Coches carbonizados, artillería abandonada y casas destruidas. La ciudad de Balaklia, reconquistada esta semana por las tropas ucranianas en la región de Kharkiv (este), lleva aún las marcas de los violentos combates que se libraron contra las fuerzas rusas.
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Al norte de la localidad, coches de civiles y camiones yacen abandonados al borde de la carretera. Algunos blindados aún llevan la letra Z, símbolo de las fuerzas rusas que invadieron Ucrania el 24 de febrero.
A unos kilómetros, un grupo de soldados ucranianos se prepara para desplazar uno de esos tanques dejados atrás en los últimos días, en medio de la contraofensiva ucraniana.
Las fuerzas rusas también abandonaron cajas de municiones. En cada intersección hay unas cuantas.
Acceder a Balaklia, que antes de la guerra tenía 27.000 habitantes, se volvió más difícil después de que las fuerzas rusas destruyeran dos puentes. Pero las tropas de Moscú se retiraron el miércoles, según los residentes entrevistados por AFP.
Según los medios ucranianos, durante la ocupación solo permaneció un tercio de la población en la ciudad. La mayoría eran personas de más de 50 años.
Cerca de la calle principal, soldados ucranianos patrullan la zona mientras algunos habitantes se dan una vuelta. Entre los edificios destruidos o dañados, algunas viviendas siguen en pie.
Olexandre Sidorov, de 59 años y que trabaja en la empresa local de electricidad, trata de mantener la corriente eléctrica de la urbe. Los combates dañaron la red.
“Estábamos felices de ver a las fuerzas ucranianas [el miércoles]”, dice a la AFP. “Espero que se reconstruirá la ciudad porque hay muchas destrucciones”, añade.
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“Borsch” para los soldados
Las calles son están casi desiertas, pero la bandera ucraniana ha sido izada y adorna ahora la estatua del poeta nacional ucraniano Tarás Shevchenko en la plaza principal de la ciudad.
El sábado, el ministerio de Defensa ucraniana anunció oficialmente la reconquista de la urbe en Twitter.
Iryna Stepanenko, de 52 años, cruza la ciudad en bicicleta por primera vez desde hace mucho. “Fue aterrador”, recuerda. Durante tres meses, vivió en un sótano.
“Cuando llegó [el ejército de] Ucrania, no lo esperábamos (...). Cuando vi a los nuestros, era formidable”, señala a la AFP. Pero “tengo miedo de que regresen”, agrega.
En bicicleta se desplaza también Andréi Kiktiov, de 49 años. Cuenta que uno de sus amigos fue supuestamente asesinado por los rusos por no haber respetado el toque de queda.
“Desplazarse sin documentos de identidad estaba prohibido. Se revisaba todos los teléfonos. Si encontraban algo azul y amarillo [los colores de la bandera ucraniana] en el teléfono, lo arrojaban al piso y lo aplastaban con sus armas”, cuenta.
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Un poco más lejos, Alla Plesak, de 53 años, decidió preparar un “borsch”, una sopa ucraniana a base de remolacha, a los soldados. “Vamos a llevarles”, dice, emocionada.
Pero los habitantes también necesitan ayuda, en una ciudad a la que sigue siendo difícil acceder por los continuos combates y las destrucciones.
Danylo Grygorenko, un voluntario de 24 años, trajo medicamentos y alimentos a los residentes aislados.
“La gente está feliz” de que se recuperó la ciudad, cuenta a la AFP.
“Ya no hay opresión, ya no hay sótanos, ya no hay FSB [el servicio de seguridad de Rusia]. Pero al mismo tiempo la gente está traumatizada”, añade, mientras sigue sonando el fuego de artillería a lo lejos.
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