Las aguas ricas en nutrientes del estrecho entrada Dixon -entre la provincia Columbia Británica (Canadá) y el Panhandle de Alaska (Estados Unidos)- atraen orcas, albatros y cinco especies de salmón entre las costas rocosas y bosques verdes de la isla Príncipe de Gales y la tierra continental.
En un punto, mientras navegábamos a través de las olas, dejamos las aguas canadienses y entramos en Estados Unidos.
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La única forma en que sabíamos que habíamos viajado de un país a otro era mirando nuestros dispositivos electrónicos retrocediendo 60 minutos, a la hora estándar de Alaska.
De hecho, la línea real en la que cruzamos de un país a otro ha estado en disputa durante mucho tiempo.
Antes del contacto europeo con los indígenas cercanos, los pueblos haida, tlingit y tsimshian ocasionalmente peleaban por las fronteras terrestres y marítimas en este abundante territorio.
En la actualidad, este desacuerdo limítrofe continúa con nuevos adversarios, y el tesoro en el corazón de esta disputa ha pasado de pieles y oro a la pesca de salmón.
Aunque Estados Unidos y Canadá tienen la frontera no defendida más larga del mundo, la entrada Dixon es una de las cuatro disputas fronterizas más antiguas entre los vecinos amigos.
Las raíces del conflicto se remontan al siglo XVIII, una época en la que las partes interesadas colonizadoras en la región del Panhandle de Alaska, (la estrecha franja de montañas, fiordos e islas del canal que bordean la moderna Columbia Británica) eran Inglaterra y Rusia, antes de que perteneciera a Estados Unidos.
Los inicios de la disputa
Cuando la flota rusa llegó a Alaska en 1732, descubrió que el área era rica en nutrias marinas y establecieron un comercio de pieles con los pueblos indígenas locales.
En la década de 1760, el capitán James Cook llegó y comenzó a mapear y estudiar el Pacífico Norte para los ingleses.
Luego, a principios de 1800, los exploradores estadounidenses Meriweather Lewis y William Clark encontraron su camino hacia el noroeste del Pacífico.
Esto preparó el escenario para una disputa territorial.
La población indígena local pronto fue dominada por enfermedades y guerras, y durante todo el período de colonización rusa, las fronteras sur y este del Panhandle (o saliente) de Alaska nunca se establecieron firmemente.
El Tratado de San Petersburgo de 1825 entre Inglaterra y Rusia estableció la frontera costera del sur del Panhandle cerca del actual puerto Príncipe Rupert, Columbia Británica, pero la región era tan montañosa que gran parte permaneció sin ser explorada.
En 1867, Estados Unidos compró Alaska a Rusia.
Unos años después, la Columbia Británica se unió a Canadá. Ottawa sugirió a Washington D.C. que era hora de una encuesta oficial del Panhandle para que los dos países pudieran ponerse de acuerdo en la frontera, pero Estados Unidos consideró que el esfuerzo era demasiado costoso para un terreno tan remoto.
Luego se descubrió el oro y cambiaron las cosas.
Primero se produjeron hallazgos en la Columbia Británica y luego en 1897 en el Klondike, en el territorio noroccidental del Yukón de Canadá.
Se estima que 100.000 migrantes llegaron al área, y resultó que una de las formas más fáciles de llegar a los campos de oro era viajar por mar a través de la entrada Dixon, hacia los fiordos y luego hacia el interior a través del Panhandle.
Canadá quería viajar sin trabas a su territorio, pero Estados Unidos no estaba preparado para renunciar a ninguna de las tierras que recientemente habían considerado demasiado insignificantes para mapear.
Los países trataron de llegar a una resolución, pero en 1899 quedaron en punto muerto. Y en 1903 se formó un tribunal internacional para resolver la disputa fronteriza de Alaska.
Formado por seis juristas imparciales de los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, el grupo terminó estableciendo el límite oriental de Alaska a 56 km al este de donde el océano toca la costa continental.
El límite sur, conocido como la línea AB, se extiende desde el cabo Muzon, el punto más al sur de la isla Dall de Alaska, directamente al este a través de la entrada Dixon al canal de Portland, donde serpentea alrededor de algunas islas antes de subir por el canal de Portland y hacia la Costa de las Montañas.
Canadá estaba indignado por algunos aspectos de la decisión, pero pronto surgió otro problema.
El salmón del Pacífico
En lo que respecta a Canadá, la línea AB era la división entre las naciones, en tierra y mar.
Pero Estados Unidos tenía una opinión diferente: declaró que la decisión solo se refería a la frontera terrestre, y que de acuerdo con la ley marítima, el límite marítimo estaba en realidad a 20 km al sur de la línea, a medio camino a través de la entrada Dixon.
Este desacuerdo continúa hoy.
En la actualidad, unas 1,5 millones de personas navegan a través de la disputada frontera cada año.
Puede parecer extraño que dos aliados cercanos aún no puedan comprometerse sobre la propiedad de este estrecho pasadizo de 80 km de ancho y 50 km de largo en aras de relaciones internacionales más fáciles.
Pero hay una buena razón: el salmón del Pacífico.
El abundante pescado y su viaje anual han hecho de la pesca una industria clave en la economía del noroeste del Pacífico.
Desde la década de 1880 hasta la década de 1950, surgieron más de 100 pueblos de pescadores y enlatadores en toda Columbia Británica, y en los últimos años, el salmón salvaje de la provincia se ha exportado a 53 países diferentes.
En esta fiebre del oro acuática, la entrada de Dixon es el premio mayor: a través de ella fluyen cinco especies de salmón: sockeye, coho, chinook, chum y pink, cada uno regresa del océano con la intención de llegar a su río de origen en Alaska, Columbia Británica, Washington u Oregón, donde desovan y mueren.
Allí, para encontrarse con el salmón cada año en su viaje a casa, hay dos grupos de barcos que siguen dos tipos de leyes.
Sin una frontera mutuamente acordada, los pescadores de ambos países intentan capturar su parte del salmón en las aguas en disputa.
El choque en curso resulta en una batalla que hierve a fuego lento y que ocasionalmente se desborda, como en las llamadas “guerras de salmón” que enfrentaron a los pescadores canadienses y a los de Alaska durante la década de 1990.
Los dueños del salmón
Desde la década de 1930, Estados Unidos y Canadá han tratado de determinar quién “posee” qué salmón.
Este es un concepto preciso y opaco por igual: debido a que cada salmón regresa no solo a un río específico, sino a un lugar preciso en el río, la pesca no regulada ha provocado la extinción local de algunas rutas de salmón. En algunos casos eso ha destruido la industria pesquera indígena.
Parado al borde del río Adán en noviembre pasado, a casi 1.500 km al sureste de la entrada Dixon, Tanner Francois, de la nación Secwepemc, cantaba una canción sobre el salmón, agradeciendo al pez por hacer el largo y peligroso viaje de regreso a sus zonas de desove.
La migración anual a través de la entrada Dixon que envía salmón a los ríos que fluyen a través de gran parte de la Columbia Británica le ha otorgado al salmón un lugar central en la mente de las personas de las naciones originarias y en la psique de muchos habitantes de la región.
En un viaje de ida y vuelta de hasta 4.000 km desde ríos y nacimientos de agua, mar adentro y luego de regreso, el salmón alimenta no solo la economía, sino también a las orcas, osos y águilas que dependen de los ríos.
Y ellos, a su vez, alimentan el bosque.
“Sin el salmón no estaríamos”, explica Francois.
Por lo tanto, la gente limpia y despeja arroyos y ríos para proteger a los salmones.
Los niños de la escuela reciben lecciones en sus criaderos de salmón locales y liberan a los alevines recién nacidos en los ríos cada primavera.
Los indígenas cantan al salmón a través de ríos y montañas. Y los pescadores de la entrada Dixon vigilan cuidadosamente su sección del océano, siempre atentos a las violaciones de la frontera, listos para llamar a una línea directa para resolver una disputa diplomática.
Mientras tanto, el salmón nada debajo de todo, ajeno a la política de fronteras y límites.
Por encima de las olas, los pasajeros de cruceros y transbordadores también pasan ajenos.
Se maravillan con el paisaje y la vida, los picos nevados, las montañas de terciopelo verde que alcanzan el cielo, las cascadas, las nutrias marinas, las orcas, las aves marinas y los osos, sin darse cuenta de que todo está muy bien y perfectamente conectado por los salmones que nadan en las profundidades.