La pasión por la naturaleza y los saberes ancestrales conectó desde el mismo día que se conocieron a la arquitecta Ana María Ortiz y al diseñador Leonardo Cortés, en una calle del barrio San Antonio, en Cali (Colombia). Fue ese amor lo que los condujo a la selva del Pacífico, donde una creciente del río se llevó sus vidas, pero no su pasión por el arte y la ecología.
Ella, reconocida desde la universidad por su visión de arquitectura social y ambiental; él por su creatividad para la fotografía y el arte ecológico. Murieron al lado de la minera artesanal Carmen Riascos. Las familias, los amigos y voluntarios lucharon para sacar sus cuerpos de una empalizada amarga y evitar que fueran a dar al mar.
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Solo pasaron tres horas en ese recodo de Aguaclara, en la cuenca de Pepitas, a una hora de Buenaventura y casi tres horas de Cali, al que llegaron el viernes 19 de marzo con la emoción de completar un trabajo hecho a punta de hojas recolectadas en ese territorio, para construir una escultura y ponerla en una exposición sobre la figura humana. Pasadas las 5 de la tarde entraron al refugio al natural. Se encontraron con Rosa, una nativa que les alquilaba el segundo piso de una cabaña y les tenía unas hojas y otros elementos para su búsqueda artística y ambiental.
La pareja se bañó en el río Aguaclara, cuyas aguas estaban frías, pero sin rastros de un presagio de tragedia. El noviazgo empezó hace seis años cuando se conocieron en el barrio caleño San Antonio, donde los presentó un amigo en común. Eran días de deportes extremos como la patineta o el ciclismo a las laderas. Tenían la meta de construir un apartamento a su estilo.
A las 7:30 de la noche del viernes 19 de marzo Ana María y Leonardo, quienes habían dejado en su casa de Cali a los que llamaban sus 14 hijos, 11 gatos rescatados del abandono callejero y a tres perros siberianos, estaban en esa cabaña, a unos 10 metros del caudal en el corregimiento de Juntas, entre Buenaventura y Dagua.
Les encantaba ese refugio. Él lo visitaba desde años atrás por el amor a selva que matizó con trabajos académicos. Estaban en el segundo piso; en el primero funcionaba una tienda que era de Rosa.
Estruendo en la cuenca de Pepitas
La meta era realizar otro recorrido tempranero el sábado y regresar a la capital del Valle del Cauca para cumplir con las metas en ese proyecto de pareja. Pero algo retumbó antes de las 8 de la noche, goteras gruesas cayeron en ese poblado considerado turístico.
Un estruendo incesante se sintió y no dio mayor tiempo de salir de ese inesperado cambio de un río al galope de gigante, en la oscuridad. El vendaval ocurrió cuando en el Valle del Cauca se vive un invierno con pocos antecedentes del frío y los vendavales atribuidos al fenómeno de la Niña.
A la medianoche, una llamada de los guías nativos les informó de la avalancha a los familiares de la pareja y de Carmen Riascos, la nativa que estaba aguas arribas en el sector de Aguaclara. El viaje fue eterno para llegar a ver el desastre de unas 70 casas barridas por la avalancha.
Rosa, la dueña de la cabaña, se salvó porque corrió con otras personas hacia arriba. Le tocó ver cómo la avalancha se llevaba todas sus pertenencias y a los muchachos. n medio del desastre, los riesgos de la búsqueda eran serios. Al sitio llegaron socorristas de Defensa Civil y Bomberos y miembros del Ejército Nacional que hicieron recorridos a pie y sobrevuelos de más de 5 kilómetros a la redonda, pero las lluvias frenaron la búsqueda.
Encuentran al diseñador
El domingo pasó sin mayores avances hasta el atardecer cuando unos nativos dieron con el cuerpo de Leonardo Cortés, el tercer hijo de Amparo Duque, a quien acompañó siempre.
El dolor acompañó el hallazgo del diseñador gráfico, graduado en la Universidad Javeriana, de 29 años, que prestaba servicios en la Secretaría de Turismo de Cali, cuyo titular, Carlos Alberto Martínez, dijo: “Desde las primeras horas del domingo y con todas las medidas de precaución, nos trasladamos al lugar de la tragedia. Recordaremos a Leo por sus cualidades, su disposición, su actitud positiva para asumir cada reto, su amabilidad y generosidad hacia las personas; su enorme creatividad y su constante compromiso con la Naturaleza y el medio ambiente”.
La comunicadora Juliana Rosero escribió: “Leonardo Cortés, Leo. Tanto que decir y tan difícil cuando las palabras atragantan el alma. Era más que el diseñador gráfico de la Secretaría de Turismo de Cali. Era un joven soñador, amante de la producción audiovisual, su verdadera profesión. Andar con él en terreno era ayudarle a estar pendiente de todos sus bebés (su equipo de fotografía y filmación). Leo no medía riesgos, subía, trepaba, bajaba; todo para lograr la toma perfecta. Propositivo, honesto, claro, lleno de vida. Amante también de la bici y de la actividad física. Un gran profesional que dejó su sello y tocó en silencio y con pocas palabras (así, como era él), el corazón de todos sus compañeros”.
El domingo pasó sin rastros de Ana María Ortiz ni de Carmen Riascos, quien había recorrido en busca de oro a la hora de la creciente de aguabarro y piedras. El hijo que la acompañaba intentó salvarla, pero un madero lo dejó sin fuerzas y se le perdió el rastro de ella en esa oscuridad.
Angustia por encontrar a una hija
Llegó la mañana del lunes. Darío Ortiz y Rosa Herrera, padres de Ana María, recibían el apoyo solidario de personas que arribaron hasta con drones a la búsqueda. Pero sentían que el apoyo oficial no era suficiente. Esperaban la llegada de unos perros desde Bogotá y otros de Cali para apoyar la búsqueda. A dos de los canes no los dejaron pasar porque en el sitio de acceso algunas personas dijeron que esperaban una lancha.
“No puedo esperar más”, dijo Darío Ortiz cuando eran las 11 de la mañana del lunes y su corazón se le salía de no saber qué había pasado con su hija en esa selva del Pacífico. “Los socorristas habían buscado por Sabaletas, otro río de la zona, pero no en el recorrido desde el caserío destruido. No se metieron al agua por allí por protocolo, nos dijeron”.
Su hermano Luis Eduardo Ortiz fue el único acompañante del papá angustiado en esa travesía con neumáticos por el río Aguaclara. Bajaron por una orilla y debían regresar por la otra margen para encontrar a Ana María. Los riesgos estaban en la misma agua turbia y con restos de viviendas o el barro causados por una minería de máquinas, más arriba de la montaña.
Ante las quejas por una posible falta de intervención, la Corporación Autónoma Regional del Valle CVC) señaló que ese sitio afrontaba un riesgo no mitigable. “El caserío está a kilómetro y medio del sitio Charco Guzmán, aguas abajo, en la confluencia directa del río Pepitas, y en la margen derecha del río en un área definida como “zona de riesgo no mitigable” en el Plan de Ordenamiento (PBOT) del municipio de Dagua. incluso, algunas viviendas están a cero metros de distancia del cauce del río Pepitas”, dijo el director de la entidad, Marco Suárez.
Darío, el papá de Ana María, la primera de sus dos hijas, a quienes les dio estudio gracias a sus conocimientos en diseño gráfico y litografía, llegó a una empalizada y vio una figura entre maderos y agua. Llamó a su hermano Luis Eduardo, quien estaba más atrás. Eran los instantes del dolor de Darío Ortiz al ver a esa niña de sus ojos, que se enamoró de la arquitectura cuando él y su esposa decidieron dibujar en familia una casa que sería una morada de pensamientos en San Antonio, en Cali.
Por dos tatuajes
“Es mi hija, me dije. Estaba muy aporreada y con el paso de casi tres días en esa empalizada. La reconocí por los tatuajes de un puma en su espalda y de un búho en el abdomen. Solo quería agradecer a quienes nos apoyaron para llevarla pronto a su ciudad”, contó el papá adolorido.
Rosa, la mamá, siempre estuvo orgullosa de su hija, quien recibió un premio nacional con un compañero de estudios, Alejandro Angulo, en la Universidad del Valle, por diseñar una biblioteca especial para Siloé, esa loma que ahora también sufre el temor y los estragos del invierno.
En alguna oportunidad, Ana María le confesó a su madre que había discutido con Leo, pero eso sí dejó claro que jamás encontraría otro compañero tan dulce y caballeroso como él. La comunidad de la Facultad de Artes Integradas y de la Escuela de Arquitectura de Univalle le rindió homenaje a su alumna: “Ana María era una promisoria arquitecta, hecho que se anunciaba a su paso por la Universidad, destacándose por los reconocimientos alcanzados como el primer Premio en el Concurso de Alacero-Colombia, así como por su proyecto de grado, realizados ambos con Alejandro Angulo, destacados por los jurados con Mención de Meritorio, así como los tempranos premios recibidos como poeta”.
De ella, la Universidad destaca su cultura arquitectónica y capacidad crítica en la Curaduría de la Exposición de Arquitectura Peruana Contemporánea realizada en el Centro Cultural de Cali. Su tarea como arquitecta en diversos trabajos, tanto de diseño como de consultoría realizados por la Escuela de Arquitectura. El último de ellos la Fase II del Inventario Descriptivo del Patrimonio Arquitectónico del barrio San Antonio de Cali.
“Para quienes la conocimos, nos acompañarán por siempre la agudeza de sus juicios cimentados en la solidez de una formación crítica y el recuerdo de su actitud reflexiva y discreta”, dice el mensaje.
Los padres de Ana María esperaban el martes la entrega del cuerpo en Buenaventura, pero deberán ir rumbo a Medicina Legal en Cali, donde se dispone de las tecnologías para la necropsia. Solo este miércoles podrían estar a su lado y despedirla con su gente.
A Carmen Riascos, quien se dedicaba a la minería artesanal en esa selva, la encontraron cerca de la desembocadura del mar Pacífico, informó Arbinton López, director de Gestión al Riesgo en Buenaventura. Los allegados de la mujer agradecían que podrán despedirla en esa cuenca del río Pepitas.
A Leonardo Cortés Duque y Ana María Ortiz Herrera les rindieron su despedida en Cali, donde dejaron parte de ese trabajo pensado en ecología y culturas ancestrales, hecho con los rastros de esa selva, donde anidarán sus sueños.
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