En una calle repleta de escombros, Fidan Turan parece perdida, incapaz de imaginar su futuro. Tras el devastador terremoto del lunes, la mujer no sabe si quedarse o irse de la ciudad turca de Antakya, transformada en ruinas.
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A primera vista, su edificio parece haber resistido mejor que otros en esta localidad del sur de Turquía. La puerta metálica sigue ahí al igual que las ventanas, y los aparatos de aire acondicionado aún cuelgan de una pared.
Turquía y la vecina Siria fueron azotados el lunes por dos fuertes terremotos, que dejaron más de 24.000 muertos, según el balance más reciente. En la zona, aún se temen nuevas réplicas.
“Cuando veo los edificios destruidos, los cadáveres, no es dentro de un año o dos que me proyecto, sino que no me puedo ni imaginar el mañana”, explica Turan, con los ojos llenos de lágrimas.
“Hemos perdido 60 miembros de nuestra familia extensa”, explicó. “¡Sesenta! ¿Qué puedo decir? Es la voluntad de Dios”, agrega la sexagenaria.
Con su dedo, muestra el lugar donde solía vivir, en el cuarto piso.
La casa familiar quedó destruida. “¿Dónde podemos ir? Ya no tenemos nada...”, lamenta con la voz quebrada.
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En la calle, sobre bancos
Su hijo, Inayet Turan, ayuda a bajar algunas pertenencias del departamento, con una mezclan de esperanza e ira.
“Es posible reconstruir, el Estado tiene el poder de hacerlo”, afirma. Sin embargo, “cientos de personas están en la calle, duermen en bancos, parques. Hay que encontrar una solución”, reflexiona este psicólogo, de 35 años.
En una calle del sur de la ciudad, Mustafa Kaya carga un purificador de agua. Su mujer jala una maleta de ruedas, acompañada por su hija.
La familia vive en una tienda de campaña desde el lunes y decidió ir a buscar algunas cosas en la entrada de la casa. No se atreven a entrar del todo por miedo a otro derrumbe.
“No sabemos donde estaremos en un mes o en un año. Haremos lo que dice el gobierno y lo que Dios permite (...) Tengo un hermano en Estambul, veremos si vamos a su casa, pero ni sé cómo iremos”, explica Kaya.
Hatice Süslü, una mujer de 55 años, no logró recuperar nada de su casa. Su única pertenencia es una tienda de campaña que instaló, en medio de otras, en un parque público.
Algunos trajeron colchones. Otros, envueltos en frazadas, tratan de calentarse frente a pequeñas hogueras.
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“La vida se acabó”
“No sé lo que haremos, aún esperamos algunos días para decidir. No sabemos qué será de nosotros”, lamenta. “Los que murieron están liberados, pero los que quedaron (...) ¿qué será de ellos?”, pregunta.
“No hay nada que decir. La vida se acabó”, continúa.
A su lado está Mehmet Ali Tuver, un vendedor de zapatos de 35 años. Logró recuperar un cobertizo al que añadió lonas de plástico para protegerse del frío.
“Todo el mundo busca irse, pero aquí es nuestra casa, no podemos abandonarla”, opina.
Fetva Aşkar, de 61 años y originaria de Antakya, tampoco piensa irse. Sin recursos y con un marido que perdió su empleo, no tiene dinero para hacerlo, aunque su departamento se volvió “inhabitable”.
También se queda porque aún espera que saquen a sus hermanos de los escombros. “No podemos irnos sin haberlos encontrado y enterrado”, explica.
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