Las imágenes muestran la furia de los estudiantes dentro y fuera de las aulas. Agresiones físicas y verbales entre compañeros, quema de autobuses en las calles, ataques a profesores y amenazas anónimas de masacres marcaron en los últimos meses el retorno a las aulas en Chile luego de una de las cuarentenas más estrictas del mundo por el COVID-19. Los alumnos ahora están de vacaciones, pero la violencia escolar sigue provocando alarma en el vecino del sur.
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Entre los hechos de violencia que estallaron en los liceos tras un cierre total o parcial de más de 70 semanas por la pandemia hay golpizas y agresiones con armas blancas. A mediados de marzo se difundió un video que mostraba cómo un grupo de estudiantes de Viña del Mar se agredían afuera del Colegio Casteliano. Una de las madres afirmó al programa 24 Horas que algunos adolescentes “estaban armados con pistolas, estaban con manoplas. Esto es a otro nivel, no puedo mandar a mi hijo al colegio”.
En mayo, un liceo cerró temporalmente en Santiago por amenaza de “masacre” lanzada por alguien que decía ser parte de la comunidad y que afirmaba que atentaría contra la integridad de sus pares, mientras que en Concepción una estudiante fue apuñalada por oponerse a la toma de su centro educativo. Además de las riñas violentas entre alumnos y las quemas de salones, los noticieros también hicieron eco de agresiones de padres hacia profesores o estudiantes y alumnas denunciando acoso sexual. La violencia escolar obligó a muchos liceos a suspender clases y alterar sus cronogramas.
A ello se sumaron las marchas protagonizadas por los estudiantes en las que los jóvenes quemaron buses y se enfrentaron con la fuerza pública para atender sus demandas en materia de infraestructura y alimentos. A inicios de junio una movilización convocada por estudiantes secundarios terminó con enfrentamientos en el barrio Meiggs de la capital chilena. A la par se registraron incidentes aislados afuera de la Universidad de Santiago (Usach).
“La violencia escolar dejó de ser un hecho aislado y aquella de tipo física solo estuvo suspendida durante los últimos dos años en que los niños, niñas y adolescentes tuvieron clases en formato online”, afirmó el diario “El Mercurio”.
Datos hasta mediados de junio de la Superintendencia de Educación, recogidos por la agencia Reuters, muestran que este año aumentaron un 56,2% las denuncias de maltrato físico o psicológico entre los propios estudiantes respecto al 2018 y el 2019, es decir, antes de la pandemia.
Nuevas condiciones
En respuesta a esta situación, las autoridades de Santiago -donde tradicionales secundarias como el Instituto Nacional, Aplicación o el Barros Arana (INBA) registraron episodios de violencia- promovieron una mesa de trabajo con representantes de los centros educativos, Carabineros, la fiscalía y la policía de investigaciones. El objetivo fue buscar soluciones y medidas de prevención a estos hechos haciéndose énfasis en actualizar los reglamentos de convivencia y focalizar las estrategias según el lugar.
“Durante el comienzo del año escolar, en marzo y abril, aparecieron los casos más intensos. Hubo un revuelo y un movimiento a nivel de política pública, incluso se construyó una comisión de convivencia escolar a nivel ministerial”, dice a El Comercio Gonzalo Gallardo, coordinador del Observatorio de las Juventudes Universitarias DAE y profesor de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
En cuanto a las causas de esta violencia, el ministro de Educación, Marco Ávila, planteó como tesis que “la vuelta abrupta a la presencialidad, a la jornada escolar completa, provocó un estallido de violencia, ya que en dos años los niños no habían estado vinculados comunitariamente”.
“El Mercurio” apunta que los expertos son claros al afirmar que “este era un fenómeno que siempre ha existido, pero que se ha exacerbado como efecto de la crisis sanitaria y su amplificación a partir de su viralización en las redes sociales, aunque aseguran que nunca se había dado con estos niveles de violencia”.
En esa línea, Gallardo explica que se está considerando el retorno de la presencialidad como un factor que gatilla esta situación porque tras dos años de haber estado en un estricto confinamiento los estudiantes tienen que volver a encontrarse y ocupar los espacios en todos los niveles, algo que representa un reto no solo para ellos, sino para toda la sociedad.
“El hecho de no haberse visto entre estudiantes y el aumento de problemas de salud mental de los cuidadores también por causa de la pandemia son dos elementos que influyen en un entumecimiento emocional de los vínculos que al momento de retornar ha hecho mucho más difícil el relacionarse”.
Agrega que en todas las escuelas hay equipos de convivencia escolar y duplas psicosociales, cuyo trabajo de atención y acompañamiento fue muy valorado en la pandemia. “Y ahora en el retorno tenemos un desafío común porque nadie sabe cómo se vuelve de una pandemia. Todos estos roces al volver a la presencialidad también pueden ser formas de resistencia a encontrarse y pasar de cero a cien, de no haber estado en la escuela en dos años a estar de nuevo en las clases y tener que avanzar en el aprendizaje”, señala.
Más allá del factor pandemia
Sin embargo, los expertos apuntan que es clave reconocer que la violencia no solo ocurre en el contexto escolar, y que la pandemia puede no ser la única causa, sobre todo en lo que corresponde a las protestas. Después de todo, los estudiantes chilenos, de todos los niveles, han sido tradicionalmente actores políticos activos.
“Hay distintas formas de violencia y que tienen que ver con una sociedad que está con montos de tensión y agresión importantes”, dice Gallardo.
Considera que existe una violencia política que se ha instalado en algunos liceos de Santiago y que desde el retorno a la presencialidad se ha visto con más fuerza en algunos colegios emblemáticos en los que hay estudiantes que están replicando conductas que son derivadas del estallido social del 2019, como quemas de buses, tomas de colegios.
“Esos son estudiantes que están haciendo actos que tienen un carácter político, estético y que buscan hacer un reclamo o una denuncia hacia la sociedad. Esa forma de violencia y de conflicto activo demanda un tipo de tratamiento que no es el mismo que requieren las formas de violencia que pueda haber entre estudiantes y que tampoco es lo mismo que el bullying, que es una violencia sistemática y sostenida, o el ciberbullying. Es importante distinguir esto”, apunta.
Por otro lado, defiende que la violencia entre pares puede mejorarse activando las herramientas que las escuelas poseen y que ya están en la política pública. “Con ello pueden organizarse, elaborar sus manuales de convivencia, construir sus propias reglas internas que definan sanciones específicas a determinadas conductas, que tengan sentido la sanción, que intervengan en la mediación y la construcción de culturas de paz. Además, mucho antes de intervenir cuando ya ocurrió la violencia las escuelas podrían ir construyendo herramientas a nivel de la convivencia escolar para la promoción y la prevención de estas situaciones“, concluye.
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