La señora Wang se sube la manga en la que luce el brazalete que identifica a los jubilados voluntarios para mostrar el pinchazo. “Fui de las primeras. Aquí ya se han vacunado todos, excepto los mayores con problemas de corazón”, señala mientras disfruta del sol en una de las calles estrechas del histórico distrito capitalino de Dongcheng. Wang recibió dos meses atrás quince huevos y una pastilla de jabón, pero hoy, con la urgencia de convencer a los reticentes, ya se ofrecen 60 huevos a los jubilados para que se inoculen.
La ambiciosa campaña de vacunación china contra el COVID-19 cuenta con una parte de la población entusiasmada y con estímulos para la otra. Varias heladerías de Beijing ofrecen un 2x1 a los inmunizados y Daxing, un suburbio meridional, ha superado el 80% de vacunados luego de repartir 200 millones de yuanes (116 millones de soles) en descuentos en supermercados.
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China fue la primera nación en sufrir la pandemia y en vacunar a su población. Empezó en junio del 2020 con soldados y los gremios más expuestos, pero el control del coronavirus en sus fronteras desincentivó la campaña y volcó los esfuerzos a la exportación.
Hasta las vacaciones de Año Nuevo solo habían sido vacunados 50 millones de chinos, una ridiculez en un país de más de 1.400 millones de habitantes.
Zhong Nanshan, epidemiólogo en jefe del Gobierno, ha alertado que la inmunidad de rebaño es utópica con este ritmo. Si bien la economía china creció el año pasado, echa de menos el turismo internacional; ya asoman los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing y cualquier rebrote exigirá una costosa cuarentena.
China ha decidido pisar el acelerador: para fines de junio se quiere que esté vacunada el 40% de la población. Se trata de 560 millones de personas en ocho semanas, un reto logístico enorme incluso para el gigante asiático.
Es una paradoja que al Gobierno se le haya vuelto en contra su exitosa lucha contra la pandemia. China disfruta de la vieja normalidad desde hace un año, apenas perturbada por rebrotes esporádicos. El coronavirus ha dejado de ser un tema de conversación cotidiano y solo las mascarillas recuerdan que por aquí pasó el virus. Y ahí asoma el pragmatismo chino: ¿para qué la vacuna?
Pancartas y stickers
Sun, propietario de una coctelería, ha recibido varias visitas de funcionarios. “No le veo ninguna utilidad y tampoco sabemos qué efectos tendrán en el futuro”, razona Sun. Su camarero solo pasó por el centro de vacunación porque viajará en breve al Reino Unido. Unas horas de fiebre y una semana de abstinencia alcohólica a cambio de inmunidad son una factura razonable en cualquier país devastado por la pandemia, pero muchos la juzgan prescindible en China.
La vacuna no facilita el turismo porque no libera de la cuarentena en el país de destino ni al regresar. Y el brioso saneamiento del sector farmacéutico no ha borrado aún la aprensión que dejaron sus antiguos escándalos.
China intenta vencer la desconfianza en la vacunación con tácticas dispares. En las calles de Beijing abundan las pancartas recordando que “tu vacuna también inmuniza al país”. El Rey Mono y el resto de protagonistas de “Viaje al oeste”, una de las cumbres de la literatura china, animan desde carteles repartidos en toda la ciudad a escanear el código QR para averiguar el centro de vacunación más próximo.
Los stickers en las puertas del distrito de Qianmen revelan el porcentaje de vecinos vacunados: por debajo del 40, roja; entre el 40 y el 80, amarilla; y por encima del 80, verde. Un sello señala los comercios y restaurantes que cuentan con todos sus dependientes vacunados para atraer a los clientes. “Hace que la clientela se sienta más segura”, explica el camarero de un restaurante de Sichuan señalándose la frase “vacunado” en su pechera. “Nos dijeron que era obligatorio y pocos días después acudió la policía a comprobar que estaba todo en orden”, añade.
Los más radicales
Las autoridades locales presionan a los vecinos y las empresas estatales a sus empleados en busca del 100% de inmunizados. Y si no alcanza con el discurso de las virtudes de la vacuna, las docenas de huevos o las insistentes visitas, llegan las presiones más o menos sutiles. Wancheng, ciudad de la isla de Hainan, amenazó a los no inmunizados con prohibirles el transporte público, los restaurantes o los supermercados. Este exceso empujó al Gobierno Central a recordar que la vacunación es voluntaria y Wancheng ofreció disculpas.
En la última semana de marzo se inocularon 40 millones de dosis, casi tantas como en los tres meses previos. Roza ya los cinco millones de inyecciones diarias pero será necesario doblarlas para cumplir la meta de junio. “Las vacunas son buenas, nos protegen a todos. ¿Por qué no querrían ponérselas?”, inquiere extrañada la señora Wang.
También en Estados Unidos
Desde cerveza y rifas de autos hasta dinero en efectivo
Aunque el número de personas completamente vacunadas contra el coronavirus en EE.UU. bordea los 100 millones (casi un tercio de la población), la demanda de vacunas ha comenzado a caer, algo que las autoridades anticipaban que sucedería una vez que los más vulnerables y los más deseosos de inocularse lo hicieran.
Han aparecido entonces los incentivos para energizar la campaña de vacunación: cerveza y donuts gratis, bonos de ahorro, rifas para ganar un vehículo todoterreno.
Las autoridades en ciudades como Detroit ofrecen a las personas 50 dólares para que lleven a otras en su auto a algún sitio de vacunación.
Anuncios en los periódicos, vallas y mensajes enviados por correo junto con las cuentas de electricidad son otros métodos que se vienen empleando para persuadir a quienes no terminan de animarse.
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