Con la llegada este martes 28 de dos aviones militares colombianos a Bogotá, llevando a unos 200 migrantes de esa nacionalidad deportados por Estados Unidos, se puso fin a una crisis que estalló el domingo 26 de madrugada y que tuvo en vilo a Colombia -y muy atentos al resto de países de América Latina- a lo largo de todo ese día.
Recordemos que el mandatario colombiano, Gustavo Petro, se negó a permitir el aterrizaje de vuelos militares estadounidenses con deportados y exigió a su homólogo estadounidense, Donald Trump, condiciones “dignas” como no esposar a los repatriados, lo cual desencadenó una respuesta casi inmediata de amenazas arancelarias a los productos colombianos que entran a EE.UU. por parte de Washington.
Finalmente, el mandatario del país sudamericano cedió y cerró la disputa aceptando la deportación en aeronaves oficiales colombianas que partieron a San Diego y Houston para recoger a este primer grupo. De todas maneras, hay una serie de enseñanzas que se desprenden del incidente y que alcanzan principalmente al comportamiento de sus dos protagonistas.
Gustavo Petro y Donald Trump están prácticamente en las antípodas ideológicas. El gobernante colombiano le reprocha a su homólogo estadounidense sus afanes imperialistas y este llama a aquel “presidente socialista” cada vez que puede. La reciente crisis entre ambos líderes giró en torno a la migración irregular y los vuelos de deportación, pero Estados Unidos lanzó un mensaje que va más allá: hay que actuar duro con Petro por su postura blanda con el régimen de Maduro en Venezuela, por su defensa del régimen cubano y hasta por la avanzada de China en el país cafetero (ojo Perú entonces).
Petro y Trump comparten, sin embargo, una semejanza: su vehemencia en las redes sociales donde, antes que comunicarse, muchas veces gritan iracundos: el líder colombiano desde su cuenta en X y el estadounidense desde la suya en Truth Social. Y ponen en aprietos a los encargados de la diplomacia formal y de las relaciones internacionales, que requieren más racionalidad y menos exaltación. Según “El Tiempo” de Bogotá, fuentes de cancillería describieron así lo que pasó el domingo 26: “La crisis estuvo resuelta varias veces, pero con cada posteo del presidente se daba un paso atrás”.
El maltrato a los deportados no es solo una queja colombiana. Brasil la comparte, pero eligió un camino diferente: el gobierno de Lula da Silva recibió a sus ciudadanos en Manaos y el lunes 27 convocó al encargado de negocios de la embajada estadounidense para pedir explicaciones por el “tratamiento denigrante” que recibieron 88 repatriados durante el vuelo de vuelta a casa. Una política exterior institucionalizada echan de menos los críticos de Petro (y de Trump). Pero cambiar su conducta cuando se conectan a las redes parece una batalla perdida. Tanto en Bogotá como en Washington.
Tal como le dijo el excanciller colombiano Julio Londoño a la agencia EFE, la dura respuesta de Trump “sienta un precedente frente a la comunidad internacional, sobre todo ante América Latina”, una suerte de aviso al resto de la región por si otro presidente se plantea rechazar vuelos con deportados. Esto tiene total correspondencia con lo que afirmó el gobernante republicano cuando una periodista le preguntó en las últimas horas qué había aprendido de la disputa con Colombia. “Que la paz se logra con fuerza”, respondió lacónica y terminantemente.