Suelen decir los padres a sus hijos que con la comida no se juega. Pues deberían agregar que tampoco se usa como arma de guerra. En las últimas semanas, las advertencias de que la crisis alimentaria mundial, agravada tras la invasión rusa en Ucrania, va camino a convertirse en una ola de hambre para millones de personas en el planeta han sonado más fuerte, sin poder esconder el tono de alarma y suma preocupación. “Catástrofe alimentaria”, la llamó “The Economist”. “¿Apocalipsis ahora?”, planteó “The Guardian”.
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Si bien la guerra en Ucrania ha cortado una importante fuente de trigo –Moscú y Kiev producen el 30% de este cereal en el mundo–, aceite de girasol y fertilizantes, entre otros cultivos e insumos del sistema alimentario, el conflicto solo ha acelerado una crisis de la que se viene alertando hace mucho tiempo.
Sophia Murphy, directora ejecutiva del Instituto de Política Agrícola y Comercial (IATP), un ‘think tank’ con sede en Estados Unidos, señala que entre las muchas causas de la crisis están la gran dependencia del trigo como alimento básico mundial, la producción relativamente concentrada para los mercados de exportación en un pequeño número de países, la sequía en algunos países exportadores, la escasa regulación de la especulación con los precios de los productos básicos y la pandemia.
Sobre el COVID-19, la experta enfatiza que ha ralentizado la actividad económica y ha costado mucho dinero público, dejando a los países con menos recursos para hacer frente a una nueva crisis.
“En la base de todo está el cambio climático, que dificulta las condiciones de cultivo en la mayoría de los lugares, así como la pérdida de biodiversidad, que reduce la capacidad de adaptación a las cambiantes condiciones de cultivo. El sistema alimentario es frágil desde hace tiempo. Los motivos de preocupación no son nuevos, pero la invasión de Ucrania muestra la fragilidad del sistema alimentario que hemos construido”, dice Murphy a El Comercio.
¿Sin comida en la región?
Como cualquier crisis alimentaria, esta ha dejado al descubierto viejos y nuevos problemas en materia de alimentación. También en Latinoamérica. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) prevé que la región atravesará una de las crisis más agudas de su historia en materia de inseguridad alimentaria, como consecuencia del conflicto en Ucrania, pero el hambre y la malnutrición son viejos conocidos.
“Dentro de Latinoamérica tenemos altos niveles de pobreza. Países como Haití, entre otros, se van a ver más perjudicados por el encarecimiento de los alimentos básicos. Siempre cuando sucede esto, el primer grupo que va a tener problemas es el que tiene menos recursos”, dice Christian René Encina Zelada, profesor e investigador de la Facultad de Industrias Alimentarias de la Universidad Nacional Agraria La Molina.
El “Informe mundial sobre crisis alimentarias 2022″ lo confirma. La inseguridad alimentaria en la región es más grave en cuatro países: Haití, Guatemala, El Salvador y Honduras.
Para Sofía Monsalve, miembro del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food), el factor que hace más vulnerable a Latinoamérica ante la crisis es la dependencia de los fertilizantes sintéticos.
Enfatiza, además, que esta crisis alimentaria está íntimamente ligada a otras crisis, como la financiera y la energética, y cuando añadimos los conflictos y las guerras que ocurren no solo en Ucrania -las hambrunas más grandes de nuestros tiempos están en Yemen o Siria- eso configura un problema muy complejo que requiere respuestas sistémicas. “No basta solo con las soluciones que se basan en la ayuda humanitaria, es urgente empezar a hacer la transición hacia una agricultura sostenible”, afirma.
Defiende que no basta con la ayuda humanitaria, sino que resulta urgente empezar a hacer la transición hacia una agricultura sostenible.
“El problema en América Latina en este momento no es la falta de alimentos, en el ámbito mundial tampoco lo es, pero en la región eso es bastante claro. Alimentos hay, el problema es que la población está empobrecida y venimos de la recesión del COVID-19 y lo que la gente necesita urgentemente es tener los medios para poder comprar los alimentos”, dice la experta.
Por eso, apunta que es muy importante no quedarse atrapados en las vulnerabilidades y la fragilidad del sistema industrial de agricultura basado en el comercio global, sino que es necesaria una transformación hacia la agroecología campesina.
María Alejandra Girona, coordinadora del Observatorio del Derecho a la Alimentación y catedrática de la Universidad de la República de Uruguay, tampoco cree que el conflicto en Ucrania provoque en la región una baja en la disponibilidad de alimentos.
“Hay que recordar que América Latina y el Caribe es abastecedora de alimentos para el mundo, aún durante la crisis del COVID-19, la producción de alimentos en la región no se detuvo, pero sí existe un alza en los precios de algunos productos que indudablemente afectará al consumo diario en especial de quienes tienen sus ingresos afectados”, explica.
En los bolsillos
Murphy recuerda que si bien Latinoamérica es un gran exportador neto de alimentos, el aumento de los precios de la energía, así como la interrupción de las cadenas de suministro ya han provocado una importante inflación en los precios de los alimentos, al igual que en muchos otros bienes. Y se espera que los precios de los alimentos sigan siendo elevados en todo el mundo.
“En general, el aumento de los precios de los productos básicos es bueno para los países que exportan productos agrícolas. Pero la región también importa muchos alimentos, y algunos países son importadores netos de alimentos, que ahora pagarán facturas de importación más altas”, dice Murphy.
Además, el aumento de los precios de la energía, así como la interrupción de las cadenas de suministro, ya han provocado una importante inflación en los precios de los alimentos, al igual que en muchos otros bienes.
“En este contexto, las poblaciones fuertemente urbanizadas de América Latina se enfrentarán a facturas más elevadas para sus necesidades cotidianas (especialmente alimentos y gasolina) y posiblemente a menos oportunidades económicas, debido a la desaceleración económica relacionada con el COVID, por ejemplo, en el turismo”, añade la experta.
Sofía Boza, profesora asociada del Departamento de Gestión e Innovación Rural de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, recalca que aquellos países y regiones que tienen una mayor dependencia de la importación de cereales, como el trigo, y el aceite vegetal, son los que tienen un impacto aún más alto de la subida de precios.
“En Latinoamérica hay dos elementos que creo es clave destacar, el primero es que no todos los países son grandes productores de cereales y el otro es que no todos los países son exportadores netos de alimentos. Por tanto, aunque podamos tener una situación un poco más ventajosa que otras regiones del mundo, sin duda esta situación también nos afecta, y a nivel particular, sobre todo a la población de nivel socioeconómico más bajo, dado que el gasto relativo del ingreso familiar en alimentos es mayor”, señala.
Los posibles escenarios
Es evidente que el escenario más optimista ante la crisis en curso sería que se produjera un alto el fuego en Ucrania, lo que provocaría una fuerte caída de los precios. Sin embargo, dadas las bajas existencias a nivel mundial, seguirían estando firmemente por encima de la media histórica de 10 años, señala Dennis Voznesenski, analista de agricultura de Rabobank en Sídney.
“El final de la guerra no significaría que las exportaciones ucranianas vuelvan a la normalidad de inmediato. Se necesitarán semanas o meses para desminar y limpiar los puertos, o reconstruirlos donde sea necesario”, apunta.
En cuanto al panorama menos alentador, Voznesenski plantea la posibilidad de que, en un movimiento político, Rusia prohíba las exportaciones de trigo, lo que provocaría una escalada de precios increíblemente brusca, especialmente si lo hace en julio, que es cuando comienza la cosecha del Mar Negro y cuando el mundo suele depender más de esas exportaciones específicas.
Sofía Boza agrega que es muy relevante tener en cuenta cuánto dure el conflicto y cuáles serán las respuestas que den los principales países productores de los alimentos que más han subido precio. “El escenario menos optimista conlleva que sigan aumentando significativamente el precio de los alimentos básicos y, en consecuencia, los millones de personas en situación de pobreza extrema e inseguridad alimentaria aguda”, apunta.
Murphy agrega que el peor de los casos sería que no se aprenda ninguna de las lecciones de esta crisis, y los países sigan dependiendo en gran medida de muy pocos cereales, de muy pocos países productores, manejados por un oligopolio de comerciantes de cereales. “La crisis es un momento para repensar los sistemas de producción y distribución de alimentos, que son intrínsecamente frágiles, y para centrarnos en cómo hacer frente a la emergencia climática que no se puede revertir, solo frenar”, concluye.
María Alejandra Girona
Coordinadora del Observatorio del Derecho a la Alimentación y catedrática uruguaya
Bajo la premisa de que comer es un acto político, sin transformaciones profundas en América Latina y el Caribe no es posible vislumbrar cambios en la situación de la seguridad alimentaria y nutricional en la región. Mucho menos pensar en mejores condiciones de salud de sus ciudadanos.
Estos cambios, que son necesarios e independientes del conflicto entre Ucrania y Rusia, consisten en generar oportunidades, mejores condiciones de vida, poner en marcha sistemas alimentarios sostenibles y una verdadera participación ciudadana en la toma de decisiones en materia alimentaria.
Día a día se ve más alejada la posibilidad de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 vinculados a la alimentación y nutrición humana.
Se requiere una prioridad en la agenda de los gobiernos sobre sistemas alimentarios que incluye designación de presupuestos, mejora en las capacidades de las personas, cambios estructurales en las condiciones de vida, en especial de mujeres, niños y adolescentes, movilización social a favor del derecho a la alimentación adecuada, apoyo a la investigación e innovación sin desconocer la riqueza en la cultura alimentaria de la región.
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