Teresa Forcades es monja de clausura, médica especializada en Salud Pública y doctora en Teología. Pero además es feminista, independentista catalana, está a favor de la despenalización del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y una férrea activista antivacuna.
La religiosa de 55 años, nacida en Barcelona, es uno de esos personajes sacados de un libro. A contramano de los dictados del propio Vaticano, Forcades no duda en desafiar los dogmas de la Iglesia Católica y, en el tema sanitario, de ir a contramano de los propios dictados del papa Francisco.
Para ella, las vacunas son una amenaza y un negocio de las farmacéuticas multinacionales. Y por eso, se ha granjeado la crítica de los científicos españoles, pero también la fidelidad de muchos otros que siguen cuestionando el origen y destino de la pandemia del coronavirus.
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La monja benedictina ha enfilado sus críticas hacia Pfizer, el laboratorio estadounidense que junto a BioNTech ha desarrollado una de las vacunas con mayor efectividad contra el COVID-19. “Con los datos oficiales facilitados por Pfizer, se necesita vacunar a 119 personas para que una tenga las ventajas supuestas. Esto es otro dato importante para hacer nuestra valoración. No tiene nada que ver con el 90% del riesgo relativo”, defendió a fines de enero durante un seminario web en el que participó junto a la doctora en Zoología Karina Alethya Acevedo Whitehouse y el catedrático de Bioestadística, Luis Prieto Valiente.
Asimismo, ha rechazado la obligatoriedad de la inmunización: “En ningún caso tenemos que dar al Estado el derecho de invadir el cuerpo de nadie”.
“¿Qué pasa con esas voces críticas?”, se pregunta esta monja a contracorriente. “¿Qué le ocurre a una persona que se plantea preguntas cuando esas preguntas no van en la línea de ciertos intereses y disposiciones públicas?”. Para Forcades, la población está en una situación de desprotección cuando hay una mezcla “entre lo que es el interés económico directo y la salud pública y su protección”.
“Tienen [las farmacéuticas] una serie de contratos secretos, a precios muchas veces superiores a los que deberían tener”.
Pero su postura antisistema no es nueva. Según detalla un reportaje que le dedicó “The New York Times”, durante su residencia médica en Estados Unidos entre 1992 y 1995 forjó muchas de sus opiniones. Una vez, un paciente de un hospital de Buffalo, en Nueva York, necesita una amputación, pero la compañía de seguros se negó a pagar la operación y la prótesis. “Era un ejemplo de una brutalidad, porque esto significa la mezcla entre el interés económico y la salud como necesidad humana”, dijo.
Al regresar a España, en 1997, decidió vestir los hábitos y convertirse en monja benedictina y pasó a vivir en el convento de San Benet, a las afueras de Barcelona.
Teología feminista
Desde el claustro se convirtió en feminista y desde entonces defiende el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, busca un papel igualitario para las mujeres en el cristianismo y cuestiona las interpretaciones de la Biblia que favorecen a los hombres.
Según recoge el portal Religión Digital, Forcades defiende además que la sexualidad no está destinada exclusivamente a la procreación.
En una entrevista al portal italiano Micromega, la religiosa señala que el cuerpo de las mujeres debe liberarse definitivamente del control de la “cultura patriarcal”. “Todas las mujeres deberían guardar en su bolso la píldora del día siguiente”.
Independentista y activista
Forcades fue más allá. Como cuenta el diario español “La Razón”, colgó el hábito hace cinco años para intentar la arena política y convertirse en presidenta de la Generalitat, con el fin de buscar un proceso constituyente y alcanzar la independencia de Cataluña.
Sin embargo, su incursión política no tuvo éxito y aunque estuvo cuatro años fuera del monasterio, decidió volver.
En esos años sus críticas a la gestión pública de la salud y el rol de las farmacéuticas no cesaron. En el 2006 escribió un manifiesto de 45 páginas titulado “Los crímenes de las grandes farmacéuticas”, donde afirmaba que estas empresas eran enemigas de la salud pública, y recordó una disputa de patentes entre los gobiernos africanos y los fabricantes de medicamentos para combatir el VIH/Sida.
“Las grandes compañías farmacéuticas utilizan hoy su riqueza y poder para defender sus propios intereses a costa del bienestar, la salud y la vida de otras personas”, escribió entonces.
Con la pandemia del COVID-19, sus opiniones al respecto no han retrocedido un ápice.
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