Los osos pardos de Croacia que quedaron huérfanos o fueron abandonados o maltratados y no son capaces de sobrevivir en la naturaleza encuentran un hogar en Kuterevo, en el único refugio del país para estos animales.
Croacia cuenta con un millar de osos pardos, según cifras oficiales. Aunque la especie está protegida, las autoridades permiten cada año la caza de un centenar de ejemplares, dejando varios oseznos huérfanos.
Pensando especialmente en ellos, Ivan Crnkovic-Pavenka, de 71 años, creó en 2002 ese centro, único en el país, en Kuterevo, su localidad natal, a 180 km de Zagreb.
Cuando un humano rescata oseznos, éstos se vuelven "inaptos para la vida salvaje", explica el septuagenario. Y "una vez que se acaba el periodo de los mimos de estos animales [...], cuando comienzan a morder y arañar, hay que matarlos".
"Nuestro objetivo es proveer un refugio a las crías que perdieron a sus madres, fueron abandonados o, debido a cualquier otra razón, no pueden desarrollarse solos en estado salvaje", explica Ivan Crnkovic-Pavenka.
Actualmente hay nueve que escaparon de este destino gracias a su refugio.
Allí, los oseznos viven al aire libre en un espacio de 2,5 hectáreas rodeadas de alambre de espino electrificado en las que se intenta reproducir las condiciones de vida salvajes.
Desde 2002 han residido allí 15 ejemplares, de los que algunos fueron liberados al considerarse que estaban capacitados para regresar a la vida salvaje.
Uno de ellos fue Luka Gora, una hembra "que solía subirse a un árbol para llorar toda la noche". A otra hembra se la llevó un oso salvaje que entró en el refugio atraído por su olor.
Entre las actuales residentes se encuentra Mlada Gora, de 6 años, que fue encontrada cuando tenía 5 meses buscando comida cerca de una carretera después de que unos cazadores mataran a su madre.
La decana del refugio es también el ejemplar más pequeño, debido a las negligencias que sufrió en un zoo de la costa Adriática que cerró en 2015 y en el que se la encerraba en una jaula mínima de cemento.
El refugio de Kuterevo se mantiene gracias a las donaciones y a la ayuda de 300 voluntarios. Cada año atrae a unos 20.000 visitantes y el oso pardo se ha convertido en símbolo de la localidad.
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