Cuando uno contempla las tomas aéreas de Groenlandia, se ven hermosas casitas, todas iguales, como las del juego de Monopolio. Por eso se habrá confundido Donald Trump al decir que quería comprar la isla, que es un territorio autónomo anexado a Dinamarca, cuya economía depende en un 60% del reino escandinavo, que desembolsa anualmente 700 millones de dólares para mantener esa vasta extensión de 2.166 millones de metros cuadrados, donde habitan apenas 55.800 habitantes.
Cierto es que para Estados Unidos no es una novedad eso de comprar territorios: en 1626, los colonos holandeses, que fueron los primeros en llegar a Manhattan, compraron por 24 dólares la isla a los nativos. Y más recientemente, en 1867, los estadounidenses compraron Alaska.
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Pero que el presidente de la nación más poderosa del mundo se atreva a declarar –ad portas de una visita de Estado a Copenhague– que quiere comprar Groenlandia para realizar una gran operación inmobiliaria y así aligerarles la factura a los contribuyentes daneses, que “mantienen a Groenlandia con su dinero”, resulta no solo irracional y descabellado, sino prepotente e infantil.
A la primera ministra danesa no le quedó más remedio que responder que Groenlandia no está en venta, que la isla no es danesa y que pertenece a los groenlandeses. El tiempo en que se compraban territorios y poblaciones ya forma parte del pasado, dijo Mette Frederiksen, quien invocó a poner fin a esta broma de mal gusto y dijo que ese tema no estaba en agenda. Porque una cosa es decir que se tiene interés en invertir en un territorio, y otra, decir que se lo quiere comprar, así sin más.
Como el niño que patea el tablero del juego porque no lo dejan ganar, Trump anunció que suspendía su visita a Copenhague, sin siquiera prevenir a su embajadora Carla Sands, quien –horas antes del mensaje de su presidente anulando el viaje– posteaba que todo estaba listo para recibir “al socio, al aliado, al amigo”. Menudo sapo se habrá tenido que tragar la diplomática al enterarse del estupor y la indignación que producía en Dinamarca el hecho de que el “aliado” dejara con los crespos hechos a la reina Margarita II, quien iba a recibirlo a comienzos de setiembre en el palacio real.
La inmensa isla ubicada en el Ártico esconde yacimientos ricos en minerales (petróleo, gas, oro y tierras raras, como neodimio, disprosio e itrio, necesarios para la alta tecnología). El deshielo producido por el calentamiento global ha convertido a la isla en un lugar más accesible y, por lo tanto, sujeto a la codicia de las grandes potencias.
“Groenlandia es muy rica en recursos preciosos; estamos dispuestos a hacer negocios, no a vender nuestro territorio”, se indignó el ministro groenlandés de RR.EE. En junio pasado, las autoridades de la isla –que vienen considerando la posibilidad de su independencia de Dinamarca– presentaron un plan para transformarse en nación petrolera.
Esta historia podría llamarse “cómo desatar en cinco días un incidente diplomático con uno de los más importantes aliados de EE.UU. en la OTAN”. Un aliado fiel, que ha dejado una importante cuota de sangre en las incursiones bélicas lideradas por Washington.