Los disparos se escucharon uno detrás del otro, como una ráfaga. La monja Neyda Rojas se movió rápidamente a mi lado con la intención de protegerme. Claramente más preocupada por mí que por ella misma.
En uno de los amplios patios de la Penitenciaria General de Venezuela (PGV), donde había varios internos caminando, unos jugando ping pong y otros simplemente parados, no pude ver quién disparaba.
"No se preocupe, madre", le aseguró con absoluta serenidad uno de los líderes de la cárcel. "Solo están ensayando unas armas, tranquila".
Minutos antes, el hombre, cuya condena supera los 15 años, se había detenido a saludarla.
Por 17 años, la religiosa de la congregación española de las Hermanas Mercedarias se ha dedicado a trabajar con hombres y mujeres presos en ese complejo penitenciario y pese a haber visto motines, enfrentamientos entre bandas, situaciones de secuestro, dice que no siente miedo.
"He podido presenciar en muchos momentos que la muerte está muy cerca, que a veces se toma la justicia por su propia mano, que hay leyes internas que a veces no entiendo", le dijo a BBC Mundo.
"Pero a mí no me toca juzgar eso. Eso le toca a Dios".
"Yo tengo la certeza de que contra mí no van a disparar jamás. Nunca harán nada en mi contra. De hecho, ellos me protegen", aseguró.
"Aquí se respeta lo que dice la madre. Ella nos enseña el poder de la palabra", me había dicho minutos antes el interno con quien nos encontramos en medio de aquella situación.
"Antes yo tenía el corazón chiquitico", me contó. "Pero ahora lo tengo grande (y abre los brazos), gracias a la madre".
- La "gota blanca" -
Neyda Rojas nació en el estado Táchira, en el oeste del país. Es licenciada en Educación, mención Educación especial.
"Yo soy modelo 63", bromea la hermana nacida en el estado Táchira, cerca de la frontera con Colombia.
Su vida como religiosa abarca 25 años.
Su misión "tras las rejas" comenzó durante su noviciado.
En 1986, empezó a visitar a las internas de una cárcel de Caracas.
Con 1,50 de estatura, piel morena, contextura delgada y unos lentes que nunca la abandonan, la carismática misionera camina intocable por los pasillos de la PGV.
La llaman "La gota blanca".
- Normas internas -
La PGV está ubicada al sur de Caracas, a unas tres horas en auto, en San Juan de los Morros, estado Guárico, la puerta a los idílicos llanos centrales venezolanos.
Fue construida en los años 40 para albergar a 750 reos y aunque no existen cifras oficiales, se estima que hoy hay unos 3.000 internos.
Al entrar sorprende la inmensa extensión de terreno y los espacios abiertos.
Solo el área agrícola, en donde los presos realizan trabajos agropecuarios, se calcula que tiene más de 200 hectáreas.
Hay talleres de herrería y carpintería y espacios para actividades deportivas, pero también hay un inmenso basurero y serios problemas de infraestructura que se agravan cuando no hay agua y el calor se vuelve inclemente.
La Guardia Nacional está a cargo de custodiar el exterior y aunque el penal tiene un director y personal del ministerio del Poder Popular para el Servicio Penitenciario que trabaja adentro, como en muchas cárceles de América Latina los presos imponen normas de convivencia interna.
- Libertad y dignidad -
"Buenos días, hijo. Dios me lo bendiga", dijo cuando el guardia nacional le abrió la reja en la mañana.
"La madre me ha ayudado a aumentar mi autoestima", me dijo un recluso cuando terminó el taller que ofreció Rojas. El interno de 38 años es uno de los alumnos más constantes de la misionera. "Me gusta venir a sus clases".
Con la misma alegría saludó a los dos jóvenes presos encargados de custodiar la entrada, quienes, pese a tener armas de fuego, frente a ella parecían desarmados: liberaron una mano para devolverle el saludo, sonrieron, le respondieron "Amén, madre" y la dejaron pasar.
A medida que avanzaba por los pasillos, se oía a los presos encargados de la seguridad del penal gritar: "Pónganse la camisa". Ese grito se regó como pólvora y todo aquel que tenía el torso descubierto corrió a taparse por respeto.
Por años, Rojas, de 52 años, fue una de las docentes del ministerio del Poder Popular para el Servicio Penitenciario en la PGV, cargo que tuvo que abandonar cuando fue reasignada a otra misión en otra ciudad.
La PGV se encuentra en una región donde hay unas montañas espectaculares llamadas morros. A ellos se debe el nombre de la ciudad donde está ubicada: San Juan de los Morros.