En los últimos años, el terrorismo islamista ha sido la principal amenaza de seguridad en el mundo. Y, como tal, ha recibido toda la atención de gobiernos y medios de comunicación. Sin embargo, en los últimos años ha ido creciendo una violencia con otros apellidos y que está encendiendo algunas alarmas casi olvidadas en los departamentos de seguridad: el terrorismo de extrema derecha.
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A comienzos de octubre, cuando el FBI detuvo a un grupo de hombres vinculados a milicias de extrema derecha que planeaban secuestrar a la senadora del estado de Michigan, Gretchen Whitmer, muchos en EE.UU., se preguntaron si no se había infravalorado la amenaza de estos grupos.
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Solo unos días después, las dudas sobre su importancia quedaban resueltas en un informe del Departamento de Seguridad Nacional del país: “Como Secretario, me preocupa cualquier forma de extremismo violento […], sin embargo,estoy particularmente preocupado por los extremistas violentos de la supremacía blanca que han sido excepcionalmente letales en sus aborrecibles ataques”en los últimos tiempos, confesaba Chad Wolf, secretario interino de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Los datos que presenta el documento son contundentes: casi el 70% de los atentados y complots que ha sufrido el país en los primeros ocho meses del año están enmarcados en el “supremacismo blanco”, una categoría enmarcada en la extrema derecha. En estos ataques murieron 39 personas.
Y el Departamento de Seguridad Nacional lanzó un aviso: este terrorismo “supremacista blanco” seguirá siendo “la amenaza más persistente y letal en el país” en adelante.
Preocupación global
Pero la preocupación sobre el tema no se queda en EEUU. El jefe de los servicios de inteligencia británicos ha reconocido en los últimos días que este tipo violencia es una de las “mayores amenazas” que enfrenta su país.
Un peldaño más subió el ministro del Interior alemán, Horst Seehofer, cuyo gobierno ha tenido incluso que disolver una unidad de élite del ejército por sus vínculos con grupos neonazis en medio de confabulaciones para crear un grupo terrorista dentro de sus fuerzas armadas. “Es la mayor amenaza para nosotros”, dijo.
Y el propio Comité de Antiterrorismo de la ONU se ha visto obligado a emitir recientemente una alerta contra la “creciente amenaza transnacional del terrorismo de extrema derecha”.
Así, las diferentes alertas marcan una tendencia: en los últimos cinco años, los atentados terroristas etiquetados como de extrema derecha han crecido un 320% en todo el mundo, de acuerdo al Índice Global de Terrorismo, uno de los indicadores de referencia en la materia y que elabora el Instituto de Economía y Paz (IEP).
Una amenaza que se concentra especialmente en EEUU, Europa y Oceanía.
Si en 2010 este tipo de terrorismo parecía durmiente, con apenas cinco ataques registrados por el organismo, casi una década después esa cifra escaló hasta los 58 atentados en el año, siendo asesinadas 77 personas.
A finales de la década, incluso hubo más ataques terroristas en Occidente inspirados por la extrema derecha que por el terrorismo yihadista (17,2% frente a un 6,8%, respectivamente), según el informe.
“Tenemos un problema y su tendencia es creciente”, advierte Cristina Ariza, coordinadora en la materia del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET) y analista en el Tony Blair Institute of Global Change.
Por qué está repuntando
En la historia reciente, el terrorismo por razones políticas tuvo su apogeo en la década de los 70 (casi 1.700 ataques en el periodo), declinando abruptamente y permaneciendo casi desaparecido en los siguientes 30 años, según el instituto IEP, que cataloga aparte los terrorismos separatistas y los religiosos.
Prácticamente solo volvió a las portadas de los medios con dos excepciones puntuales y particularmente sangrientas: los atentados con explosivos vinculados a la extrema derecha en la ciudad italiana de Bolonia (85 muertos) en 1980 y en la ciudad estadounidense de Ocklahoma en 1995 (168 fallecidos).
En los 16 años que sucedieron a ese último, el instituto calcula que la extrema derecha protagonizó apenas 6,5 incidentes anuales como media.
Pero algo cambió el 22 de julio de 2011, cuando el ultraderechista noruego Anders Breivik hizo estallar una bomba frente a un edifico oficial en Oslo y después se adentró en un campamento juvenil del Partido Laborista para provocar una masacre. Breivik mató a 77 personas.
Los atentados vinculados a la ideología de extrema derecha se intensificaron desde entonces: Christchurch (Nueva Zelanda, 2019), 51 muertos; El Paso (EEUU, 2020), 22 muertos; Hanau (Alemania, 2020), 9 muertos; Pittsburgh (EEUU, 2018), 11 muertos.
La tendencia es clara para los expertos y surge la pregunta: ¿por qué ahora? ¿Qué ha sucedido para que se reactive este tipo de terrorismo?
“No hay respuesta única”, explica Ariza a BBC Mundo, pero en la propia variedad de motivaciones y lugares de estos atentados se esconden las claves.
“Los años de crisis económica [tras la gran recesión de 2008] y los propios procesos políticos resultantes que impulsaron a formaciones políticas de derecha radical, una reacción por la virulencia del terrorismo yihadista de estos años, el sentimiento de algunos sectores contra las oleadas migratorias… sus razones son variadas”, reflexiona.
“Hay que entender que el llamado terrorismo de extrema derecha y los propios movimientos cercanos a su ideología, sean o no violentos, son muy heterogéneos y, por tanto, también lo son los motivos de su exaltación aunque compartan un tronco común. No es un terrorismo perfectamente organizado y jerarquizado, actúan solos en muchas ocasiones”, relata.
En concreto, el 60% de los ataques de este tipo de terrorismo están perpetrados por individuos que no pertenecen a ningún grupo, según los datos del Instituto de Economía y Paz.
“Hay que entender que los grupos de extrema derecha ya no se circunscriben únicamente a los clásicos neonazis, que admiran a Hitler y defienden la supremacía blanca o el antisemitismo, sino que han aparecido nuevas vertientes que entroncan con los nuevos populismos”, alerta la investigadora.
“Estas corrientes centran sus objetivos en lo que llaman la batalla cultural, y entre sus obsesiones están acabar con el multiculturalismo, detener la llegada de migrantes, expulsar a los musulmanes, acabar con las élites liberales, entre otras”.
“Estos grupos son muy activos en redes sociales y foros supremacistas de internet”, agrega Ariza.
“Allí encuentran un terreno ideal para explotar su discurso, captar adeptos y promover todo tipo de discursos conspirativos”.
Y pocos momentos más propicios para azuzar las conspiraciones que una epidemia mundial: la crisis por el covid-19 se ha convertido en un elemento decisivo para agravar aún más su virulencia.
La covid-19 y la extrema derecha
El Comité Antiterrorista de la ONU emitió una alerta recientemente advirtiendo de la masiva difusión de mensajes conspiracionistas de la extrema derecha que les está sirviendo incluso para planear y llevar a cabo acciones violentas.
Hay una cifra significativa: en solo tres meses, un grupo de 34 portales conspiracionistas sobre la covid-19 consiguieron 80 millones de interacciones en Facebook, señala el informe de alerta de la ONU. Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud, tratando de proporcionar información verídica, solo consiguió 6,2 millones.
Sus mensajes son variados. Quieren sembrar la idea de que la covid-19 es una herramienta para conseguir el “gran reemplazo”, es decir, eliminar a la población blanca; alertan de las infraestructuras 5G como vehículo de transmisión, de que es un plan para hundir la economía, de que se están enviando inmigrantes infectado para diseminar el virus, e incluso lo relacionan con poderes ligados al sector sanitario.
Y esos mensajes están teniendo un seguimiento concreto, alerta la ONU.
Algunos de estos grupos están siguiendo una táctica que llaman “aceleracionista”, que busca aprovechar la presente crisis para sembrar el caosy derrocar al sistema.
Por ejemplo, el movimiento “boogaloo” de EE.UU., cuya etiqueta fue mencionada más de 100.000 veces en Twitter, según el organismo internacional.
El informe alerta de que estas estrategias están siendo exitosas y aumentando las probabilidades de que más “individuos se comprometan en dar el paso de la violencia”.
De hecho, ya se han localizado planes concretos, como “un complot terrorista de extrema derecha” que buscaba volar un hospital de pacientes de covid-19 en Missouri (EE.UU.) y que pudo desmontar el FBI.
Difícil de perseguir
Cuando la noche del 17 de junio de 2015, Dylann Roof (hombre blanco de 21 años), abrió fuego con un rifle de asalto y asesinó a nueve fieles de una congregación de la Iglesia Metodista Africana de Charleston (Carolina del Sur, EEUU), muchos no entendieron que fuera clasificado como un crimen de odio y no de terrorismo.
Samuel Sinyangwe, un conocido activista afroamericano, escribió esa noche en su cuenta de Twitter: “El terrorista que disparó llevaba una bandera del Apartheid en su chaqueta. Si un hombre musulmán llevara una bandera de ISIS, no pasaría ni el control de seguridad de un centro comercial”.
El propio Nate Snyder, uno de los asesores de antiterrorismo de la administración de Barack Obama, lamentó la decisión: “Si alguna vez hubo una oportunidad de definir a los extremistas blancos como terroristas domésticos fue esa, la de Dylan Roof”, le dijo a The New York Times.
Y este carácter descentralizado, la falta de jerarquías y que sean perpetradores solitarios dificulta luchar contra él, advierten varios expertos.
El terrorismo de esta tendencia contabiliza 746 ataques y 688 muertos desde 1970, según el IEP, pero numerosos expertos advierten de que las cifras de actos violentos y víctimas pueden ser mucho mayores.
La de la extrema derecha “es una forma única de violencia política con límites líquidos entre el crimen de odio y el terrorismo organizado”, analiza Daniel Koehler, director del Instituto Alemán de Radicalización y Desradicalización.
Esto provoca disfunciones a la hora de perseguirles legalmente por estos delitos y aparecer en las estadísticas como tales.
“En muchos países occidentales, la violencia de la [extrema] derecha se ha analizado bajo la rúbrica de los delitos de odio” y numerosas veces los perpetradores “son procesados por diversos delitos (odio, asesinato, posesión de armas) y no por terrorismo” simplemente porque es “más difícil, y requiere más recursos, probar ante un tribunal la acusación de formar una organización terrorista o participar de una intentiva terrorista, en comparación con los requisitos” demandados para los otros delitos, estableció Koehler en una investigación para el Centro Internacional de Contraterrorismo de La Haya.
Así, explica Koehler, solo en Alemania la cifra de víctimas podría ser el doble: solo aparecen 83 víctimas oficiales del terrorismo de extrema derecha desde 1990, cuando el recuento que podría encajar por este tipo de actividad se sitúa en 169, según diversos análisis académicos.
Y según sus estimaciones sobre informes judiciales germanos podría haber más de mil crímenes violentos anuales relacionados con la extrema derecha.
“Es necesario acabar con el doble rasero al tratar con la violencia de la derecha y el terrorismo en comparación con otras formas de violencia política”, considera Koehler.
Y concluye: “No sólo las víctimas de la violencia de extrema derecha lo señalan como una hipocresía, sino que los perpetradores lo ven como una forma de victoria si pueden salirse con la suya, es decir, cometer delitos de naturaleza terrorista sin ser perseguidos por terrorismo o etiquetados como tales”.
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