A Sam Dagher todavía lo acompañan las horribles escenas que presenció en Siria y probablemente siempre será así. El periodista estadounidense-libanés fue el único corresponsal occidental que cubrió la guerra desde el interior del país entre el 2011 y el 2014. Es autor del libro “Assad or we burn the country” (“Al Asad o quemamos el país”), una frase que se convirtió en uno de los mantras del régimen desde que estalló el conflicto y que él mismo vio pintada varias veces en las paredes que quedaron en pie en medio de la destrucción.
El reportero de guerra vivió permanentemente en Damasco, la capital siria, hasta que fue detenido brevemente por las fuerzas leales a Bashar al Asad en una prisión clandestina y luego expulsado del país por informar de forma desfavorable al régimen.
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Dagher tiene más de 16 años informando en el Medio Oriente y ha trabajado para prestigiosos medios como “The Wall Street Journal”, “The New York Times”, “Christian Science Monitor” y la agencia France Presse.
El Comercio conversó con él sobre el impacto de la guerra en su vida y su labor, y de cómo ve el futuro para Siria 10 años después del inicio del devastador conflicto.
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—¿Cómo cambió el mundo la guerra en Siria?
Creo que en muchos sentidos y no para bien, desafortunadamente. Lo que pasó en Siria socavó el derecho internacional y a las Naciones Unidas como ningún otro evento en la historia reciente porque creó esta narrativa horrible, y estoy hablando de algo que se remonta a principios del 2011, que solo beneficia a los dictadores y autócratas en todo el mundo, incluyendo América Latina.
—¿En qué sentido?
Se vio que un dictador puede hacer cualquier cosa para mantenerse en el poder, puede matar y poner en prisión a su propio pueblo, puede matar a su gente de hambre e incluso atacarla con armas químicas y puede salirse con la suya, sin mucho castigo. Se creó esta impunidad para los autócratas en todo el mundo, no solo en el Medio Oriente, sino también en algunas partes de Europa, donde llamados líderes populistas llegaron al poder llenos de odio y polarización y agitaron a la gente con el objetivo de alcanzar el poder. Lo vimos en Estados Unidos con Donald Trump y en Brasil con Jair Bolsonaro. La guerra en Siria abrió la puerta para que toda clase de autócratas sientan que tienen licencia para hacer cualquier cosa. Y sin duda seguimos en ese ambiente hasta el día de hoy.
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—¿Ve que la situación en Siria mejore en un futuro cercano?
Creo que la situación solo puede mejorar si, en primer lugar y sobre todo, se hace justicia y se rinden cuentas por lo sucedido. Aunque todos los bandos han cometido crímenes de guerra en Siria, el responsable de la mayoría de los crímenes contra la humanidad es el régimen, concretamente Bashar al Asad y su familia. Así que hasta que no rindan cuentas por lo que hicieron no veo ninguna solución a largo plazo. Es decir, puede que haya esfuerzos en este momento, pero la raíz del problema es la tiranía y la opresión y la falta de libertad que el pueblo sirio ha vivido durante 15 años porque hay que recordar que esta familia ha estado en el poder durante más de 50 años, desde Hafez al Asad (padre del actual mandatario).
—¿Cómo lo hicieron?
El partido del régimen ha estado gobernando desde 1963 porque cuando llegó al poder eliminó toda la vida política en Siria. Todos los partidos políticos fueron disueltos, todos los que estaban en contra del régimen de alguna manera fueron expulsados del país y todo fue naturalizado en nombre de la igualdad y en nombre de la redistribución.
Hemos visto muchos ejemplos de esto en América Latina cuando la retórica se centra en el poder del pueblo, pero al final del día, en la práctica, el poder se concentra en una familia y una persona fuerte. Esta familia ha estado en el poder durante cinco décadas y la causa fundamental de este problema en Siria es esta tiranía, esta opresión. La gente no puede decir lo que piensa, tiene que someterse al régimen y vivir en constante temor. Todo eso sigue vigente, nada ha cambiado. Mientras esas circunstancias sigan igual, no veo ninguna solución a largo plazo.
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—Mencionó los esfuerzos que existen para lograr un cambio. ¿En qué estado se encuentran estas acciones?
Ahora mismo hay esfuerzos por parte de Turquía, Qatar, Arabia Saudí, Rusia e Irán, todos ellos gobernados por autocracias, por hombres fuertes. Estos países dicen que intentan encontrar una manera de empezar una nueva página en Siria, pero manteniendo a Bashar al Asad con algunas reformas. Afirman que hay que encontrar una manera de tener una solución política que mantenga el régimen y que quizá incluya algunos elementos de la oposición y añada alguna reforma cosmética, pero esto no va a funcionar a largo plazo.
También creo que es peligrosa la forma de pensar que tienen países de Europa y Estados Unidos que dicen que son demócratas y que quieren democracias en todo el mundo, pero al mismo tiempo no están muy inconformes con el statu quo en Siria. En sus mentes significa que no hay más refugiados que están llegando a Europa y también sienten que tal vez este régimen es mejor que el Estado Islámico. Pero olvidan que lo que creó el Estado Islámico son regímenes como el sirio. La tiranía que existe en Siria creó el Estado Islámico y otros grupos extremistas.
—¿Cómo impactó la guerra en tu trabajo como periodista?
Tremendamente. Empecé cubriendo la guerra desde Beirut (Líbano) en el 2011 y luego pude llegar a Siria, donde estuve desde octubre del 2011 hasta agosto del 2014. Después de que el régimen me echara del país, en aquel 2014, sufrí un largo periodo de trastorno de estrés postraumático al tener que lidiar con lo que viví. Creo que los periodistas necesitan recuperarse de ese tipo de historias. Estoy convencido de que necesitan mucho apoyo mental, psicológico y profesional. Es muy difícil pedirle a la gente que cubra este tipo de conflictos sin apoyo y espero que las organizaciones den ahora a este tipo de apoyo la prioridad que merece, porque realmente tiene un gran impacto en la vida de los periodistas. La tuvo en la mía.
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—¿Hay algún episodio en particular que regrese a su mente?
Lo que vi en la ciudad de Homs todavía me persigue hasta el día de hoy. Hay una campaña sistemática de limpieza que ejecuta el régimen y que comenzó en el 2011. Esto significa rodear la zona donde viven los civiles que protestan contra el régimen y bombardearla, el objetivo es hacer que la gente abandone sus casas, que dejen todo atrás. Cuando estos barrios están vacíos entonces las milicias que están al servicio del régimen, los paramilitares, roban todo lo que hay en las casas y luego las queman porque no quieren que la gente vuelva. Hasta el día de hoy hay barrios enteros en Homs que están completamente desiertos, no hay nadie.
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— Sam Dagher (@samdagher) April 13, 2020
—¿Cómo fue presenciar eso?
Para mí es la escena que más me persigue. Recuerdo estar caminando por estos barrios sin escuchar nada más que el sonido de los pájaros y luego ver la vida de la gente tirada en las calles en la forma de una manta, de un juguete de bebe, de un álbum de fotos. Vi libros escolares de los niños justo en la calle, sin que hubiera nadie allí. Muchas veces los paramilitares escribían en las paredes este lema “Asad o nadie” o “Asad o quemamos el país”. Así titulé el libro que escribí sobre la guerra. No son mis palabras, eran las palabras de las fuerzas leales al régimen.
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