Cientos de miles de trabajadores y estudiantes extranjeros están angustiados por la prohibición de entrar a Japón, que sigue aplicando drásticas restricciones fronterizas contra el coronavirus covid-19, pese a las nefastas consecuencias para la economía. El archipiélago sigue actualmente inaccesible para casi todos los no residentes, una excepción entre los países del G-7.
El gobierno abrió la puerta en noviembre, pero la volvió a cerrar debido a la aparición de la variante ómicron.
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Ese cierre de la frontera es popular entre los japoneses, según las encuestas, y el primer ministro Fumio Kishida lo prolongó recientemente hasta finales de febrero.
No obstante, eso no evitó que Japón fuera afectado por ómicron, y actualmente sufre una ola récord de infecciones, de más de 50.000 casos diarios.
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“Cortar los intercambios humanos que son tan vitales para los intereses nacionales de Japón a largo plazo no es una estrategia viable”, denunció la semana pasada un centenar de académicos especializados en las relaciones entre Estados Unidos y Japón en una carta abierta a Kishida.
“Eso socava los objetivos diplomáticos de Japón y su estatuto de líder internacional”, consideraron los firmantes.
Casi “xenofobia”
Michael Mroczek, presidente del Consejo Empresarial Europeo (EBC) en Japón, declaró a la AFP que la medida era “irracional” y casi “xenófoba”.
Muchas empresas en Japón “pierden mano de obra calificada” porque sus contratados en el extranjero, cansados de esperar, a veces acaban renunciando, según Mroczek.
El jefe del gigante japonés de ventas en internet Rakuten, Hiroshi Mikitani, también criticó en Twitter la “ilógica” decisión del gobierno, comparándola con la política en el periodo Edo, desde el siglo XVII hasta mediados del XIX.
Ahora que ómicron se volvió dominante en Japón, seguir tratando esa variante como una amenaza del exterior está “fuera de la realidad”, dijo Masakazu Tokura, presidente de Keidanren, la principal organización patronal japonesa.
Santosh, un nepalés de 28 años, espera desde septiembre de 2020 poder volver a Japón, donde una empresa quiere contratarlo en su departamento de mercadeo internacional.
“Si cancelo mi proyecto de trabajar en Japón, mis seis años de estudio allí no servirán de nada”, explicó a la AFP.
En las cerca de 370.000 personas que esperan entrar al país hay casi 150.000 estudiantes, según la agencia japonesa de inmigración.
Muchos de ellos llevan cursos en internet, a veces con una importante diferencia horaria. “Es una pesadilla”, dice Leeloo Bos, una francesa de 21 años que tiene que quedarse despierta hasta las tres o cuatro de la mañana para seguir sus lecciones de japonés.
“Me da mucha rabia”
Hana, de 29 años, le preocupa la posibilidad de no poder terminar esta primavera su primer año de doctorado en ciencias veterinarias en una universidad japonesa, que actualmente sigue en línea en su país, Irán.
“Tengo que llevar a cabo experimentos con moléculas a las que sólo puedo acceder en el laboratorio de mi universidad” en Japón, dijo a la AFP, afirmando que lleva meses sufriendo “depresión y ansiedad” debido a las incertidumbres sobre su proyecto de investigación.
“Las universidades de Japón también están sufriendo el cierre del país”, agrega. Si la puerta no se abre pronto para los estudiantes extranjeros, “la mayoría de nosotros renunciará a Japón”, predice. Ella está pensando en mudarse a Norteamérica si su situación no mejora para abril.
Decenas de miles de personas a cargo de los residentes extranjeros en Japón (cónyuges, niños) también están afectados).
Yanita Antoko espera desde hace un año permiso para reunirse con su marido en Japón. “Me da mucha rabia”, dijo a la AFP esta indonesia de 30 años, lamentando que esto retrase sus planes de formar una familia.
Consultado por la AFP, el Ministerio de Relaciones Exteriores dice tener en cuenta “casos especiales” para el acceso al país por razones “humanitarias” o de “interés nacional”.
La semana pasada, Japón autorizó la llegada de 87 estudiantes extranjeros con becas estatales: una gota en un océano.
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