Según resultados oficiales, el conservador Guillermo Lasso será quien compita con Andrés Arauz en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Ecuador. La interpretación que cada uno de ellos hizo del resultado en primera vuelta revela su posible estrategia electoral de cara a la segunda.
Así, mientras Arauz pone en relieve el hecho de que dos tercios de los ecuatorianos votaron por candidatos de izquierda (como él), Lasso pone en relieve el hecho de que dos tercios de los ecuatorianos votaron por candidatos que se oponen al legado de Rafael Correa (como él).
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Nadie refleja mejor esa dualidad que el candidato que compitió con Lasso por pasar a la segunda vuelta de la elección presidencial: Yaku Pérez. Al igual que
Lasso, Pérez critica los excesos autoritarios del gobierno de Correa: él mismo fue detenido al menos cuatro veces durante ese gobierno. En otros temas, sin embargo, la candidatura de Pérez podría parecer radical al contrastarla con la de Arauz, el delfín de Correa.
De hecho, una de las razones por las que Pérez estuvo preso fue su oposición a proyectos de inversión en minería y petróleo que consideraba lesivos por sus secuelas socioambientales. Es decir, en ese tema la posición de Pérez es contraria por igual a las de Arauz y Lasso. Pero, a su vez, Pérez y Arauz estuvieron del lado de las protestas que, en octubre del 2019, obligaron al gobierno de Lenín Moreno a retroceder en su decisión de adoptar políticas de austeridad y, en particular, eliminar el subsidio a los combustibles (mientras que Lasso dijo que las protestas eran obra “de quienes están de acuerdo con el populismo, la anarquía, la violencia y la barbarie”, y calificó las medidas de Moreno como “tardías”).
El caso boliviano
Ahora bien, la mayoría absoluta de Arce en las elecciones de Bolivia del pasado octubre y el tercio de los votos de Arauz en Ecuador deberían ser una clarinada de alerta para quienes creen que con llamar “populistas” a sus rivales políticos queda todo dicho, y estos, por añadidura, quedan descalificados.
Porque la paradoja implícita en el legado tanto de Morales como de Correa es que ese populismo habría sido parte de una respuesta a los problemas de representatividad de nuestras frágiles democracias. Es un lugar común en la literatura académica suponer que una elevada participación electoral y una elevada calidad de la democracia (medida por indicadores como la vigencia de los derechos civiles) son procesos que establecen entre sí una virtuosa relación sinérgica. En Bolivia y Ecuador, sin embargo, fueron candidaturas críticas del orden establecido que, ya en el gobierno, cometieron en ocasiones abusos de poder, las que contribuyeron a incrementar la participación electoral y la legitimidad del sistema democrático.
Por ejemplo, durante la década que precedió al gobierno de Correa (que comenzó en el 2007), Ecuador tuvo siete gobernantes, ninguno de los cuales completó un período presidencial. En cambio, entre el 2008 y 2018 la confianza en los partidos políticos pasó, según Latinobarómetro, de ser la más baja entre los 18 países latinoamericanos que comprende el estudio, a ser una de las más altas. Y, según el Consejo Nacional Electoral, el porcentaje de participación en elecciones aumentó de un 65% en el 2002 a un 82,6% en el 2014. Ello se debería a que tanto Correa como Morales contribuyeron a integrar en el proceso político a sectores de sus respectivas sociedades que se sentían excluidos de él.
Es por eso, por ejemplo, que en Bolivia el estatus socioeconómico y la etnicidad perdieron importancia como predictores de participación electoral. Dicho de otro modo, pobres e indígenas incrementaron sus tasas de participación en las elecciones. En palabras de una ciudadana con esa doble condición, votó por una candidatura, digamos, populista, porque “no quiero volver a ser invisible”. Antes que descalificar, habría que intentar entender.
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