfuerzo humano. Los partidos duran un mínimo de 100 minutos y a puro vértigo. Y aún a esa velocidad y con un grado de oposición altísimo se ven cosas bonitas, gestos técnicos notables. Tal vez la FIFA deba repensar la fecha en que se juegan los Mundiales. Este rompió con la tradición de junio-julio por noviembre-diciembre y ha sido fantástico. Los jugadores llegan con la pretemporada hecha y con sólo tres meses y medio de jugar ligas locales y Champions. Eso les da frescura física, por eso salen estos partidos como si la televisión estuviese acelerada. En junio-julio los futbolistas vienen con 50 o 60 partidos en las piernas y, sobre todo, en la mente. Y salen Mundiales más quietitos, conservadores.

Esto y la refrigeración de los estadios. En el campo, los protagonistas se mueven a una temperatura de 20 grados, perfecta para correr y seguir corriendo una hora y cuarenta sin parar. Siempre evocamos el horno que fue Estados Unidos en 1994 o el soporífero calor de México ‘86, que se jugó a mediodía, por lo cual Maradona cargó con bayoneta contra la FIFA. Dicho sea de paso, Diego era el único que se le atrevía. A Havelange y al que rayara.

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