¿Cómo convencer a las personas a las que un culto peligroso les ha lavado el cerebro de que olviden todo lo que creen que es verdad y comiencen una nueva vida?
Ese es el desafío de Rick Alan Ross, quien justamente se dedica a eso.
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Ross es un especialista de renombre mundial en intervenciones de cultos. En el pasado se le ha llamado un desprogramador de culto y, más sensacionalmente, un “destructor de culto”.
Ayuda a la gente a dejar las sectas destructivas y otros grupos controvertidos o radicales.
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“En su esencia, todos estos grupos comparten factores definitorios: un líder totalitario que se convierte en objeto de adoración, el proceso de adoctrinamiento resulta en una influencia indebida, y luego el grupo es destructivo, lastima a la gente”, le dice a la BBC.
Ross, quien se aproxima a los 70 años, ha participado en más de 500 intervenciones en todo el mundo. Y ha puesto su vida en peligro al luchar contra estos a veces poderosos grupos.
“He estado bajo la protección del FBI y del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Me acosaron investigadores privados, me demandaron cinco veces... Grupos incluso compraron mi basura para obtener información sobre mí. Me acosaron bastante a lo largo de los años”, cuenta.
El problema con los grupos peligrosos, afirma Ross, es más amplio de lo que parece.
“Mi hijo está atrapado, ¿puede ayudar?”
Periódicamente durante el último siglo, sucesos horribles a manos de cultos extremos han sido noticia.
La notoria Masacre de Jonestown, donde más de 900 personas fueron conducidas a la muerte por el líder del culto cristiano Jim Jones, en 1978, es probablemente una que viene a la mente inmediatamente.
Pero hay muchos otros incidentes de alto perfil, desde el asesinato de Sharon Tate y otras siete personas, perpetrado por seguidores del culto de la “Familia Manson” en 1969, hasta la reciente condena a 120 años de prisión del líder del culto sexual Nxivm por delitos de tráfico sexual.
Ross jugó un papel en esa condena al poner al descubierto las tácticas del grupo y testificar en la corte, en octubre pasado.
“Observamos a estos grupos y pensamos ‘están tan locos’, pero no nos damos cuenta de que, dentro de ese grupo, todo lo que los rodea está siendo manipulado”, dice Ross, en declaraciones al programa de radio Outlook del Servicio Mundial de la BBC.
Un culto puede romper el sentido de la realidad de una persona y obligarla a construir uno nuevo, creando un cisma entre lo que el grupo dice que es real y lo que es verdaderamente real.
Ross experimentó esto por primera vez a los 30 años, cuando visitaba a su abuela en un hogar de ancianos en Arizona.
Ella le contó que una enfermera estaba predicando y tratando de reclutarla en lo que resultó ser un controvertido grupo religioso que tenía como objetivo la conversión de los judíos.
“Estaba muy molesto, sentí que quería protegerla. Fui al director del asilo de ancianos y hubo una investigación que descubrió que un grupo había pedido subrepticiamente a sus miembros que trabajaran de manera encubierta en el asilo de ancianos con el fin de apuntar a las personas mayores”, dice el experto en cultos.
Ross luego pasó a trabajar en un programa para apoyar a prisioneros judíos, que también estaban siendo atacados por grupos religiosos extremos o grupos de odio.
Pasaba sus días entre cultos y autos: compraba y vendía vehículos viejos en un desguace, hasta que renunció para convertirse en un desprogramador de tiempo completo.
“Empecé a recibir referencias de familias que decían: ‘Mira, no sé qué hacer. Mi hijo, mi hija, está involucrada en este grupo. ¿Puedes ayudarme?’ Y comencé a sentarme y hablar con estas personas junto con un psicólogo”, dice.
“Las familias se sentían muy aliviadas, porque muchos de estos grupos eran peligrosos. Algunos de ellos abusaron de los niños, otros fueron violentos. Muchos de ellos llevaron a la gente a la angustia psicológica y al distanciamiento familiar”.
Pero, ¿qué implica exactamente la técnica de desprogramación de culto?
“Siempre ha sido el mismo proceso básico, pero se ha vuelto cada vez más sofisticado”, dice Ross. “Es rebobinar el proceso de reclutamiento de la secta y examinarlo: ¿Cómo ingresaste, qué técnicas se usaron para reclutarte? ¿Fuiste engañado? ¿Te atraparon en el grupo?”.
Se necesitan horas y horas de conversaciones para desentrañar los subterfugios empleados por las sectas, desde la hipnosis hasta la presión de los compañeros, la privación de comida y el contacto físico, todo diseñado para crear un sentido de pertenencia exclusiva.
La desprogramación también implica investigar exhaustivamente el culto en cuestión y los términos que usa, para que Ross pueda hablar con el miembro en su misma longitud de onda.
La mayoría de sus intervenciones, dice, comienzan por sorpresa para evitar que el grupo “sabotee el esfuerzo”.
“El individuo puede ir a la secta y decir: ‘Bueno, mi familia quiere hablar conmigo sobre mi participación en este grupo. ¿Qué crees que debería hacer?’ Y el grupo diría: ‘No vayas’”.
La intervención sorpresa puede llevar a la ira y la tristeza, admite el experto en sectas, a una sensación de “estar siendo emboscado”.
“La familia le explica al individuo cuáles son sus preocupaciones. Y yo estoy allí y hablo sobre por qué me trajeron. Es un diálogo que suele durar dos o tres días”, dice Ross, quien afirma que su tasa de éxito es “aproximadamente siete de cada 10”.
“Es decir, al final de la intervención alrededor del 70% de la gente dice: ‘Me voy a tomar un descanso del grupo’”.
Amenazas de muerte
A mediados de la década de 1980, los medios de comunicación comenzaron a notar el trabajo de Ross con grupos radicales y sectas.
Simultáneamente, el desprogramador estadounidense se convirtió en un objetivo de los mismos grupos que estaba tratando de combatir.
“Me han llamado, ya sabes, Satanás ... y palabras que no voy a repetir. Hay grupos que realmente me guardan rencor y me odian”, dice.
“Pero pensé que el hecho de que a estos grupos no les agradara era evidencia de que estaba teniendo algún impacto y que estaban preocupados por los miembros que estaban perdiendo, porque con frecuencia la desprogramación tendría un efecto dominó”.
Ha recibido múltiples amenazas de muerte a lo largo de su carrera. La primera fue en 1988, luego de que expusiera en la televisión al líder de un polémico grupo.
“Yo diría que no pasa un mes sin que me envíen por correo electrónico alguna amenaza, o el Departamento de Justicia me envía una advertencia sobre un grupo que me tiene en una lista de objetivos”, dice.
También ha sido duramente criticado. Algunas personas lo han acusado de odiar la religión y de intentar restringir las libertades religiosas.
De manera más generalizada, muchas personas también critican las técnicas de desprogramación como una forma de modificación forzada de la conducta o incluso como un “lavado de cerebro” en sí mismo.
Ante estas acusaciones, Ross dice que solo persigue grupos que supongan algún tipo de peligro para sus seguidores.
“Me enfoco en el comportamiento, no en la creencia. La gente puede creer todo tipo de cosas con las que no estaría de acuerdo, pero si no hacen daño, si no lastiman a los niños, si no están involucrados en un comportamiento destructivo, nunca aparecerían en mi radar”.
¿Contra la voluntad?
La principal controversia en torno a su trabajo está relacionada con la desprogramación involuntaria, un proceso que ocurre sin un consentimiento para ser desprogramado y que a veces puede involucrar restricción física.
La desprogramación involuntaria de un menor bajo la supervisión de un padre o tutor es legal en EE.UU.
Pero si alguien es un adulto, es más complicado.
¿Cómo justificaba el desprogramador retener a alguien contra su voluntad y, potencialmente, también ponerse en riesgo de ser acusado de secuestro?
“Bueno, de la forma en que lo veía, no era mi elección, sino la elección de la familia”, dice.
“La familia había decidido que esta era su última alternativa para salvar a alguien que amaba. Y quizás fue una elección controvertida en el sentido de que no es correcto retener a alguien en contra de su voluntad. Pero dadas las opciones, lo elegían como el mal menor. Y estaba dispuesto a trabajar con ellos”.
“A veces era cuestión de vida o muerte. Por ejemplo, he tenido una situación en la que alguien estaba recibiendo insulina y el grupo le decía que deje de usarla. Por lo tanto, había mucho en juego en algunas de estas intervenciones”.
De los más de 500 casos que tuvo Ross, dice que una docena fueron involuntarios. Su último, y posiblemente el más conocido caso de este tipo fue la desprogramación de Jason Scott, en 1991.
La madre de Jason había pertenecido a un grupo controvertido, con el cual se había peleado, y quería que sus tres hijos adolescentes se fueran con ella.
“[La madre] estaba terriblemente angustiada. Uno de sus hijos había sido abusado sexualmente, lo que la había precipitado a dejar el grupo. Y sabía que a Jason se le había organizado un matrimonio arreglado con una mujer del grupo”.
Contrató a Ross. Pudo desprogramar a los dos hijos menores, pero Jason, el mayor, de 18 años, se negó. Luchó contra los guardias de seguridad que había contratado su madre y terminó siendo llevado a la fuerza a un refugio.
Allí, Ross se sentó y habló con él y otros miembros de la familia durante unos cinco días. Y al final, Jason parecía haberse recuperado.
Pero la intervención fue un fracaso. Jason escapó, regresó al grupo religioso y lo denunció a la policía. Ross fue arrestado y acusado de encarcelamiento ilegal. Fue absuelto, pero la cosa no terminó allí.
En 1995, Jason demandó a Ross en un juicio civil. Declaró que había sufrido un trato despectivo, intimidación, violencia y vigilancia constante durante la intervención.
El caso judicial terminó cuando Ross fue declarado responsable de conspiración para privar a Jason Scott de sus derechos civiles y libertades religiosas.
Tuvo que pagar más de US$2 millones en daños. “Me declaré en quiebra. Y fue un momento muy difícil en mi vida”, dice.
Pero en un giro inesperado de los acontecimientos, Jason terminó reconciliándose con sus hermanos y su madre. También llegó a un acuerdo con Ross, quien en lugar de US$2 millones tuvo que pagar US$5.000.
Y, en un giro de 180 grados, Jason pidió la ayuda del experto en cultos para desprogramar a su esposa, que todavía estaba en el grupo.
“Sabes, esto es lo que sucede a menudo en una desprogramación fallida. La persona obtiene bastante información y es posible que no actúe de inmediato, pero tal vez más tarde lo haga”.
“Y Jason básicamente dejó el grupo por muchas de las razones que habíamos discutido durante la intervención, porque reconoció que lo mejor para él era irse “, dice Ross.
Este caso, sin embargo, le hizo cuestionar algunas de sus prácticas.
“Independientemente de las circunstancias, decidí no volver a realizar una desprogramación involuntaria en un adulto”, dice.
Algunos de sus casos más exitosos, a su vez, han dado lugar a lazos de muchos años.
“Algunas personas se mantienen en contacto, me envían tarjetas de Navidad, me invitan a bodas. Realmente lo aprecio. Una mujer a la que ayudé a salir de un grupo que esterilizaba a sus miembros, cuando tuvo su primer hijo me envió un imagen del bebé”, dice Ross.
“Otros siguen adelante con sus vidas y se olvidan de mí. Lo cual creo que está perfectamente bien, ya que tal vez estoy asociado con sus recuerdos desagradables de estar en un grupo muy abusivo”.
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