El colapso del ejército afgano que permitió a los combatientes talibanes tomar el control de Kabul mostró los errores cometidos durante 20 años por el Estados Unidos al gastar miles de millones de dólares en Afganistán.
Un equipamiento incorrecto
Washington gastó 83.000 millones de dólares en su esfuerzo por crear un ejército moderno que reflejara al suyo.
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En términos prácticos, eso significó una enorme dependencia del apoyo aéreo y una red de comunicaciones de alta tecnología en un país donde solo el 30% de la población puede contar con un suministro eléctrico confiable.
Aviones, helicópteros, drones, vehículos blindados, gafas de visión nocturna: Estados Unidos no escatimó en gastos para equipar al ejército del país asiático. Recientemente incluso proporcionó a los afganos los últimos helicópteros de ataque Black Hawk.
Pero los afganos, muchos de ellos jóvenes analfabetos en un país que carece de la infraestructura para equipamiento militar de última generación, no pudieron implementar una resistencia seria contra un enemigo menos equipado y aparentemente superado en número.
Sus capacidades se sobrestimaron grandemente, según John Sopko, el inspector general especial de Estados Unidos para la reconstrucción de Afganistán (SIGAR).
El ejército estadounidense “sabía lo malo que era el ejército afgano”, señaló.
El último informe de su oficina al Congreso, presentado la semana pasada, dijo que “los sistemas avanzados de armas, vehículos y logística utilizados por los militares occidentales estaban más allá de las capacidades de la fuerza afgana, en gran parte analfabeta y sin educación”.
Números exagerados
Durante meses, los funcionarios del Pentágono insistieron en la ventaja numérica que tenían las fuerzas afganas, de 300.000 integrantes entre ejército y policía, sobre los talibanes, estimados en unos 70.000.
Pero esos números del ejército estaban muy inflados, según el Centro de Lucha contra el Terrorismo de la Academia Militar de West Point, Nueva York.
A julio de 2020, según su propia estimación, los 300.000 incluían solo 185.000 efectivos del ejército o fuerzas de operaciones especiales bajo el control del Ministerio de Defensa, y la policía y otro cuerpo de seguridad constituían el resto.
Y apenas el 60% de las tropas afganas eran combatientes entrenados, dijeron los analistas de West Point.
Una estimación más precisa de la fuerza de combate del ejército, sin contar los 8.000 efectivos de la fuerza aérea, es de 96.000, concluyeron.
El informe SIGAR dijo que las deserciones siempre han sido un problema.
Indicó que hasta 2020 el ejército afgano debió reemplazar el 25% de su fuerza cada año, en gran parte debido a las deserciones, y los soldados estadounidenses que trabajaban con los afganos decían que esa tasa es “normal”.
Frágiles planes
Los funcionarios estadounidenses prometieron reiteradamente que seguirían apoyando al ejército afgano después del 31 de agosto, la fecha anunciada para completar la retirada de las tropas norteamericanas, pero nunca explicaron cómo se haría eso logísticamente.
Durante su última visita a Kabul, en mayo, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, planteó la posibilidad de ayudar a los afganos a mantener desde lejos a su fuerza aérea, a través de lo que llamó logística “sobre el horizonte”.
Ese vago concepto implicaría capacitaciones a través de la plataforma Zoom. El método parece un tanto ilusorio dadas las carencias de computadoras, teléfonos inteligentes o buenas conexiones de wi-fi que tienen los afganos.
Ronald Neumann, un exembajador de Estados Unidos en Kabul, dijo que el ejército estadounidense “debió tomarse más tiempo” para retirarse.
El acuerdo alcanzado por el gobierno de Trump con los talibanes consideraba un completo retiro de fuerzas extranjeras para el 1 de mayo pasado.
El sucesor de Trump, Joe Biden, retrasó esa fecha, originalmente al 11 de septiembre, antes de cambiarla nuevamente al 31 de agosto.
Pero también decidió retirar a todos los ciudadanos estadounidenses del país, incluidos los contratistas que desempeñan un papel clave en el apoyo a la logística estadounidense en Afganistán.
“Construimos una fuerza aérea que dependía de contratistas para el mantenimiento y luego retiramos a los contratistas”, dijo Neumann a la radio pública NPR
Ni sueldos ni alimentos
Peor aún, el Pentágono pagó durante años los sueldos del ejército afgano. Pero desde que el ejército estadounidense anunció su retirada hacia abril, la responsabilidad de esos pagos recayó en el gobierno de Kabul.
Numerosos soldados afganos se quejaron en las redes sociales de que no les pagaron durante meses los salarios y, en muchos casos, sus unidades ya no recibían alimentos o suministros; ni siquiera municiones.
La rápida retirada estadounidense asestó el golpe final.
“Al irnos y retirar nuestra cobertura aérea, conmocionamos al ejército y la moral de los afganos”, dijo Neumann.
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