Cuando Afganistán cayó en manos del Talibán, cientos de juezas se escondieron: los talibanes habían abierto cárceles en todo el país, liberando a los mismos hombres que ellas habían encarcelado.
Veintiséis de esas mujeres escaparon a Grecia y la BBC viajó allí para reunirse con ellas. Por su seguridad, sus nombres han sido cambiados.
Cerca de la medianoche, sonó el teléfono. Con el lugar de recogida confirmado, era hora de irse.
Vestida con un chador negro de cuerpo entero, la jueza Sana salió a la calle, con sus dos hijos pequeños a su lado. Cada uno llevaba un solo bolso, que contenía dos juegos de ropa, un pasaporte, teléfono, dinero en efectivo y toda la comida que pudieran llevar para el viaje que les esperaba.
“Cuando nos fuimos no sabíamos a dónde íbamos”, recuerda Sana. “Nos dijeron que habría riesgos de seguridad en el camino, pero los aceptamos todos porque sabíamos que esta era la única salida”.
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Llegó un automóvil para recogerla a ella y a sus hijos. Mientras subía, Sana miró hacia atrás a la ciudad donde nació, se crió y comenzó su propia familia.
Su supervivencia estaba ahora en manos de extraños que coordinaban un esfuerzo de evacuación. No tenía idea de adónde iban, pero sabía que no podían quedarse.
“Fue el peor momento de mi vida, cuando miré a mis hijos mientras nos íbamos”, dice. “Estaba tan desesperada. Me preguntaba si alguna vez los sacaría vivos de Afganistán”.
Durante los últimos tres meses, cuenta Sana, ha sido perseguida por los mismos hombres a los que envió a prisión por crímenes violentos contra mujeres.
Los talibanes iban abriendo las cárceles a medida que avanzaban por todo el país, liberando a miles de delincuentes para vengarse de quienes los encarcelaron.
“Trabajé en un tribunal que se ocupó de muchos delitos diferentes, incluidos el asesinato, el suicidio, la violación y otros delitos complejos. Los castigos que dicté fueron largos y graves”, explica Sana.
“Pero después de que todos fueron liberados, cada uno de ellos nos dijo: ‘Las mataremos si las encontramos’”.
Una investigación reciente de la BBC encontró que más de 220 juezas viven escondidas porque temen represalias bajo el gobierno del Talibán.
Hablando desde lugares secretos dentro de Afganistán, muchas de estas mujeres dijeron que recibían amenazas de muerte a diario.
En respuesta a las acusaciones, el secretario del portavoz de los talibanes, Bilal Karimi, le dijo a la BBC: “Las juezas deben vivir como cualquier otra familia sin miedo. Nadie debe amenazarlas. Nuestras unidades militares especiales están obligadas a investigar tales denuncias y actuar si hay una infracción”.
Karimi también repitió la promesa de los talibanes de una "amnistía general" para todos los extrabajadores del gobierno en Afganistán.
Pero Sana describe los últimos meses como una "pesadilla viviente".
“Cambiábamos de ubicación cada dos o tres días, pasando de la calle a refugios y hoteles”, cuenta.
“No podíamos regresar. Nuestra propia casa ya había sido allanada”.
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Evacuación
Después de dejar el punto de recogida, Sana y su familia continuaron el siguiente tramo de su viaje por tierra. Viajaron por el desierto durante más de 10 horas, dice, sin dormir nunca.
Aproximadamente cada media hora llegaban a un puesto de control del Talibán, donde hombres armados inspeccionaban a los viajeros.
Sana acunó a su hijo menor en sus brazos durante todo el camino. Pensaba que no saldrían con vida.
“Si supieran que soy jueza, nos habrían matado de inmediato”, dice rompiendo a llorar. Sana había dictado sentencias sobre casos en que mujeres se habían suicidado debido al abuso de su marido.
“Siempre solía pensar, ¿en qué momento una mujer elige la muerte? Pero cuando comencé a perder la esperanza, llegué a este punto. Estaba lista para suicidarme”.
Después de cruzar el desierto, Sana y sus hijos pasaron más de una semana en un refugio, hasta que finalmente los llevaron a una pista de aterrizaje.
Cuando el avión despegó, toda la cabina se echó a llorar, dice. Estaban fuera.
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Refugio
Después de llegar a Atenas, las 26 juezas y sus familiares se sometieron a pruebas de detección de COVID-19 antes de que las llevaran a varios apartamentos de la ciudad.
En virtud de un plan de visado temporal, las autoridades griegas, junto con varias organizaciones benéficas, garantizaron a las juezas alimentos y alojamiento durante 14 días.
No se sabe qué pasaría después de las dos semanas. A las juezas se les aconsejó que comenzaran a solicitar asilo en un tercer país.
Entre las que solicitaron refugio en Reino Unido se encontraba Asma. Con más de 25 años de experiencia como jueza en Afganistán, esta no era la primera vez que huía del Talibán.
En 1996, cuando el grupo tomó el poder del ejército soviético en retirada, Asma y su familia huyeron de Afganistán a través de la frontera.
“Esta es la segunda vez que experimentamos una toma de poder de los talibanes. Yo era juez cuando llegaron al poder”, explica Asma.
“Incluso entonces, las juezas fueron las primeras en ser expulsadas de la sociedad”.
Con la llegada de las tropas estadounidenses y de la OTAN en 2001, Asma regresó a casa y reanudó su trabajo como jueza. Hasta que, hace dos meses, la historia comenzó a repetirse.
Sana también fue testigo previamente del ascenso del Talibán. Ella acababa de graduarse de la facultad de derecho cuando llegaron al poder en los 90. Durante cinco años se vio obligada a quedarse en casa y renunciar al trabajo, cuenta.
“Convertirte en una jueza es en sí mismo una gran lucha”, señala.
“Primero tienes que convencer a tu propia familia para que te deje estudiar. Luego, incluso cuando vayas a la universidad y consigas un trabajo, todavía tienes que demostrar tu valía en cada paso del camino.
“Pero en Afganistán se necesitan mujeres jueces para comprender el dolor que sufren las mujeres. Al igual que se necesita un médico para curar a los enfermos, una jueza comprende las dificultades que enfrentan las mujeres y puede ayudar a resolver la desigualdad”, agrega.
“Para las mujeres, hay incluso una vergüenza asociada a denunciar un delito. Pero es más probable que las familias apoyen a sus parientes mujeres si hay una jueza presente”.
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Las que quedaron atrás
Caminando dentro de su pequeño apartamento temporal en Grecia, Sana mira su teléfono. Señala una foto de la antigua casa de su familia, una propiedad que, según dice con orgullo, era suya por ley, no de su marido.
Después de su evacuación, la casa fue confiscada por un miembro de alto rango del Talibán, relata. Él ahora vive en su casa, conduce su auto, posee todas sus pertenencias.
Para las juezas que ahora viven como parte de la diáspora, las noticias de casa rara vez son positivas.
En uno de sus muchos grupos de WhatsApp, se está compartiendo un montaje de 28 fotos de perfil. Cada rostro, dice una jueza, es una exfiscal presuntamente asesinada en las últimas 48 horas por delincuentes liberados de prisión.
De todas las juezas que llegaron a Grecia, eran las más jóvenes las que parecían más destrozadas por lo que tuvieron que dejar atrás.
Nargis, un jueza subalterna, sirvió durante menos de cinco años en un tribunal de familia provincial antes de la llegada del Talibán. Toda su carrera universitaria y laboral se desarrolló bajo un gobierno afgano respaldado por Estados Unidos.
“Mientras los talibanes estén en el poder, será imposible que las mujeres progresen y se queden con todo lo que han logrado en los últimos 20 años”, dice Nargis.
Entre las juezas de mayor edad, aquellas que habían presenciado no solo el ascenso, sino también la caída de los talibanes, hay más esperanza.
“Las mujeres de Afganistán no son las mujeres de hace 20 años”, dice Asma. “Mira esas mujeres que protestaron los primeros días cuando llegaron los talibanes, pidiendo sus derechos, pidiendo educación”.
“Incluso llegar a esta etapa no ha sido fácil. Pero hoy todas las hijas de nuestro país están de pie”.
Sana también ha encontrado su propia esperanza. Las leyes que ella y sus compañeras juezas ayudaron a forjar no pueden simplemente borrarse de la historia, dice. Los talibanes pueden ignorarlas, pero no pueden borrarlas.
Se puede buscar y compartir: un registro de lo que se logró.
Ella cita la Constitución. Artículo 22: Todos los ciudadanos de Afganistán, hombres y mujeres, tienen los mismos derechos. Artículo 43: La educación es un derecho de todos los ciudadanos de Afganistán. Artículo 48: El trabajo es un derecho de todos los afganos.
Sana había ayudado a redactar la Ley de Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se promulgó como ley en 2009 y transformó 22 actos de abuso contra las mujeres en delitos penales, incluida la violación, la agresión, el matrimonio forzado, la prohibición de que las mujeres adquieran propiedades y la prohibición de que una mujer o una niña vaya a la escuela o al trabajo.
Por ahora, los talibanes han decretado que todas las mujeres trabajadoras y estudiantes deben permanecer en casa y no ir a la escuela o al trabajo hasta que todos los lugares de trabajo y entornos de aprendizaje se consideren "seguros".
Han dicho que es una medida temporal, pero aún no han establecido un cronograma de cuándo cambiará la situación.
Cuando se le preguntó si las mujeres ocuparían roles prominentes, como el de juez o ministro, en el futuro, Karimi le dijo a la BBC que no podía comentar porque “las condiciones y oportunidades laborales para las mujeres todavía se están discutiendo”.
Desde su nuevo refugio temporal en Grecia, Sana cree que en su país se está cometiendo una injusticia dolorosa.
“En este momento, las mujeres están presas en sus casas y los criminales que yo encerré están libres”, dice.
Prometió que continuaría luchando contra esa injusticia, incluso desde el extranjero, y "apoyando a todas las mujeres afganas".
“Afganistán no pertenece a los talibanes ni a ningún grupo específico”, subraya, “pertenece a todos los afganos”.
Fotos: Derrick Evans.
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