Christian Cruz era especialista en intubar, Jesús de la Torre brindaba consejos por teléfono a colegas que tratan el COVID-19, Diego Gutiérrez dedicaba largas jornadas a examinar tumores. El coronavirus apagó sus vidas, como la de otros miles de trabajadores de la salud en México.
Su pérdida no solo es irreparable para las familias, sino demoledora para uno de los países más castigados por la pandemia y con déficit de especialistas.
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México registra el número más alto de personal sanitario fallecido por el virus en América, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Hasta el 1 de marzo el gobierno reportó 3.471 decesos confirmados (47% de médicos) y 240 sospechosos, además de 230.000 contagios.
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En total la crisis deja unos 195.000 muertos en este país de 126 millones de habitantes.
Anestesiólogo de origen colombiano, el doctor Cruz murió el pasado 12 de diciembre a los 32 años. Cumplió la crucial tarea de intubar a pacientes con dificultad para respirar.
Padecía esclerosis sistémica, enfermedad autoinmune que lo ponía en mayor riesgo por el coronavirus.
“Nos cuidábamos más (...) porque él tenía una enfermedad autoinmune que no sabíamos cómo le iba a ir”, dice a la AFP su viuda, la oncóloga pediátrica Yesenia Leyva.
“Todos tenemos las mismas posibilidades de enfermarnos por estar expuestos tanto tiempo, sobre todo en nuestro trabajo”, añade la mujer de 33 años frente a los diplomas, un retrato y el laringoscopio de su esposo, la herramienta con forma de pico con la que intubaba.
Cruz dividía su tiempo entre hospitales públicos y privados, donde tenía que atender cada vez a más pacientes contagiados a medida que la epidemia devastaba a México.
“En los hospitales privados (...) comenzaron a aceptar gente con coronavirus y también le tocó atenderlos”, cuenta.
Quería “estar ahí”
Un informe de la OPS con corte al 8 de febrero señala que México duplicaba los 1.347 trabajadores de la salud fallecidos en Estados Unidos. Detrás se ubicaban Perú (589) y Brasil (480).
En total, 17 países de América habían reportado 6.645 muertes entre su personal sanitario.
La directora de la OPS, Carissa Etienne, reconoció entonces los riesgos que asumieron médicos, enfermeros, camilleros, trabajadores de ambulancias y de limpieza.
“Pusieron en peligro su propia vida y la de sus familiares (...) y sus esfuerzos heroicos salvaron a los pacientes”, dijo.
Esos riesgos eran algo normal para el doctor De la Torre, uno de los urgenciólogos más destacados de México, quien ejercía en el central estado de Morelos y murió el 18 de diciembre a los 67 años.
“Era muy entregado (...), a veces prefería ir a sus cirugías (...) y se perdía eventos familiares, cumpleaños”, comenta su hijo Federico, de 43 años.
Luego de trabajar los primeros meses de la pandemia, De la Torre dejó de ir al hospital por su edad. Pero quería apoyar la batalla.
“Tenía ganas de estar ahí presente porque era algo nuevo para la mayoría de sus colegas”, relató el hijo, quien guarda una bata avejentada y el laringoscopio de su padre.
Por eso aconsejaba telefónicamente a quienes seguían en la primera línea. Aun así, no logró escapar del virus.
México registra un déficit de 76.000 especialistas, según el gobierno, que anunció 30.000 becas para reducir el faltante.
“Él era todo”
La doctora Ariadna Bautista aún se pregunta cómo se contagio su esposo, el doctor Gutiérrez, oncopatólogo que analizaba biopsias, especialmente de tumores.
Su principal herramienta de trabajo, el microscopio, permanece sobre el escritorio, y en la silla la solitaria bata del médico fallecido el 5 de agosto.
“No sé cómo llegaría el virus aquí a la casa (...), la única que salía era yo”, dice Bautista con la voz entrecortada.
Gutiérrez evitaba salir porque tenía sobrepeso, lo que lo ponía en mayor riesgo si contraía el virus, por lo que Bautista solía ir al laboratorio a recolectar las muestras para que él las analizara.
Mientras la comunidad médica perdió a un especialista de primer nivel, Bautista se quedó sin el amor de su vida.
“Para mí él era todo, siempre estábamos juntos, hacíamos todo juntos”, dice, echando de menos verlo frente al microscopio. “Despertaba y ahí estaba, se tomaba su café en el sillón y me decía: ‘ya voy otra vez al micro’”.
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