Los virus que “saltan” de animales a humanos han causado varias pandemias a lo largo de la historia.
Es posible que en el contexto actual de la COVID-19 hayas oído hablar de la “gripe española”, la más grave de la historia reciente.
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En el siglo XX hubo otros dos brotes pandémicos de gripe, la “asiática” (1957-58) y la “de Hong Kong” (1968-69).
Pero la primera gran pandemia de gripe se remonta al siglo XIX. Se le llamó “gripe rusa” porque allí se reportó el primer caso.
Fue en 1889, mucho antes de que la ciencia de la virología hubiera sido concebida.
La “gripe rusa” se extendió rápidamente por Europa, y llegó después a América del Norte y a América Latina. Se cree que mató a un millón de personas, aunque no existen cifras oficiales y el debate sigue abierto.
Pero pese a que no tuvo el alcance de la “gripe española”, que mató a más gente que las dos guerras mundiales, la “gripe rusa” fue fulminante.
La “primera”
Ocurrió en el invierno de 1889 y hubo varios brotes epidémicos hasta 1894.
No existe mucha historiografía sobre ella. Sin embargo, los científicos la consideran la primera “epidemia verdadera” en la era de la bacteriología. Por eso creen que estudiarla es fundamental.
“La historia nos enseña a tomar estas pandemias muy en serio”, le dijo hace unos años a la BBC el médico e historiador médico estadounidense Howard Markel, director del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de"Michigan, y especializado en pandemias.
“Pero también nos enseña que son previsiblemente impredecibles”, añadía el especialista.
El virus de la gripe debe evolucionar continuamente para evadir su mayor amenaza: nuestro sistema inmunitario, que produce anticuerpos para librarse de él.
“Por eso debe seguir mutando para evitar ser destruido”, le dijo a la BBC David Morens, del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID) de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de EE.UU.
Las pandemias —como la “gripe rusa” o la actual COVID-19— ocurren cuando surge una cepa diferente con nuevos genes de un virus animal que “pasa” a las personas.
Todas las pandemias de gripe que ha habido a lo largo de la historia se asocian solamente a unas pocas cepas virales, que toman su nombre de dos proteínas: la H (hemalulutanina), para adherirse a las células, y la N (neuraminidasa), para liberarse de las infectadas e infectar a otras nuevas.
Cuando comenzaron a investigar la “gripe rusa”, los científicos pensaron que se había originado a partir de una cepa del virus de la influenza A, identificado como H2N2. Después supieron que en realidad se trataba del virus H3N8.
Pero uno de los hechos sobre la "gripe rusa" que más desconcertó a los científicos y a la población de la época fue lo rápido que se propagó.
Un mundo “interconectado”
La magnitud y extensión de la "gripe rusa" fueron asombrosas: tardó apenas seis semanas en extenderse por Europa y otros seis en hacerlo por todo el mundo.
Los primeros casos se observaron en mayo de 1889 en tres lugares separados y distantes: Bujará, en Asia Central (Turquestán), Athabasca, en el noroeste de Canadá, y Groenlandia.
Hoy la conocemos como “gripe rusa” porque fue el primer país en el que se reportó, explicó en su tesis doctoral la investigadora española Sara García Ferrero, quien analizó aquel episodio de la historia en el 2018, en una tesis dirigida por el jefe del Departamento de Población del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CISC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Diego Ramiro Fariñas.
“La ‘gripe rusa’ fue una de las más importantes del siglo XIX, pues es considerada la primera pandemia de gripe en un mundo interconectado”, escribió García. “Se ha caracterizado por ser una de las pandemias más devastadoras del siglo XIX”.
El rápido crecimiento de la población del siglo XIX, sobre todo en las zonas urbanas, ayudó a que la gripe se extendiera, y en poco tiempo el brote se propagó por varios países.
Se cree que las líneas de ferrocarril fueron clave en esa propagación.
Ante el incremento del número de muertes, algunos gobiernos comenzaron a tomar medidas para evitar el contagio de la enfermedad, desde el cierre de colegios y universidades, hasta la reducción de servicios de transporte y el cierre de empresas. También se cancelaron celebraciones y funerales.
En cuanto al origen, más de 130 años después todavía no está claro.
¿Es gripe? ¿Es dengue?
En su investigación, García señaló que “algunas hipótesis apuntan a que tuvo lugar en Siberia en mayo de 1889, y de ahí se propagó durante los meses de verano al norte de Canadá y Groenlandia”.
Otras teorías, dice la científica, apuntan a que pudo originarse en Turquestán, Asia Central.
Lo que sí está claro es que los primeros casos se reportaron en San Petersburgo hacia finales de octubre, según los registros de prensa de la época, aunque Europa occidental no se hizo eco de la noticia hasta finales de noviembre.
El tono en el que se contó la noticia pasó de la incredulidad al miedo.
“¿Es la gripe? ¿Es la influenza? ¿Es el dengue? He ahí las tres preguntas obligadas que todo parisino dirige en estos momentos a cuantos conocidos halla al paso”, se lee en un recorte de prensa del 17 de diciembre de 1889 del diario español El Liberal que informaba sobre la extensión del virus en su país vecino.
El artículo continuaba así: “¿En qué quedamos? La alarma es grande desde hace tres días. Eso de ignorar aún si la enfermedad del día se llama el dengue, la influenza o la gripe, es lo que París menos soporta. Una epidemia que oculta su nombre, por benigna que sea, es para estremecer los espíritus más despreocupados. París, que ha sonreído siempre ante los más grandes peligros, se entrega hoy a cómicos terrores”.
Mientras tanto, los medios oficiales decían que no había motivos para alarmarse. Hasta que el 27 de diciembre el tono del discurso cambió.
Un día después los periódicos publicaban: “La epidemia se ha agravado produciendo preocupación general. Hay bastantes casos graves y algunos mortales. Créese que nadie se escapará de pasar la epidemia”.
Reacciones similares ocurrieron en Londres, Madrid o Berlín. Fue la pandemia de gripe más mortal de la época en Europa.
Pero la “gripe rusa” también viajó al otro lado del Atlántico. Por vía marítima, llegó a los cinco puertos más importantes de la Norteamérica del siglo XIX: Boston, Nueva York, Baltimore, Nueva Orleans y Filadelfia.
Desde Nueva York y Boston, las ciudades que más migrantes europeos recibían, se extendió por toda Norteamérica y por parte Canadá.
“También tuvo su aparición en México y el Caribe, aunque fue algo más tardía que en Norteamérica y Europa”, recoge García en su tesis.
Después, entre los meses de febrero y abril de 1890, llegaría a Sudamérica, instalándose en grandes ciudades como Buenos Aires o Río de Janeiro. Luego se propagó por Australia y Nueva Zelanda.
Una historia “en construcción”
Una de las dificultades para acabar con la “gripe rusa”, al igual que ocurrió con pandemias posteriores, fue la dificultad de detectar los síntomas, similares a los de un resfriado común. Tampoco existía tratamiento eficaz.
El fracaso de la medicina convencional, que no sabía cómo abordar el problema, estimuló a químicos sin escrúpulos a vender píldoras o pociones sin eficacia comprobada. Los curanderos promocionaban remedios que en algunos casos resultaban peores que la enfermedad.
Finalmente, se optó por recomendar el reposo en cama y el aislamiento, pero la recomendación llegó tarde y no siempre se aplicó.
Tres décadas después, la historia se repitió con la pandemia de la “gripe española”.
La “gripe rusa” fue en gran parte olvidada y quedó eclipsada por la “gripe española”, mucho más devastadora. Pero permitió darle a un mundo cada vez más interconectado una lección sobre lo que podía pasar que muchos ignoraron.
Con el paso de los años y las décadas, nuestro mundo se ha transformado en sociedades cada vez más interconectadas.
El profesor Howards Markel lleva más de décadas advirtiendo que “vivimos en un mundo de enfermedades infecciosas emergentes”.
“Los seres humanos viajamos más lejos y más rápido que nunca”, le dijo a la BBC. “Eso significa que estamos expuestos a una posible pandemia o epidemia”.
“Aprendemos cada vez más, pero la historia de las pandemias sigue siendo una historia en construcción”.
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¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
¿Cuánto tiempo sobrevive el coronavirus en una superficie?
Aún no se sabe con exactitud cuánto tiempo sobrevive este nuevo virus en una superficie, pero parece comportarse como otros coronavirus.
Estudios indican que pueden subsistir desde unas pocas horas hasta varios días. El tiempo puede variar en función de las condiciones (tipo de superficie, la temperatura o la humedad del ambiente).
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