Fue un engaño cuidadosamente planificado.
Durante una cena de Estado en Pakistán en julio de 1971, el asesor de seguridad de la Casa Blanca, Henry Kissinger, dice sentirse enfermo de forma repentina.
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Atribuye su malestar al cansancio y a los cambios recientes en su alimentación, pues lleva varios días de gira por países de Asia.
Su anfitrión, el presidente Yahya Khan, propone hospedarlo en Nathia Gali, una residencia vacacional que el gobierno tiene en las montañas, a unos 2.400 metros de altura y a varias horas de camino de Islamabad, asegurando que el clima fresco permitirá al visitante descansar y lograr una pronta recuperación.
Dos días más tarde, el alto funcionario estadounidense “regresa recuperado” y listo para culminar su gira con una última parada en París.
Esa era la historia oficial, pero no lo que realmente pasó. Kissinger no estuvo en Nathia Gali.
A bordo de la limusina que subió hacia la residencia de montaña iba, en realidad, un agente del servicio secreto ocupando el asiento del asesor de la Casa Blanca.
Mientras tanto, el presidente Khan —su aliado y cómplice— enviaba a Kissinger en un auto con su chofer privado al aeropuerto Chakala, ubicado las afueras de Islamabad, donde a las cuatro de la mañana abordó un avión civil paquistaní que le llevaría hasta China.
Ese fue el comienzo de la “operación Marco Polo” que hace medio siglo permitió entablar con el primer ministro Zhou Enlai las conversaciones secretas que harían posible el histórico viaje del presidente Richard Nixon a China.
Con ello se abrieron las puertas al posterior establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países que durante el último medio siglo ha redibujado la geopolítica mundial.
Una operación muy bien encubierta
La visita de Kissinger a China fue una operación que permaneció cuidadosamente encubierta no solamente a los ojos del mundo, sino también de muchos miembros del propio gobierno de Nixon.
“Incluso para las personas que estaban familiarizadas con los niveles más altos de la diplomacia, esto fue bastante sorprendente”, le dice James Carter, historiador especializado en la China moderna de la Saint’s Joseph University en Filadelfia, a BBC Mundo.
“En el propio Departamento de Estado (Ministerio de Exteriores) estadounidense no sabían que esto estaba sucediendo, porque este era un secreto muy bien guardado dentro del gobierno. Algo que Nixon quería lograr y que Kissinger apoyaba”, agrega.
El viaje fue el producto de un diálogo indirecto que Washington y Pekín desarrollaron durante varios meses con mediación del presidente de Pakistán, Yahya Khan.
En un mensaje secreto del 21 de abril de 1971, posteriormente desclasificado, el primer ministro chino Zhou Enlai señala que para restaurar las relaciones entre ambos países —rotas desde el establecimiento de China como una nación comunista en 1949— hace falta una reunión de alto nivel.
Y por ello, que Pekín está dispuesto a “recibir públicamente en Pekín a un enviado especial del presidente del de EE.UU. (por ejemplo, el señor Kissinger)”.
Sin embargo, Nixon no quería que se conociera públicamente su intento de acercarse a la China comunista hasta tanto no tuviera una invitación en firme para reunirse con el líder revolucionario Mao Zedong.
“Eso habría despertado una gran oposición en el Congreso y en la población, en el contexto de la guerra de Vietnam”, cuenta Carter.
“Habría generado una reacción tan grande que habría sido difícil lograr que la reunión [de Kissinger] ocurriera, por lo que hicieron todo lo posible para mantenerla en secreto hasta que el gobierno de Nixon pudiera presentarla al Congreso y al público como un hecho consumado”.
Así fue como el 15 de julio de 1971, en una alocución televisada, Nixon anunció que había sido invitado a visitar China y que él ya había aceptado, reduciendo por la vía de los hechos el margen de maniobra de quienes se oponían a esta idea.
Para conseguirlo fue necesario preparar la visita de Kissinger a Pekín con el mayor sigilo, al punto de que pese a que se trataba de documentos ultrasecretos en los mensajes se usó un lenguaje críptico y en lugar de mencionar a Kissinger por su nombre o cargo se referían a él como el “viajero principal”.
“Mi viaje adicional ya está confirmado del 9 al 11 de julio”, escribe Kissinger en un memorando que envío el 22 de junio al entonces embajador de EE.UU. en Pakistán, Joseph Farland.
Él fue uno de los que ayudó a materializar el engaño que le permitió viajar en secreto a Pekín.
En su libro White House Years, publicado en 1979, Kissinger destaca como un hecho afortunado que Farland fuera un hombre que estaba “fuera del establishment habitual del Servicio Exterior”, lo que permitió que cooperara con discreción sin implicar a sus jefes en el Departamento de Estado”.
Farland fue quien sugirió que Kissinger su pusiera un sombrero y unas gafas de sol al momento de embarcarse hacia Pekín, según puede leerse en un memorando desclasificado que establecía las distintas acciones necesarias para mantener el viaje en secreto.
Allí, entre otras medidas, se señala la importancia de evitar a toda costa que el médico de la embajada estadounidense se trasladara a Nathia Gali para verificar la salud de Kissinger.
Para ello se sugería que un miembro de la delegación llamara a la embajada para informar de que “el viajero principal estaba relajado, sintiéndose mejor, que deseaba que no le molestaran y que llamaría al doctor si hace falta”.
También se establecía que una vez que regresara al aeropuerto de Chakala, el auto que trasladaría a Kissinger de vuelta a Islamabad debía seguir una ruta que simulara que procedía de la residencia en la montaña.
La complejidad de toda la operación obligaba a los asistentes de Kissinger a contar con tres itinerarios distintos que, según explica Carter, compartían con los miembros de la delegación según el nivel de implicación que tuvieran en la trama.
Muchos historiadores, de hecho, consideran que el único objetivo real de la gira de Kissinger que también le llevó a Guam, Saigón, Bangkok, Nueva Delhi, Islamabad y, luego París, era ir a China, por lo que los demás destinos eran excusas para justificar su viaje sin llamar la atención.
“Creo que el consenso general es que eran una tapadera de su viaje a China”, afirma Carter, quien admite que ciertamente había muchas razones para que un funcionario como Kissinger viajara a estos destinos, pero que eso —en realidad— era lo que permitía que el engaño funcionara.
“Mucho de esto fue hecho como un montaje elaborado para que él pudiera hacer este viaje a China”, agrega.
El enemigo de mi enemigo
Nixon había hablado sobre la importancia de acercarse a China incluso antes de llegar a la Casa Blanca en enero de 1969.
“Desde una perspectiva de largo plazo, simplemente no podemos permitirnos dejar a China para siempre fuera de la familia de naciones, allí para alimentar sus fantasías, albergar sus odios y amenazar a sus vecinos”, escribió en un artículo en la revista Foreign Affairs publicado en octubre de 1967.
Desde el inicio de su presidencia, Washington y Pekín iniciaron una serie de esfuerzos callados para abrir la comunicación.
Dado que no tenían relaciones formales, usualmente se valían de países amigos de ambos como Francia, Polonia, Rumanía o Pakistán.
Para abril de 1971, cuando Zhou Enlai envió el mensaje anunciando su disposición a recibir a un enviado de alto nivel de Nixon, ya se habían producido más de un centenar de reuniones secretas entre ambas partes.
¿Qué les animaba a buscar un acercamiento? Que compartían un enemigo común: la Unión Soviética.
Aunque desde finales de la década de 1950 se había iniciado un distanciamiento entre China y la URSS, no fue sino hasta finales de la década de 1960 cuando Washington vio la oportunidad de abrir una brecha en el campo comunista aprovechando el enfrentamiento entre Pekín y Moscú.
China condenó de forma expresa la invasión soviética de Checoslovaquia en el verano de 1968 y, unos meses más tarde, Moscú y Pekín chocaron militarmente en un incidente fronterizo que causó decenas de muertes y que estuvo a punto de llevarles a la guerra.
Como consecuencia de estos episodios, China comenzó a cambiar su lectura estratégica del mundo, colocando a la URSS y no a Estados Unidos como su mayor amenaza.
“Tanto China como Estados Unidos veían a la Unión Soviética como su principal antagonista y el objetivo de ambos era establecer relaciones mutuas que pudieran usar para hacer contrapeso a lo que percibían como la amenaza soviética”, afirma Carter.
Aunque había muchos temas en agenda, para despejar el camino hacia un encuentro entre Mao y Nixon había varios obstáculos que superar.
Uno de ellos tenía que ver con la forma como se presentaría ante el mundo la visita de Nixon a China. Ninguna parte quería aparecer como más interesada que la otra en este evento.
“Queríamos hacer ver en esencia que los chinos querían que el presidente Nixon viniera a China. Los chinos querían fundamentalmente hacer ver que Nixon quería venir a China y que ellos eran lo suficientemente amables como para invitarlo”, contó décadas más tarde Winston Lord, uno de los funcionarios que acompañó a Kissinger en el viaje.
Luego de horas de debate, acordaron un texto de compromiso en el que se lograba una suerte de equilibrio y ninguna parte quedaba demasiado expuesta.
Otro gran obstáculo era el tema de Taiwán. Los estadounidenses sabían que ese iba a ser un asunto de gran importancia para los chinos.
Nixon advirtió a Kissinger que en ningún momento debía parecer como que Estados Unidos estaba traicionando a Taiwán y que debía ser lo más enigmático posible sobre la disposición de Washington de hacer concesiones en este tema, de acuerdo con un memorando desclasificado sobre una reunión realizada en la Casa Blanca el 1 de julio de 1971.
Según un informe que envío Kissinger a Nixon al terminar la gira, durante su reuniones Zhou Enlai habló de Taiwán como el principal tema en la relación de China con Estados Unidos.
Y señaló que para que hubiera un restablecimiento pleno de relaciones diplomáticas, Washington debía aceptar que la isla era una parte inalienable de China y una provincia de China, anular el Tratado de Defensa Mutua suscrito con Taiwán y reconocer al Partido Comunista de China como el único gobierno de China.
Kissinger asegura en su texto que le dijo a Zhou que Estados Unidos no apoyaba la solución de “dos Chinas” ni de “una China-un Taiwán”, sino que aceptaría cualquier evolución política acordada por las partes y que esperaba que esa evolución fuera pacífica.
Sus diálogos abarcaron muchos más temas: la guerra de Vietnam, la amenaza de la Unión Soviética, la preocupación de China sobre un posible rearme de Japón, la situación de la ciudad de Berlín, entre otros.
En la introducción de ese mismo informe, fechado el 14 de julio de 1971, Kissinger deja claro lo que significó para él ese viaje a China.
Escribió: “Mi visita de dos días a Pekín resultó en las discusiones más profundas, arrolladoras y significativas que he tenido en el gobierno”.
Pero ese viaje secreto también resultó trascendental para el resto del mundo.
“Durante las décadas siguientes, Estados Unidos y China han sido fundamentales en casi todos los temas geopolíticos”, dice Carter.
“Han estado en el centro de casi cualquier discusión diplomática, militar, económica, cultural que se esté produciendo alrededor del mundo. Y todo empieza con ese viaje de Kissinger que hizo posible la visita de Nixon a China”, concluye.
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