Contar cómo se conocieron Bill Clinton y Hillary Rodham parece todo un cliché: ella estaba sentada en una de las mesas de la biblioteca de la Universidad de Yale, en la que ambos estudiaban leyes.
Él charlaba con un compañero en uno de los pasillos pero no podía dejar de mirarla. Ella lo notó y fue la más atrevida de los dos; se acercó y le dijo -según su propio relato-: "Si vas a continuar viéndome, y yo voy a continuar viéndote, ¿por qué no nos presentamos? Me llamo Hillary Rodham".
Por aquel entonces, Bill usaba el pelo largo, algo desaliñado, y una barba que dejaba crecer por días y que buscaba demostrar que estaba bien, distendido, tranquilo aunque la posibilidad de ser reclutado para la guerra de Vietnam lo obsesionaba.
Él había nacido 25 años atrás en Hope, un pequeño pueblo de Arkansas sin agua corriente ni la figura de su padre biológico, que había muerto en un accidente de tránsito cuando él tenía apenas 3 meses. De hecho, su verdadero nombre es William Jefferson Blythe III, pero en la secundaria decidió adoptar el de su padrastro Roger Clinton.
(Foto: Difusión)
En ese tiempo, en 1971, Hillary tenía el pelo mucho más largo, unos lentes que llamaban la atención y no para bien, estaba acostumbrada a no usar maquillaje y a no ser considerada una modelo a seguir. Había nacido en 1947 en Park Ridge, un suburbio de Chicago, en el estado de Illinois. Fue la primogénita de una familia de clase media y de una madre con una infancia dura, además de "girl scout" y una de las estrellas del equipo de béisbol de su escuela.
Juntos, se unieron al equipo de debate de la universidad. Después se enamoraron y comenzaron a construir de a poco el futuro que los tuvo siempre en el centro de atención.
Se casaron el 11 de octubre de 1975 ante 15 personas, sin tortas enormes, ni trajes suntuosos, ni música, ni cola, ni velo; mucho menos souvenirs, videos, tacos altos, mesa de dulces o extravagancias. Cinco años más tarde, nació Chelsea, la única hija que tuvieron.
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Las tres veces en tres años en que Bill le preguntó a Hillary si quería ser su esposa, las dos veces que aceptó el "no" o la espera interminable hasta que ella se sintiera lista y le dijera que "sí" no sirvieron como indicios de las infidelidades del ex presidente estadounidense, de los rumores de acoso sexual, de las denuncias de violación y de las versiones que aseguran que estuvieron a punto de separarse hace algunos años cuando él le confesó que se había enamorado de otra.
El comienzo en la política
Bill estaba decidido. Tras graduarse, comenzó a dar clases de derecho, a buscar su lugar en la Cámara de Representantes y a planificar cómo iba a ser su ingreso en el mundo de la política. Pensó en su estado natal y se dio cuenta de que era la mejor opción. En 1976 fue elegido fiscal general de Arkansas y comenzó a soñar a lo grande. No estaba satisfecho, sí dispuesto a ir por más.
Tres años más tarde, tras una campaña en la que Hillary estuvo a su lado, Bill se convirtió en el gobernador de Arkansas. Lo hizo por once años más. Hasta que tomó una decisión crucial: pese a que la figura de los gobernadores en Estados Unidos no es tan popular, se animó a ir por la presidencia.
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En 1992, Bill Clinton ganó la primaria demócrata gracias al apoyo del voto de la comunidad afroamericana y de las clases más populares. De la misma manera y en noviembre de ese mismo año, derrotó al republicano George Bush y llegó a la Casa Blanca con 44.909.806 votos. Se quedó por dos mandatos, reformó el sistema de bienestar estadounidense, restringió la venta de armas, sacó la economía adelante y se fue con un índice de popularidad de 66 por ciento.
Hillary supo ser fiel. Compañera. Desde el primer momento. Sus intenciones también estaban ligadas a la política pero en un principio prefirió dar un paso al costado para ejercer como abogada en un estudio. Ya como primera dama de Arkansas, mostró un poco sus verdaderos intereses: trabajó para mejorar la educación y el sistema de salud.
Luego, como primera dama de Estados Unidos, lo que para los demás era solo duda se convirtió en certeza: Hillary fue la primera mujer de un presidente en tener un posgrado y un despacho propio en la sala oeste de la Casa Blanca. Se metió de lleno en política social y supo sacar lo mejor de lo más bajo.
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Cuando en 1998 se confirmó que el vestido de la joven pasante Monica Lewinsky estaba manchado con semen de su marido, cuando el propio Bill de rodillas y en pijama le pidió perdón, cuando todo el mundo la miraba con pena, salió del pantano con una candidatura al Senado.
Ella misma así lo admite en Historia viva, un libro que publicó en el 2003 con muchas cosas en mente: "Seguir casada con él fue la decisión más difícil de mi vida. Mi candidatura al Senado fue de suma ayuda para la relación. Nos fortaleció y abrió una perspectiva para nosotros dos".
Hillary también era ambiciosa: en el 2007, tras dos mandatos de George Bush, tras las caídas de las Torres Gemelas, a meses de una severa depresión económica mundial, decidió que era tiempo de ir en busca de todo. Quiso convertirse en la primera mujer presidente de Estados Unidos, quiso ganarle la pulseada demócrata al afroamericano Barack Obama, quiso hacer historia. No lo consiguió. Se conformó con convertirse en la nueva secretaria de Estado de su rival.
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Ahora, tras recorrer 1.528.403 kilómetros en avión, luego de visitar y reunirse con los funcionarios más importantes de 112 países en solo cuatro años, después de salir con vida de un nuevo escándalo por haber usado su mail particular para tratar cuestiones de Estado y poner en riesgo a la nación, Hillary lo quiere volver a intentar: esta semana será proclamada como la candidata presidencial del Partido Demócrata, la que se enfrentará al millonario Donald Trump en las presidenciales de noviembre.
Su campaña para él
"Dos al precio de uno". El valor de Hillary para Bill era imposible de menospreciar. Por eso lo usó a su favor con esa frase que repitió cada vez que pudo en cada uno de los discursos que brindó en 1992 para convertirse en el nuevo presidente.
Ella hizo suya su cruzada: recorrió el país con esos ojos celestes dispuestos a trasmitir ilusión y palabras de esperanza; presentó a su marido como el único capaz de recomponer la economía del país, golpeada por el mayor índice de desempleo de su historia. Hasta olvidó su apellido de soltera -el que usaba orgullosa, el que le recordaba que también estaba en política para luchar por los derechos de las mujeres- para llamarse Clinton y complacer a quienes se lo reclamaban.
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Hillary dejó atrás la vergüenza, el dolor por las infidelidades, el escándalo de la promiscuidad para quedarse a su lado y convertirse en la figura clave de su renacimiento: Bill Clinton afrontó un juicio político en 1998 y en su contra tras su amorío en el Salón Oval con Monica Lewinsky y salió airoso, hasta se ganó el apodo de "Comeback Kid" después de que todos creyeran que estaba políticamente muerto.
Su campaña para ella
"El pacto de los 52 años". Así definió Bill su voluntad de ayudar a su mujer a convertirse en la primera presidente mujer del país. Si ella lo había aguantado en sus 26 años como funcionario en distintos cargos, él estaba dispuesto a pagarle con la misma moneda.
Pero las condiciones no son las mismas. Esos 26 años de diferencia cuentan, mucho.
Para bien, porque el matrimonio sigue unido y quiere demostrar que un tercer mandato Clinton podría continuar con la bonanza de los 90; porque Bill podría ser designado al frente de un proyecto de creación de empleos para repetir los logros de su presidencia, cuando generó cerca de 23 millones de puestos de trabajo y sacó a casi 8 millones de estadounidenses de la pobreza.
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Para mal, porque Bill cada vez que se mueve lo hace en un avión privado y despierta así dudas sobre la política y la imagen de austeridad que quiere brindar su mujer; por los conflictos de intereses generados a causa de la fundación que dirige desde el 2001, que genera sospechas sobre la libertad con las que Hillary podría manejarse en el ámbito político; por la ley que estableció en 1994, que terminó con muchas bandas criminales pero puso a muchos inocentes en prisión; porque a veces se olvida de que ya no es el centro de la atención y dispara declaraciones polémicas que repercuten en la imagen de su esposa, como cuando meses atrás dijo que en Polonia quieren imponer una dictadura como la de Vladimir Putin.
Y también para pésimo, porque las mujeres no olvidan las infidelidades de Bill y le recriminan una y más veces a la ex primera dama su perdón. No entienden por qué tras tanta humillación y desprecio ella eligió quedarse en el mismo sitio, a su lado. Su figura de misógino no beneficia a Hillary, que por defecto aparece como la ofendida que soporta las ofensas, la que defiende los derechos de todas las mujeres menos los suyos.
Lo que generan
El año pasado, Hillary y Bill celebraron 40 años desde aquel 11 de octubre en que ella dejó de escurrírsele y le dijo que sí ante sus padres, el pastor Vic Nixon, en la casa en la que ya vivían. Pero no fueron a cenar afuera, tampoco uno le cocinó al otro, le compró un regalo, le dio una sorpresa. No. Hillary lo celebró con un tuit a distancia.
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A poco de las bodas de oro, hace tiempo -quizá desde su salida de la Casa Blanca- que los Clinton no viven juntos: él pasa la mayor parte de su tiempo en la casa que compraron en Chappaqua, Nueva York . Ella está en el departamento que tienen en Washington y recorriendo el país de punto a punta, tras años de viajar por el mundo. Tal vez sea la casa de gobierno el único lugar que sí los encuentre juntos.
El amor, el trabajo y la política. Siempre la misma triada, en el orden correspondiente al tiempo de cada uno.
Hoy Bill, junto a su hija, está al frente de la Fundación Clinton, la que inauguró en el 2001 tras abandonar el gobierno con un objetivo complicado pero que en su discurso parece simple: recaudar fondos privados para invertirlos en proyectos de desarrollo alrededor de todo el mundo, para luchar contra la obesidad infantil, el cambio climático, el estancamiento económico, la falta de igualdad. De acuerdo a sus propios números, mejoraron la vida de 430 mil personas en 180 países.
De la Fundación Clinton nació la iniciativa Clinton Salud Global, un año más tarde, inspirada en el activista sudafricano Nelson Mandela, destinada a mejorar el acceso de las personas de todo el mundo a tratamientos para combatir el HIV, la malaria, la tuberculosis.
Del convencimiento de transformar ideas en acciones surgió la Escuela de Servicios Públicos Clinton, la primera del país que cuenta con un máster en esa especialidad, avocada a garantizar el cumplimiento de la igualdad entre las personas.
Por sus dos mandatos como presidente se creó el Centro Presidencial William J. Clinton, un espacio de 14 mil metros cuadrados dentro de un parque de 113 mil metros cuadraros en donde tienen lugar festivales, presentaciones musicales y celebraciones patrias.
En ese centro funcionan la biblioteca y el museo Clinton, que además de libros tiene dos millones de fotografías, 80 millones de páginas de documentos, 21 millones de mensajes del e-mail y casi 80 mil artefactos de la presidencia de Clinton, además de una reproducción del Salón Oval tal cual se veía cuando lo ocupaba él.
Hace algo así como dos años, los Clinton declararon haber generado desde el 2007 hasta el 2014 una fortuna de 141 millones de dólares.
Fuente: La Nación, Argentina/GDA
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