“Para el Servicio Secreto, una nueva pregunta: ¿Quién los protegerá de Trump?”. La interrogante planteada por el diario “The New York Times” resume bien la preocupación que crece en Estados Unidos por la salud de quienes tienen la misión de cuidar y de estar cerca de un presidente con una infección activa de COVID-19 al que no le importan ni un poco la enfermedad ni los protocolos.
El domingo, mientras todavía era paciente en el hospital militar Walter Reed, Trump desafió al virus al disponer que al menos dos funcionarios del Servicio Secreto lo acompañaran a saludar a sus simpatizantes reunidos afuera del nosocomio. Aunque el presidente y sus guardespaldas llevaban mascarillas, el recorrido se hizo a bordo de un vehículo completamente cerrado, lo que expuso a los agentes al riesgo de contagiarse.
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Las críticas no tardaron en llover. “Cada persona en el vehículo durante ese paseo completamente innecesario ahora tiene que ser puesta en cuarentena durante 14 días. Pueden enfermarse. Pueden morir”, dijo James P. Phillips, médico en Walter Reed. “¿Y para qué? Un truco publicitario. Es vergonzoso”, dijo por su parte Zeke Emanuel, de la Universidad de Pensilvania.
Aunque el portavoz de la Casa Blanca, Judd Deere, dijo que los funcionarios que acompañaron a Trump no corrieron riesgos, los agentes no tienen la misma versión. Algunos de ellos le dijeron a la agencia Associated Press que se encuentran alarmados por la política de la Casa Blanca en torno al uso de las mascarillas y la distancia social.
Trump demostró que esos temores son fundados tan solo un día después. Al llegar a la Casa Blanca la noche del lunes, 72 horas después de haber ingresado al hospital, se sacó la mascarilla al posar en un balcón ante las cámaras. “Tal vez soy inmune”, dijo desafiante antes de recorrer los pasillos de la Casa Blanca y de grabar un mensaje en el que pidió “no tener miedo” al COVID-19. Los agentes del Servicio Secreto nunca lo perdieron de vista y estuvieron muy cerca de él en muchos momentos de su actuación.
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Los trabajadores de la Casa Blanca también están preocupados por haber sido expuestos al virus. En teoría, laborar en la residencia del presidente de Estados Unidos significa estar en un lugar seguro en todos los aspectos, pero no cuando el presidente es Donald Trump.
Associated Press indica que el personal de la Casa Blanca recibió una notificación sobre el virus el domingo, casi tres días después de la hospitalización de Trump. En el mensaje se indicaba que quienes tuvieran síntomas debían quedarse en su casa y contactarse inmediatamente con sus médicos.
Según “The New York Times”, los empleados de la Casa Blanca que siguen trabajando visten equipo de protección personal completo, que incluye batas amarillas, máscaras quirúrgicas y cubiertas protectoras desechables para los ojos.
Principios rectores
La principal misión del Servicio Secreto es proteger al mandatario de Estados Unidos. Los agentes han sido entrenados para enfrentar riesgos y peligros que incluyen balas, bombas y ataques biológicos. Viajan siempre con el presidente y con el vicepresidente y están preparados y decididos a interponerse entre un posible atacante y sus protegidos.
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“Para mantener un ambiente seguro para el presidente y otros protegidos, el Servicio Secreto hace un llamado a otras agencias federales, estatales y locales para que ayuden a diario […] Cuando el presidente viaja, un equipo avanzado de agentes del Servicio Secreto trabaja con la ciudad anfitriona, la policía estatal y local, así como con funcionarios de seguridad pública, para implementar conjuntamente las medidas de seguridad necesarias”, indica el sitio web del Servicio Secreto, una de las agencias policiales de investigación federales más antiguas de Estados Unidos.
Fundado en 1865 originalmente como una rama del Departamento del Tesoro, el Servicio Secreto de Estados Unidos recibió una nueva función en 1901.
“Tras el asesinato del presidente William McKinley (en setiembre de aquel año) en Buffalo, Nueva York, el Servicio Secreto recibió por primera vez la tarea de su segunda misión: la protección del presidente. Hoy, la misión del Servicio Secreto es doble: protección del presidente, vicepresidente y otros; e investigaciones sobre delitos contra la infraestructura financiera de Estados Unidos”, indica el organismo
El Servicio Secreto emplea aproximadamente a 3.200 agentes especiales, 1.300 oficiales de la División Uniformada y más de 2.000 personas de apoyo técnico, profesional y administrativo.
Los agentes también se rigen por otro principio: el jefe de Estado tiene la última palabra. “Para el trabajo de los agentes del Servicio Secreto es fundamental la voluntad de decirle que sí al presidente sin importar lo que pida. Ahora, eso significa someter la salud de un agente a los caprichos de Trump”, indica “The New York Times”.
“Estas son personas que se han ofrecido como voluntarias para dar su vida por la suya, y casi todos los presidentes que puedo recordar usan ese privilegio con cuidado y con gran respeto”, dijo a ese diario Michael Beschloss, historiador presidencial.
Dos agentes del Servicio Secreto son especialmente recordados. En 1963, Clint Hill se tiró encima del presidente John F. Kennedy y de su esposa Jacqueline después de que el mandatario fuera herido de muerte mientras viajaba en un descapotable. En 1981, Tim McCarthy protegió al gobernante Ronald Reagan con su cuerpo y lo empujó dentro de su limusina después de que un atacante le disparara.
Polémicas y hermetismo
Como otros departamentos del Estado, el Servicio Secreto también ha tenido brotes de COVID-19 en los últimos meses. Varios de sus agentes fueron forzados a guardar cuarentena en junio después de un mitin de Donald Trump en Tulsa, Oklahoma, y lo mismo ocurrió tras un discurso del mandatario en Tampa, Florida.
Un viaje planeado por el vicepresidente Mike Pence a Arizona en julio también se vio afectado luego de que varios miembros de su equipo de seguridad se contagiaran de coronavirus. El recorrido fue cancelado.
Además, “The New York Times” informó el último viernes que el Servicio Secreto sufrió un brote en su academia de entrenamiento en Maryland en agosto, después de que los estudiantes celebraran una cena de graduación en el interior sin distanciamiento social. Al menos 11 personas dieron positivo.
Según el medio, el brote ocurrió a pesar de la decisión de la agencia de cerrar la instalación para establecer procedimientos para prevenir transmisiones.
El Servicio Secreto maneja una política de “sensibilidad operacional” por la que no confirma informaciones sobre cómo los ha afectado la pandemia.
Su portavoz Justine Whelan aseguró recientemente que “el Servicio Secreto va a seguir protocolos establecidos para asegurar la seguridad de nuestros empleados. El Servicio Secreto no habla de los protegidos o de medios y métodos específicos para su misión”.
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