Un hombre usa una máscara facial mientras camina por un Times Square desierto por la pandemia de coronavirus en Nueva York, Estados Unidos. (Foto: AFP)
Un hombre usa una máscara facial mientras camina por un Times Square desierto por la pandemia de coronavirus en Nueva York, Estados Unidos. (Foto: AFP)
/ KENA BETANCUR
Farid Kahhat

| En una entrevista reciente en el programa “Fox Business”, el secretario de Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, esbozó una interpretación peculiar sobre los posibles efectos económicos de la pandemia de que atravesamos.

Según él, esta era un factor de riesgo adicional que las empresas debían tener en cuenta al diseñar sus cadenas de suministros (las cuales hoy dependerían en demasía de países que estuvieron en el epicentro de esa pandemia, como la República Popular China). Lo crea o no, Ross sostenía hasta hace poco que la pandemia tendría consecuencias positivas para la economía estadounidense. Dijo, explícitamente, que “esto ayudará a acelerar el regreso de los puestos de trabajo hacia América del Norte, algunos hacia Estados Unidos, probablemente otros hacia México”.

Si algo queda claro ahora, es que el efecto neto será una destrucción masiva de puestos de trabajo en China, pero también en Norteamérica y en el resto del mundo. Las principales economías nacionales son tan interdependientes hoy en día que no hay forma de que algunas de ellas sufran una profunda recesión sin que ello afecte por diversas vías a sus socios comerciales.

Por ejemplo, algunas de las empresas afincadas en China que dejaron de exportar bienes finales o intermedios hacia Estados Unidos (como Apple) son de matriz estadounidense. Y si hoy las cadenas de suministros son intercontinentales es porque esa es la forma más eficiente (por calidad o precio) de organizar el proceso de producción. Es decir, cadenas de suministros menos extensas geográficamente podrían, en efecto, traer de vuelta algunos trabajos. Pero podrían implicar también que haya menos trabajos en el conjunto de la economía, que las empresas estadounidenses paguen mayores precios por insumos de menor calidad o que los consumidores estadounidenses paguen mayores precios por bienes finales de inferior calidad.

La pandemia de coronavirus ha obligado a paralizar gran parte de los negocios en todo el mundo. En la imagen, un hombre llega para una prueba al Hospital Elmhurst, en Nueva York, Estados Unidos. (Foto: AFP).
La pandemia de coronavirus ha obligado a paralizar gran parte de los negocios en todo el mundo. En la imagen, un hombre llega para una prueba al Hospital Elmhurst, en Nueva York, Estados Unidos. (Foto: AFP).
/ EDUARDO MUNOZ ALVAREZ

Ese es un desenlace que solo cabría celebrar si tu base política es parte de los sectores económicos que se benefician con el nuevo statu quo, pero que sería perjudicial para la economía en su conjunto.

Volviendo a la pandemia en curso, ahora resulta evidente que cuando en el 2014 la administración Obama colaboró con países africanos para contener un brote de ébola, no lo hizo solo para reforzar el liderazgo internacional de su país: lo hizo sobre todo porque la forma más eficaz de impedir que un brote local se convierta en una pandemia global era actuando en forma oportuna y decisiva en el epicentro del problema. Es decir, la mejor forma de defender el interés nacional (en este caso, previniendo el contagio) era mediante la cooperación internacional.

Es una lección similar a la que llevó a Estados Unidos a promover los acuerdos de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial. Durante la Gran Depresión, diversos países apelaron a medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas con el fin de vender al resto del mundo bienes para los cuales no había suficiente demanda nacional. Pero dado que los potenciales competidores hicieron lo mismo, esas políticas se neutralizaron entre sí y ninguno de esos países consiguió ese fin. La lección era que convenía crear mecanismos internacionales de ayuda para países con problemas de balanza de pagos, de modo que no sintieran la tentación de recurrir a esas prácticas en el futuro. Una lección hoy olvidada.

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¿Qué es el coronavirus?

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).

El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.

El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.

Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.

Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.

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