La temperatura cae y han guardado las sombrillas hasta el próximo verano. Pero muchos de los ciudadanos en Nueva York adinerados, atemorizados por la pandemia de coronavirus y el alza del crimen, han optado por quedarse en sus casas de veraneo en los Hamptons, un balneario a dos horas de automóvil de la metrópolis de Estados Unidos.
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Robert Moore no regresará a Nueva York. Instalado desde el 13 de marzo en su casona a pasos del mar en Amagansett, uno de los pueblos de los Hamptons, da vuelta la página luego de 26 años en la ciudad que nunca duerme.
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A los 58 años, este empresario de cabellos plateados planificó el año pasado que llevaría “una vida más nómada”, pero nunca pensó “abandonar Manhattan”. “El coronavirus aceleró todo, para nosotros y para muchos otros, particularmente aquellos que tenían casas aquí”, dice.
Muchas personas sin obligaciones en la Gran Manzana hicieron como él. “En marzo, el mercado de los alquileres explotó”, recuerda el agente inmobiliario James McLauchlen. “Las personas proponían 80.000 dólares por casas de vacaciones que se alquilaban por 50.000” dólares mensuales.
Varias mansiones se vendieron en más de 30 millones de dólares en este extremo de Long Island, una zona preservada de baja densidad de población, cuenta, y ahora hay una escasez de hogares, a pesar de que los precios están en alza de 15%.
Al este de Nueva York, los Hamptons son desde hace años un refugio para los neoyorquinos más ricos, que pasan allí el verano.
Pero este otoño boreal, a la hora del almuerzo, las terrazas de los restaurantes de Southampton se llenaban de gente.
“Hay claramente más personas que lo que vemos generalmente” en esta época, confirma Don Sullivan, proprietario del Sullivan Publick House, un pub que abrió hace 24 años. “Espero que esto continúe”.
La casa de subastas británica Phillips acaba de abrir una sucursal en Southampton, otro pueblo de los Hamptons, igual que la galería Hauser & Wirth, en busca de las fortunas que escaparon de Nueva York.
Jubilados, jóvenes activos, familias, todas las categorías de edad están representadas, siempre y cuando tengan los medios para vivir en esta burbuja dorada que acoge cada verano a famosos como Steven Spielberg, Jennifer Lopez o Calvin Klein.
La Ross School, una guardería y escuela primaria privada que cuesta más de 40.000 dólares al año, acogió a 100 nuevos alumnos este año, contra 16 el pasado, explicó Andi O’Hearn, jefe de operaciones.
“Aceptamos tantos alumnos como podíamos”, dice por su lado la hermana Kathryn Schlueter, directora de la escuela católica Nuestra Señora de los Hamptons, que tiene 30 niños en su lista de espera y aún recibe llamados de padres interesados cada día.
“Mientras nada se resuelva en Nueva York y la situación no sea segura, pienso que las personas se quedarán aquí”, señala Orson Miller, un estudiante francés de 24 años, alojado por amigos en los Hamptons hasta que termine en línea una maestría en la Universidad de Nueva York (NYU).
“Somos muy privilegiados”
Robert Moore no es el único que hizo su duelo de Nueva York.
Una madre de 32 años, Natalie Simpson, vive en su casa de los Hamptons desde la primavera, y se mudará a Connecticut en vez de regresar a Nueva York.
Cita al coronavirus como la principal razón, “pero es sobre todo el aumento de la delincuencia lo que nos preocupó”, relata. Los robos de casas (+22%) y de automóviles (+68%), y los asesinatos (+47%) se dispararon en agosto en Nueva York.
“Realmente no es lugar donde tengamos ganas de criar a un niño, aunque era nuestra intención al inicio”, explica.
COVID-19, inseguridad, vida cultural casi en punto muerto, restaurantes cerrados u operando a capacidad reducida... “Si tengo la opción, prefiero no estar ahí”, dice Robert Moore.
Su hijo mayor, que se graduó recientemente de la universidad, optó por trabajar en Manhattan.
“Me da pena por él, pero también por las familias que no tienen la posibilidad que nosotros tenemos” de dejar la ciudad, dice. “Somos muy privilegiados”.
Tenis, equitación, golf o baños de sol en la playa, la población de los Hamptons pasa la pandemia en su burbuja, de manera muy diferente a lo que viven quienes se han quedado en la Gran Manzana.
“Llevará años recuperar cierta normalidad” en Nueva York, opina Moore. “No será nunca más como antes, y es un poco triste”.
Pero no todos concuerdan.
“La extraño, y estoy impaciente de pasar allí un poco más de tiempo”, dice Lori Reinsberg, dueña de una galería de arte de 61 años, que reside en los Hamptons desde fines de mayo. “No abandonaré Nueva York”.
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