El terrible saldo de la masacre cometida en un escuela primaria de Texas está muy relaciona vinculada con el hecho de que el asesino, Salvador Ramos, estaba equipado con una variante civil de un fusil de asalto militar concebido para hacer el mayor número de víctimas posibles en un tiempo récord.
Conocido en Estados Unidos como “AR-15″, es un fusil semiautomático que tiene múltiples versiones. Su diseño militar es “M16″, que puede ser descargado en modo automático.
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El martes en Uvalde, Ramos mató a 19 estudiantes y dos profesores, a pesar de que la policía estaba en el lugar.
Pero incluso antes, los AR-15, de venta libre, ya habían demostrado su triste eficacia en la serie de tiroteos que enlutaron a Estados Unidos.
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“No existe diferencia importante entre (estos fusiles) y armas militares”, resalta el Violence Policy Center, un centro de estudios especializado.
Bien sea durante la matanza perpetrada en julio de 2012 en un cine de Colorado (82 víctimas, 12 muertos), la masacre cinco meses después en una escuela primaria de Connecticut (26 muertos, 20 niños) o el atentado yihadista en diciembre de 2015 en San Bernardino en California (36 personas afectadas, 14 fallecidas), se usaron estos fusiles ligeros dotados de cargadores con gran capacidad, de hasta 30 balas y más.
Un tirador, más de 500 víctimas
El 1 de octubre de 2017, el sexagenario que disparó desde el piso 32 de su hotel en Las Vegas, dejando 58 muertos y alrededor de 500 heridos en medio de un concierto de música country, tenía varios de esos fusiles.
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Un mes después, el hombre que asesinó a 25 personas en una iglesia de Texas, en pleno oficio religioso, también tenía un AR-15.
Al igual que Nikolas Cruz, el joven que sembró la muerte en el liceo de Parkland en Florida el día de San Valentín de 2018.
En ese mismo estado en 2016, en un club gay de Orlando, más de cien víctimas cayeron bajo las balas de un solo agresor equipado con este fusil de asalto: 49 murieron y se constataron heridas muy graves en varios los 53 sobrevivientes, dada la extrema velocidad de los proyectiles y su capacidad para destrozar tejidos.
“Estas armas son usadas para cometer actos terribles. Se les llama máquinas perfectas de matar. Propulsan a una velocidad vertiginosa balas que atraviesan los cuerpos y causan carnicerías terribles”, declaró en aquel momento Joe Biden, entonces vicepresidente de Barack Obama.
En 1994, el Congreso estadounidense adoptó una ley que prohibió durante diez años los fusiles de asalto y algunos cargadores de gran capacidad. La prohibición expiró en 2004 y, desde entonces, nunca fue renovada, pese a múltiples intentos. La idea de un retroceso legislativo en el tema se desvaneció.
De hecho, el mercado de estos fusiles extremadamente peligrosos tiene el viento en popa. Los fabricantes los presentan como objetos de caza, deportes o esparcimiento, o como la mejor respuesta a la necesidad de autodefensa de los estadounidenses.
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