Crecí en un pueblo del sur de Egipto a finales de los años 80, donde casi todo estaba prohibido para las mujeres, y soñar con un futuro diferente, elegir cómo vivir mi presente e incluso decidir la ropa que llevaba resultaba imposible.
Nacimos con un manual diseñado para las chicas: vivir primero bajo la sombra de los hombres de la familia y después, bajo la del marido. Y es que en mi pueblo hasta la educación de las mujeres se convierte en una herramienta para conseguir un mejor marido.
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El miedo nos acompaña desde pequeñas. Por el pánico de perder el himen no podemos ni montar en bicicleta. No se puede reír o hablar en voz alta. La mirada, los pasos que damos, todo lo hacemos con mucho cuidado.
Nunca encajaba y siempre soñaba con una vida diferente que parecía inalcanzable, pero empecé a estudiar español, una casualidad que se convirtió en una herramienta hacia lo que buscaba: la libertad de ser yo misma, de reconocerme cuando me miro al espejo.
El poder del sonido
A los 5 años, empecé a estudiar en una escuela religiosa. Teníamos que memorizar el Corán y estudiar muchas asignaturas de Lengua y Religión.
Llevar el velo en la escuela era obligatorio y después me convencieron de que me veía más guapa llevándolo, así que decidí seguir usándolo. Era una libertad falsa porque cuando llegó la primera menstruación, el velo se hacía obligatorio.
Dejé al sur para estudiar en la universidad porque la única universidad religiosa que tenía departamento de Lengua está en El Cairo.
Elegí estudiar español porque me encantaba la pronunciación. Tiene un tono musical muy agradable para los oídos.
Cualquier cultura diferente es siempre una ventana al mundo, pero al principio muchas cosas me chocaron. Era un mundo totalmente distinto.
La lengua fue el arranque de la transformación en mi vida: la música que estaba prohibida de pequeña fue un medio para aprender español, leer obras literarias después de pasar la vida con libros religiosos y conocer a valientes periodistas que vinieron de España a Egipto para contar la historia de mi país y luchar por sus sueños en una sociedad diferente y difícil.
El primer viaje
Visité España por primera vez en 2007 gracias a una beca de español. Fue mi primer viaje sola al extranjero.
Allí empezó una nueva etapa de mi vida: me di cuenta de qué significa disfrutar de la vida, tener la libertad de hacer lo que quiera sin miedo de lo que diga la gente, de poder bailar al escuchar la música en las calles, además de conocer a amigos.
Ellos son los que me han brindado apoyo para todo el proceso de cambios que he hecho. Y, lo más importante, sabiendo que soy la misma persona, y no una maleducada o prostituta como algunos egipcios me llamarían solo por vivir la vida libremente.
En ese viaje me sentí feliz, pero al mismo tiempo estaba triste. Todavía estaba vivo ese sentimiento con el que crecí de no ser capaz de tomar mis propias decisiones, de que mi cuerpo no era mío y ni hablar de elegir la ropa que quería llevar.
No puedo fijar el momento mágico en el que todo empezó a cambiar. Lo único que sé es que desde ese viaje, nada volvió a ser como antes.
Una decisión difícil
Tardé mucho tiempo en conseguir quitarme el velo, un tema del que no me atrevía a hablar con nadie. Pero tomé la decisión tras pasar por una grave depresión. Me dolía tanto ese sentimiento de ser incapaz de deshacerme de él y vivir como yo quisiera.
Quitarme el velo significaba perder a algunos familiares y a muchos amigos, no ser la hija y hermana ejemplar, no preservar las tradiciones del sur; y lo más grave, no respetar la religión tras estudiar en centros religiosos.
Parece fácil quitarse el hiyab, pero no lo fue. Ese hecho marcó un antes y un después. Desde entonces, vivo como nunca antes había imaginado.
Ahora me atrevo a mirarme en el espejo, me reconozco y he vuelto a sonreír.
Escribir en español se ha convertido en parte de mi libertad. Me puedo expresar mejor en ese idioma sin tener miedo de la interpretación de los demás. Nadie te dice esta palabra está prohibida o un chica no puede escribir esto. Y lo más importante: nadie puede leer lo que escribo si no lo publico.
El entorno en que crecí no reconoce la vida privada y la familia puede buscar en mis cosas y leer mi diario. Lo que está escrito en español no lo entienden.
Seguí yendo a España. Recuerdo en especial un viaje en el que compré mi primer vestido elegante, y cambié mi estilo. Sentí que era feliz por ser mujer.
Un día en Madrid, una señora me dijo que tengo una sonrisa que “llama la atención y muy contagiosa”. En ese momento, iba escuchando música mientras caminaba por la calle disfrutando de mi libertad.
Quería contarle a la señora que esa sonrisa es así porque estuve años sin saber cómo sonreír. En la oficina en Egipto y algunos compañeros en Londres me llaman “la chica sonriente”. Pero tampoco saben por qué.
*Marwa Helmy es periodista deportiva para el servicio árabe de la BBC. Escribió este testimonio para BBC Mundo.
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