“Buenos días, soy del ejército. Va a tener que ponerse en cuarentena”. La llamada la realiza un militar de España, encargado de rastrear los contactos de los infectados por coronavirus en el país de la Unión Europea más golpeado por la pandemia en estos momentos.
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En el cuartel general de la Armada española, en pleno centro de Madrid, un cartel anuncia la “Sección de vigilancia epidemiológica en apoyo a la Comunidad de Madrid”.
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Allí, de 9:00 a 21:00 horas, todos los días de la semana, una decena de militares realizan entre 70 y 80 llamadas para identificar los contactos de personas diagnosticadas positivas por coronavirus.
Soy “rastreador para la comunidad de Madrid. Me ha pasado su número de teléfono una persona que ha dado positiva. Lo primero que me gustaría saber es dónde está ahora. Va a tener que ponerse en cuarentena por 10 días”, dice uno de ellos.
Destinados por el Estado para ayudar a las regiones más afectadas, en un país donde la falta de recursos humanos, comenzando por los rastreadores, ha sido una de las razones de la crudeza de la segunda ola, más de 2.000 soldados intentan perfilar las cadenas de transmisión.
Se trata de un minucioso trabajo de hormigas para identificar y llamar una a una a todas las personas que pueden haber sido contagiadas. Todos ellos tendrán que concertar una cita para un test PCR de diagnóstico, pero la principal tarea de estos militares es convencerlos de aislarse del resto del mundo.
La idea es que “los médicos tengan más tiempo”, desbordados actualmente por la crisis sanitaria, explica el comandante Tomás García.
España registra hasta el momento 790.000 contagios y más de 32.000 fallecidos por coronavirus. Un tercio de los infectados y decesos se concentran en Madrid, cuyos habitantes están sujetos desde el viernes por la noche a importantes restricciones de movimiento para frenar el avance del virus.
En esta lluviosa mañana de octubre, nueve soldados de la Armada, sentados en escritorios y protegidos por pantallas de plexiglás, hablan en voz baja por teléfono y toman notas en los ordenadores.
Estos rastreadores, en funciones desde hace apenas dos semanas, deben llamar a las personas que hayan dado positivo, cuyas identidades son suministradas por el sistema de salud regional, para preguntarles por sus contactos y establecer un mapa de contagios y calcular los tiempos de cuarentena.
“No es culpa suya”
Garantizar el anonimato de la persona infectada y a la vez hablar con sus contactos implica un equilibrio delicado.
En general, “hay una media de entre dos y tres contactos” por cada contagio, pero en ocasiones son “siete” o muchos más en situaciones particulares como los casos recientes de un profesor o de un empleado de un restaurante de comida rápida.
“No, no, no, no debe ir al colegio ya que su hermana dio positivo”, “desinfecte bien el baño si lo comparte con su marido”. Son frases que se pueden escuchar en los intercambios telefónicos.
“No es culpa suya. No tiene que verlo de esa forma, usted estaba pensando en hacer sus cosas sin perjudicar a nadie”, tranquiliza otro militar.
El cabo Rafael Medel dice que para algunas personas es un ‘shock’ saber que tienen coronavirus.
Peor aún, es posible que las personas no quieran atender la llamada o colaborar. “Si responde un familiar, porque la persona (infectada) está ingresada (en el hospital) o falleció, es complicado...”, dice el cabo.
El militar recuerda un funeral que se convirtió en una bomba viral: los veinte asistentes se contagiaron. Para ubicarlos a todos, hizo falta la ayuda de varios rastreadores.
“También hay momentos en que a una persona la llaman y se desahoga, por ejemplo personas mayores aisladas que viven solas”, detalla el comandante García, al recordar que un día uno de sus hombres colgó y dijo: “Me recordaba a mi abuela”.
Para estos militares, se trata sobre todo “de escuchar”, señala.
“Cada uno tiene su estilo, pone su toque personal”, dice la sargento Ana Castillo, la coordinadora y jefa de sala.
¿Cuánto tiempo ejercerán este nuevo trabajo? “El tiempo que haga falta”, garantizó el ministerio de Defensa.
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