A los 13 años, Mohammed era un combatiente resuelto de los rebeldes houtíes (hutíes). Adoctrinado en campamentos de los guerrilleros, iba al combate en medio de las balas y los bombardeos aéreos. Dice que torturó y mató. No le importaba si vivía o moría.
Lo consolaba el número del brazalete que le habían dado los hutíes, su “número de yijadista”. Si moría, sabía, el brazalete garantizaba que su cuerpo le sería entregado a su familia.
“Cuando sea un mártir, colocarán mi número en una computadora, obtendrán mi foto y mi nombre, la imprimirán y debajo de mi nombre dirá ‘Mártir’”, expresó Mohammed.
El muchacho fue uno de 18 menores excombatientes entrevistados por la Associated Press que describieron la forma en que los hutíes reclutan niños de hasta 10 años de edad para pelar contra una coalición militar encabezada por Arabia Saudí y que tiene el apoyo de Estados Unidos.
Los hutíes incorporaron 18.000 menores a sus filas desde el comienzo de la guerra en el 2014, según reconoció un algo oficial houtí. Habló a condición de no ser identificado por lo delicado del tema tratado.
Esa cifra es más alta que todas las que se barajaban hasta ahora. Las Naciones Unidas verificó 2.721 reclutamientos de menores para pelear con todos los bandos del conflicto, la gran mayoría por los hutíes, pero las autoridades dicen que esa cifra seguramente se queda corta.
Una cantidad indeterminada de jóvenes combatientes regresaron a sus casas en ataúdes. Más de 6.000 menores murieron o quedaron lisiados en la guerra, según un informe de las Naciones Unidas de octubre, pero no se pudo determinar cuántos de ellos eran combatientes.
El brigadier general Yahia Sarie, vocero militar de los hutíes, niega el reclutamiento sistemático de menores de 18 años y asegura que esa fuerza dio la orden de enviar a su casa a todo menor que quiera enrolarse en sus filas. Dijo que hay niños que tratan de incorporarse a las filas rebeldes por las atrocidades que comete la coalición, pero rechazó las declaraciones que hicieron los menores a la agencia de noticias Associated Press (AP), que describió como propaganda de la coalición.
La AP entrevistó a los ex niños soldados en un campamento para desplazados y en un centro de rehabilitación financiado por los saudíes en la ciudad de Marib, que es controlada por la coalición. Llegaron a Marib tras escapar de sus unidades rebeldes o ser capturados por la coalición.
La guerra empezó cuando los hutíes, un movimiento insurgente zaidi-chiíta allegado a Irán, tomó el norte del país a fines del 2014, incluida la capital Saná, para luego avanzar hacia el sur. El gobierno reconocido internacionalmente buscó la ayuda de Arabia Saudita, que armó una coalición apoyada por Estados Unidos, decidida a contener lo que considera las ambiciones expansionistas de Irán. Fue así que la guerra civil pasó a ser una “proxy war”, en la que se termina peleando las batallas de otros.
Se puede observar soldados jóvenes a cargo de puestos de control, con fusiles AK-47 que les cuelgan de sus delgados hombros. A otros se los ve al frente de las unidades de combate.
Algunos chicos se sumaron a las filas rebeldes por voluntad propia, mayormente porque les prometieron dinero, porque querían portar armas o porque les garantizaban el suministro de qat, una planta estimulante. Otros dicen que los sacaron por la fuerza de sus escuelas o sus casas, o los conminaron a unirse a sus filas a cambio de la liberación de algún familiar apresado.
Los reclutas son llevados primero a “centros culturales” donde permanecen casi un mes tomando cursos de religión. Se les dice que se están incorporando a una guerra santa contra los países judíos, cristianos y árabes que han sucumbido a las influencias occidentales.
Acto seguido son llevados a campamentos de entrenamiento y después van a la guerra. “Cuando sales del centro cultural, ya no quieres volver a tu casa”, dijo Mohammed. “Quieres ser un yijadista”.
Mohammed recuerda cómo un día sus compañeros que peleaban en la ciudad de Taiz capturaron a un combatiente de la coalición y lo llevaron a un restaurante destruido por las bombas.
Su comandante dio la orden: “Desháganse de él”. Mohammed dijo que tomó una herramienta de metal pesada, la calentó en las llamas y luego golpeó con ella la cabeza del enemigo capturado. “Es mi amo”, dijo Mohammed, aludiendo a su comandante. “Si me dice que mate, mato. Muero por él”.
Un joven de 13 años llamado Riyadh cuenta que la mitad de los combatientes con los que estuvo en el frente eran menores de edad. Dijo que él y su hermano de 11 años una vez mataron a tiros a dos enemigos que se negaban a entregar sus armas. La mayor parte de las veces, admitió, cerraba fuerte los ojos del miedo que tenía al disparar su arma.
El peor momento que vivió fue cuando su hermano desapareció durante un combate. Empezó a dar vuelta los cadáveres ensangrentados en busca de su hermano, cuando él y sus compañeros fueron atacados. Devolvieron el fuego, hasta que se dieron cuenta de que quien les disparaba era su hermano, que en medio del combate se había desconectado de su unidad y pensó que eran enemigos.
Un chico de 12 años llamado Kahlan dijo que los combatientes houtíes se los llevaron a él y a diez compañeros de la escuela, prometiéndoles nuevas bolsas de libros. Terminaron en un campamento de entrenamiento, todavía con sus uniformes escolares.
Kahlan recuerda los camiones que llegaban a recoger los muertos después de los ataques aéreos de la coalición. “Los cadáveres metían miedo”, manifestó, haciendo gestos que indicaban que les faltaban la cabeza, los miembros o les habían sacado los intestinos.
El centro de rehabilitación de Marib ha tratado a casi 200 muchachos desde septiembre del 2017. Los chicos sufren de comportamiento agresivo, ataques de pánico y déficits de atención. Naguib al-Saadi, fundador de la organización que lanzó el centro, dijo que el problema real se va a sentir en diez años, “cuando los chicos de esta generación a la que les lavaron el cerebro y les inculcaron el odio hacia Occidente sean adultos”.
Fuente: AP