Pese a las reiteradas inconsistencias en su política internacional, el presidente estadounidense Donald Trump ha sido persistente en ofrecerle ‘presentes’ al ahora vilipendiado primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, que en este momento se enfrenta a una triple acusación por corrupción, fraude y abuso de confianza.
El primer regalo del inquilino de la Casa Blanca a su controvertido amigo israelí fue el reconocimiento unilateral de Jerusalén como capital de Israel, que como todos sabemos es Tel Aviv, porque la triple ciudad santa goza de un estatus especial acordado por la ONU en 1947 y que el Gobierno Israelí desvirtuó al anexar Jerusalén Oriental a su territorio.
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El segundo presente para Netanyahu fue el reconocimiento de la soberanía de Israel sobre las alturas del Golán, territorio que la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU considera como territorio ocupado por Israel. Esto sin contar que al mismo tiempo Washington recortó los fondos destinados a los palestinos.
El lunes pasado, Netanyahu recibió un tercer regalo del secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo: la declaración de que la instalación de colonias civiles israelíes en Cisjordania (territorio ocupado por Israel) no es en sí misma contraria al derecho internacional, pese a que esos asentamientos humanos son declarados ilegales por la ONU y la mayor parte de la comunidad internacional.
Pese a que la transferencia de población a territorios ocupados –como es el caso de Cisjordania– es contraria a la Convención de Ginebra, el incremento de colonias judías en Palestina resulta abrumador. En 1981 había 16.200 colonos israelíes en Cisjordania. En el 2018 la cifra era de 427.800.
Al darle luz verde a la colonización israelí, Washington compromete la viabilidad de dos Estados como fundamento de una paz duradera.
Esta decisión unilateral no solo sirve de combustible a los conflictos en Medio Oriente, sino que crea un peligroso precedente para otros países con sueños expansionistas, normalizando ocupaciones declaradas ilegales por el derecho internacional, como la anexión de la península de Crimea a la Federación Rusa, perpetrada por Vladimir Putin en el 2014.
Según las afinidades poco santas de Donald Trump con algunos autócratas, se podrían legitimar otras anexiones, como la invasión turca en 1974 del norte de Chipre, que carece de reconocimiento internacional y que se encuentra a la espera de negociaciones para la reunificación de la isla.
Sin olvidar a la República Popular China (RPCH) y su conflicto con Taiwán, cuyo territorio reclama como suyo y que por el momento se mantiene en un statu quo que varía a medida que avanza el empuje comercial de Beijing. En 1969, Taiwán era reconocida por 71 países. Ante el embate de la economía china –que obliga a quienes quieren hacer negocios con la RPCH a desconocer a Taiwán como una república independiente– a la isla solo le quedan quince países aliados poco influyentes, entre ellos El Vaticano. ¿Qué le impediría a Xi Jinping anexarla de una vez por todas?