(Foto: Reuters)
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Virginia Rosas

La francesa Isabelle Adjani es una gran actriz, qué duda cabe. Sus interpretaciones de grandes mujeres de la historia como La Reina Margot, Adele H o Camille Claudel, dan cuenta de su calidad artística, pero cuando la ciudadana Adjani se permitió utilizar el micrófono de un programa de radio con altísima audiencia, como “Le Grand Atelier” de France Inter, para servirse de su popularidad para desacreditar las  con frases como, “las vacunas son un crimen contra la inmunidad y dentro de veinte treinta o cuarenta años serán consideradas como un crimen contra la humanidad” hay que tomar sus palabras como las de alguien que ignora todo sobre epidemiología, inmunizaciones y salud pública. 

La Organización Mundial de la Salud ha informado que los casos de sarampión, una de las enfermedades más contagiosas del mundo, aumentaron en 300%, en 170 países, solo durante el primer trimestre del 2019.  






Resulta entonces una buena noticia que en , el Consejo de Estado (organismo similar al Tribunal Constitucional) haya rechazado las dos peticiones que presentaron colectivos de ciudadanos contra las once vacunas obligatorias que el Ministerio de Salud francés ha impuesto a todos los niños nacidos después del 1 de enero del 2018.

La Liga Nacional por la Libertad de la Vacunación se apoyaba en el derecho a la libertad de la vida privada, del artículo 8 de la Convención Europea de Derechos Humanos, para argüir que los padres podían rehusarse a vacunar a sus hijos.

Pero el tribunal indicó que la injerencia en la vida privada se admite si se justifica por consideración de salud pública y en este caso se trata de enfermedades muy contagiosas, contagiosas, graves y agudas, como la difteria, la poliomielitis, la tos convulsiva, hepatitis B, paperas y rubeola, entre otras.

El otro colectivo antivacunas, el Instituto para la Protección de la Salud Natural, compuesto por 3047 personas, denuncia que el aluminio presente en las fórmulas sería causante del autismo, basándose en una investigación fraudulenta, publicada en 1998 por el británico Andrew Wakefield, que terminó siendo expulsado de la Orden de Médicos del Reino Unido.

Pues a ellos el Consejo de Estado les respondió que ni la OMS, ni la Academia Nacional de Medicina, ni el Alto Consejo de Salud Pública o la Academia Nacional de Farmacia han podido establecer una relación entre el aluminio de las vacunas – que se utiliza desde 1926- y una enfermedad crónica. Así que la obligación de inmunizar a los bebés contra once enfermedades continuará en Francia, cuyos servicios de salud permitían, hasta el 2018, que aparte de la triple, los padres pudieran escoger qué vacunas aplicaban o no a sus retoños.

Cabe preguntarse por qué tanto ensañamiento contra uno de los más importantes avances en salud preventiva. Tal vez la vacunación masiva ha resultado siendo víctima de su propio éxito, porque aquellos que se oponen a su uso nunca fueron testigos de los estragos y las secuelas que produjeron las terribles enfermedades que lograron ser erradicadas gracias a las inmunizaciones. Una tarea para la OMS sería la de difundir no solo los beneficios de la vacunación, sino los estragos que produce la ausencia de ellas. Las vacunas no matan, salvan vidas.

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