Irma Reyes siente un hondo dolor y una terrible vergüenza por su sobrino Mario Alberto Reyes Nájera. Ella lo albergó y alimentó cuando llegó con su pareja Gladis Giovana Cruz Hernández a su casa. No sabía que ellos eran los responsables de haber secuestrado, asesinado y dejado en una bolsa a la pequeña Fátima de tan solo 7 años. Tampoco sabía de la perversa motivación que tuvieron para este oscuro crimen que ha conmocionado a todo México.
A pesar de que Mario Alberto Reyes Nájera era casi un extraño para ella, no dudó en ayudarlo. “Tía, soy Mario, el hijo de Pepe”, le dijo el criminal cuando apareció en el domicilio en la colonia La Palma (Estado de México). “Hijo, soy tu tía Irma, ¿te acuerdas?”, respondió. Él estaba con su esposa y sus tres hijos. Se notaba que estaba pasando por un momento complicado.
Irma no supo decir que “no” cuando le pidió quedarse en su casa. Aquella tarde del domingo 16 de febrero, la tía de Mario recién empezaba a ser protagonista en el caso de Fátima.
En un inicio se sintió confundida, pero luego recordó la triste muerte de Pepe: se había suicidado colgado de un árbol en la misma casa. Esto ayudó a que se solidarice con Mario. Lo veía como un niño que tuvo que soportar una aplastante tristeza por aquel fallecimiento.
“Mi hermano, el papá de Mario, se suicidó hace 24 años o 22, yo dejé de ver a Mario como cuando tenía tres o cuatro años”, cuenta Irma Reyes al medio local Milenio.
Mario ya tenía una mentira ensayada a la perfección. Le dijo que quería vivir en un lugar donde se respirara paz. También le contó que se había quedado sin trabajo, pero que esa situación se solucionaría pronto.
“Me dio un abrazo y me dijo que eran sus hijos y su mujer. Me preguntó por cuartos en renta y le dije que se quedaran conmigo en la casa, pero me contestó que querían estar solos para no causar problemas a la familia”, asegura la tía de Mario.
Pero Irma no vive sola. La acompaña una mujer. Ambas decidieron darle hospedaje y comida. Como el espacio que ellas ocupan es pequeño, Mario se quedó en una edificación sin ventanas ni puertas dentro del mismo terreno.
Los días 16, 17 y 18 no los vio para nada. La mañana del miércoles 19, tuvieron un pequeño diálogo con gritos a la distancia. “Oye, hijo, ¿ya conseguiste trabajo?, acuérdate que esta casa no es mía”, dijo Irma. “Sí, tía, andamos en eso, respondió Mario.
Todo se volvió sospechoso cuando uno de los niños dijo que Mario no lo dejaba ver televisión. Irma se quedó pensativa hasta que vio en un noticiero la foto de su sobrino y su pareja. Fue así como se enteró del trágico caso de Fátima. En un comienzo se resistió a creer que un familiar suyo haya cometido tal crimen. Luego pensó en la niña de 7 años y en todo el dolor que pudo haber sufrido mientras estuvo secuestrada.
La empatía con la niña está relacionada a un doloroso momento de su vida. Irma es una víctima de violación. Por tal motivo, decidió que este delito no podía quedar impune.
“Soy mujer, he sido violada. Tiene que haber justicia. Y no quiero lucrar con esto, yo no sé nada de si van a dar. Yo solo quiero que se haga justicia”, dijo Irma a Milenio.
La compañera de Irma fue la primera que pensó en entregarlos. Ambas estaban juntas en esto.
“Ustedes me van a decir algo, porque lo estoy viendo en la tele, ¿quién mató a la niña?”, le dijo Irma a Mario y Giovana. Fue entonces cuando aceptaron que estaban escapando y contaron la enfermiza motivación del secuestro.
“Mario quería una niña para hacerla su novia para toda la vida, quería un regalito, si no agarraría a una de sus hijas y no la dejaría entrar hasta que llegara con la niña”, explicó Giovana.
Irma les volvió a preguntar quién era el asesino. La respuesta la dejó consternada. “Él me dio los cinturones, yo la apreté, pero como no tengo la fuerza él acabó de matarla”, contó Giovana. Tras esta confesión, la tía les pidió que se entreguen a las autoridades.
Luego de una larga conversación, Mario y su tía quedaron en que entregarían solo a Giovana. Irma le pidió a su sobrino que la acompañe.
Mientras los tres caminaban rumbo a la estación de la Policía Municipal, la compañera de Irma se adelantó y avisó a los efectivos. Todo salió como lo habían planeado. De esta manera Mario Alberto Reyes Nájera y Gladis Giovana Cruz Hernández cayeron.
Cuando llegó la policía, Mario intentó escapar, pero Irma lo agarró e impidió su fuga. “¡No, tú también tienes que pagar tu delito!”, le dijo. “¿Por qué me hizo eso, tía?”, le respondió. Esa fue la última vez que se miraron a los ojos.
“Siento mucho dolor, mucha vergüenza, porque es de mi sangre y lo protegí unos días sin saber lo que estaba pasando. Me siento avergonzada, pero no arrepentida de haber hecho lo que hice, de haberlos denunciado”, dice con seguridad Irma Reyes al terminar su relato.
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